domingo, 19 de octubre de 2008

Paulson lo vuelve a intentar / Joseph Stiglitz*

Gordon Brown se ha ganado grandes aplausos en estos últimos días por haber inspirado a Hank Paulson el giro radical que le ha hecho pasar de su plan de dinero a cambio de activos malos, acerbamente criticado por casi todos los economistas y por muchos financieros respetados, a un planteamiento de inyectar capital. Posiblemente ha sido la presión internacional ejercida sobre Estados Unidos la que ha contribuido al cambio súbito de parecer de Paulson.

No obstante, Paulson ha creído que podía reformular el planteamiento del Reino Unido de una manera que fuera incluso mejor para los bancos norteamericanos que su estrategia original de dinero contante y sonante. El hecho de que los contribuyentes de Estados Unidos puedan salir perjudicados de este proceso no es más que parte de los daños colaterales que han sido el sello característico del Gobierno de Bush.

¿Será suficiente con este cable que se les echa? No lo sabemos.Los bancos se han atrincherado en tal falta de transparencia que ni siquiera ellos saben en qué estado se encuentran. Cada día se inician más juicios por embargos; poco hace al respecto el plan de Paulson. Eso significa que en los balances se abren nuevos agujeros al mismo tiempo que se cierran los de antes.Hay un consenso en que nuestro declive económico va a ir a peor, a mucho peor, y en todas las épocas de recesión económica aumentan las quiebras. Así pues, aunque los bancos hubieran puesto en práctica una política crediticia prudente (y sabemos que muchos no lo han hecho), van a tener que hacer frente a mayores pérdidas.

Gran Bretaña ha demostrado al menos que todavía cree en algo parecido a un principio de responsabilidad: los jefazos de los bancos han dimitido. Nada de eso ha sucedido en EEUU.

Gran Bretaña ha comprendido que no tenía ningún sentido repartir dinero a raudales entre los bancos para que éstos repartieran dinero a raudales entre los accionistas. La única restricción a los bancos en Estados Unidos es la de que no incrementen sus dividendos. El Tesoro ha pretendido crear una imagen de severidad de cara a la opinión pública, pero entre bastidores no para de tranquilizar a los bancos con que no tienen de qué preocuparse, que todo eso es parte del montaje para que los votantes y el Congreso no se solivianten.

Lo que está claro es que no tendremos acciones con derecho a voto. Wall Street se va a quedar con nuestro dinero, pero nosotros no vamos a tener ni voz ni voto sobre lo que habría que hacer con él. Un rápido vistazo al historial reciente de los bancos sobre su forma de gestionar los riesgos nos da a los contribuyentes razones más que sobradas para estar preocupados.

A pesar de toda la apariencia de severidad, los detalles dan a entender que para el contribuyente norteamericano la operación no ha sido nada ventajosa. No hay comparación con las condiciones que Warren Buffett se aseguró cuando aportó capital a Goldman Sachs. Buffett obtuvo una garantía, el derecho a comprar en el futuro a un precio incluso por debajo de la bajísima cotización en el momento de la operación. Paulson ha obtenido para los Estados Unidos la garantía de compra en el futuro al precio vigente en su momento, sea el que sea. La clave de esta garantía está pues en que nos beneficiaremos en parte de la subida cuando la economía se recupere de la crisis y el sistema financiero empiece a funcionar.

El plan de Paulson ha dado respuesta a la exigencia del Congreso de que se facilitara algún tipo de garantía, pero más como una cuestión de forma que de contenido real. Buffett ha obtenido garantías equivalentes al 100% del valor de lo que ha invertido.Los contribuyentes norteamericanos sólo han conseguido el 15%.Es más, como George Soros ha señalado, dentro de pocos años, cuando la economía se haya recuperado, los bancos no tendrán necesidad de recurrir al Gobierno en busca de capital. El Gobierno debería haber emitido obligaciones convertibles que le reconocieran el derecho a participar automáticamente en las ganancias de cotización de las acciones.

Nos hayan timado o no, los bancos tienen ahora nuestro dinero.El nuevo Congreso va a tener dos importantes tareas por delante.La primera es asegurarse de que si el contribuyente pierde en esta operación, sean los mercados financieros los que paguen.El segundo es sacar adelante unas nuevas normas y un nuevo sistema de regulación. Ha habido muchos en Wall Street que han opinado que habría que posponer todo esto a fechas posteriores. Tenemos un barco que hace agua, argumentan algunos, y lo primero que tenemos que hacer es arreglarlo. Cierto, pero también sabemos que hay problemas en los sistemas de gobierno (y en los capitanes que los gobiernan); si no los arreglamos, nos estrellaremos contra otras rocas antes de que consigamos llegar a puerto.

¿Por qué habría que confiar en un sistema bancario que ha funcionado tan estrepitosamente mal cuando no se está haciendo nada que afecte a los incentivos? Lo que en realidad esperan muchos de los que insisten en que se posponga el abordar la reforma de las regulaciones es que, una vez que la crisis haya pasado, las cosas vuelvan a ser como han sido siempre y no se haga nada.Eso es lo que ocurrió tras la última crisis financiera global.

Hay una esperanza: la última crisis financiera se desencadenó en zonas distantes del mundo. Fueron entonces los contribuyentes de Tailandia, Corea e Indonesia los que tuvieron que pagar la cuenta de las malas prácticas crediticias de los mercados financieros; esta vez les toca a los contribuyentes de Estados Unidos y Europa.Están enfadados, y más tendrían que estarlo. La esperanza está en que nuestras democracias son lo suficientemente fuertes para imponerse al poder del dinero y de los intereses particulares y en que vamos a demostrar que somos capaces de montar el nuevo sistema regulatorio que el mundo necesita si es que nuestra intención es disfrutar de una economía global próspera y estable en el siglo XXI.

* Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nobel de Economía en 2001, es profesor en la Universidad de Columbia

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