jueves, 13 de noviembre de 2008

Aumentar el tamaño del FMI es un error / Kenneth Rogoff *

Al irradiarse la crisis financiera mundial de las economías desarrolladas a los mercados emergentes, no sólo está asolando economías mal gestionadas, como, por ejemplo, las de Venezuela, Rusia y Argentina. La crisis está afectando también a países como Brasil, Corea y Suráfrica, que parecían haber logrado avances importantes y duraderos hacia la estabilidad macroeconómica.

Por esa razón, la futura configuración del Fondo Monetario Internacional (FMI) está pasando rápidamente a ocupar uno de los primeros puestos del programa de los dirigentes mundiales, cuando se preparan para reunirse en Washington a mediados de noviembre con vistas a examinar el futuro del sistema financiero mundial.

Hace muy poco, el FMI parecía relegado a un periodo duradero de irrelevancia por no haber modernizado ni su eurocéntrica representación política ni sus arcanos servicios de préstamo de Gobierno a Gobierno. De repente, el Fondo ha pasado al centro del escenario como el único organismo aparentemente capacitado para detener la viciosa espiral descendente de que actualmente son presa los valores y los bonos de los mercados emergentes.

Los dirigentes mundiales deben alegrarse de que el FMI esté dispuesto a tomar la iniciativa en la próxima fase de la crisis financiera mundial, aun cuando sus recursos para préstamos de unos 250.000 millones de dólares son inadecuados para contener la marcha actual de los mercados emergentes. Tan sólo las empresas de dichos mercados tendrán que afrontar vencimientos por valor de centenares de miles de millones de dólares durante los doce próximos meses, mucho más de lo que pueden cubrir las reservas de sus Gobiernos, si no se normalizan los mercados de crédito.

A diferencia del presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, la mayoría de los presidentes de los bancos centrales de los mercados emergentes no están en condiciones de extender cheques en blanco por sus economías sin un efecto bumerán en los tipos de interés y de cambio. (Veremos cómo juzgan el dólar los inversores una vez que se disipe el humo y resulte evidente el enorme aumento del dinero y la deuda de EE UU).

Pero sería un error terrible limitarse a aumentar el tamaño del FMI con su configuración actual ampliando sus servicios de préstamo, como muchos proponen. Al contrario, se debe especializar el papel del Fondo, aun en la crisis actual, para que haga de interlocutor entre los prestamistas y los prestatarios de los países en desarrollo, en lugar de convertirlo simplemente en un sustituto de todas las demás fuentes de préstamo.

Las reformas decisivas para el FMI siguen siendo las siguientes: primero, mejorar su dirección reduciendo la representación europea y aumentando a un tiempo la de Asia, y segundo, centrando la misión del Fondo en la supervisión y la vigilancia, en lugar de como facilitador directo de préstamos para rescates. Al contrario de la opinión popular, ahora es exactamente el momento adecuado para hacer esos cambios. Los Gobiernos de los países ricos, encabezados por los bancos centrales, deben facilitar la necesaria financiación a gran escala para contener la marcha de las finanzas de los países en desarrollo. El papel principal del Fondo debe ser el de la supervisión.

Al carecer de una divisa propia, el FMI no está en buenas condiciones precisamente para intervenir con la abrumadora fuerza necesaria en operaciones de préstamo como último recurso. En principio, se podría permitir al FMI acuñar moneda (ya tiene su propia unidad de contabilidad, los llamados derechos especiales de giro), pero no es una medida realista, dada la falta de un sistema adecuado de gestión de los asuntos mundiales. Ni siquiera la zona del euro, que tiene mucha más cohesión que el mundo en conjunto, sabe del todo cómo utilizar su banco central como prestador de último recurso.

Los recursos para préstamos del FMI han disminuido espectacularmente en relación con el comercio y la renta mundiales frente a lo que habían sido en los cincuenta últimos años. Pero aumentar los recursos a un billón de dólares o más tampoco es una opción realista. El FMI no tiene un marco adecuado para afrontar la morosidad a gran escala en que podría convertirse fácilmente una enorme oleada de préstamos y, menos aún, la voluntad política para distinguir entre países con problemas auténticos de liquidez a corto plazo y los que afrontan en realidad problemas de insolvencia.

Así pues, ¿qué deben hacer los dirigentes mundiales con el FMI? A corto plazo, el FMI podría ayudar a coordinar préstamos suplementarios de países como EE UU, Japón y China para contribuir a mantener la estabilidad política y económica en el mundo en desarrollo. Sin reconocer directamente el papel fundamental de Estados Unidos en el origen de la crisis financiera, su Reserva Federal ya se ha ofrecido a intercambiar hasta 30.000 millones de dólares con cada uno de los bancos centrales de Corea, Brasil, México y Singapur.

El FMI puede desempeñar también un papel útil para ayudar a los países con superávit a gestionar sus reservas de divisas, de forma muy parecida a como ya lo hace el Banco de Pagos Internacionales. Los dirigentes mundiales pueden permitir al FMI vender parte de sus reservas de oro para dotarlo de liquidez suficiente con vistas a financiar sus funciones de supervisión y vigilancia. Después, en el futuro, no tendrá que conceder préstamos en momentos de crisis sólo para poder pagar la electricidad del edificio.

Por tentador que resulte aumentar los préstamos del FMI a largo plazo, sería un error estratégico tanto para el mundo como para el Fondo. Los países ricos, junto con China y los exportadores de petróleo del Golfo, deben adoptar medidas audaces para ayudar a los mercados emergentes, y al Fondo le corresponde desempeñar un papel útil al respecto. Pero aumentar el tamaño del Fondo sin suficientes mejoras de su gestión y limitaciones en materia de préstamos sería dar al mundo una dosis exagerada de algo bueno.

*Kenneth Rogoff es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard y fue economista jefe del FMI

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