domingo, 30 de noviembre de 2008

La crisis que fundió a Islandia / Luis de Guindos

No se trata de un país emergente o en desarrollo, como ha ocurrido en crisis previas. La primera nación soberana que ha sufrido la crisis actual en sus propias carnes es muy diferente. Se trata de Islandia, un país pequeño -no mucho más de 300.000 habitantes- pero con un nivel de vida muy elevado, 56.000 dólares de renta per cápita, y muy igualitario en la distribución de dicha renta.

Además, cuenta con una mano de obra extremadamente cualificada, instituciones estables, un mercado laboral flexible, mercados de bienes y servicios competitivos, y un crecimiento económico envidiable. Entre 2004 y 2007: su renta aumentó más de un 25%.

Incluso sus parámetros presupuestarios parecen a priori bastante impresionantes, con un superávit de más del 5% del PIB en 2007 y un ratio deuda pública/PIB por debajo del 30%.

A pesar de todas estas virtudes y de estos indicadores, que lucen impecables a primera vista, este pequeño país se ha visto obligado a pedir ayuda al FMI y a sus otros compañeros nórdicos -por un importe de 6.000 millones de dólares- para hacer frente a una situación de crisis financiera y cambiaria sin precedentes.

Además, los tres principales bancos del país han entrado en suspensión de pagos. ¿Cómo es posible que un país con las características de Islandia se encuentre en una situación como la descrita?

La respuesta reside en la combinación del patrón de crecimiento y del bancario islandés, que ha generado importantes desequilibrios macroeconómicos. La crisis crediticia ha sido, a estos efectos, perniciosa, pues ha acelerado un ajuste extremadamente brusco en una economía muy vulnerable.

El crecimiento de la economía islandesa de los últimos años, que ha sido muy elevado, se ha basado en una explosión de la demanda doméstica financiada por un crecimiento muy rápido del crédito interno, que en el año 2007 superó el 40%. Ello generó una serie de problemas importantes. El primero es un agujero en la balanza de pagos de cerca del 20% del PIB.

El segundo es un endeudamiento bruto de casi el 550% del PIB. El tercero ha sido la aparición de burbujas en el sector inmobiliario -el precio de la vivienda creció al 30% anual durante los años del boom- y en la Bolsa local.

Y por último, Islandia ha generado un sector bancario sobredimensionado, cuyos activos superan el 1000% de la renta del país, derivado de que los bancos han intermediado el proceso de expansión crediticia financiándose -como no podía ser de otro modo- en el exterior.

En circunstancias normales, la economía islandesa debería haber sufrido un ajuste relativamente brusco para reducir su dependencia de la financiación externa, cerrando su déficit de balanza de pagos mediante una caída intensa de la demanda doméstica y de los precios de los activos. Lógicamente, esto hubiera reducido el crecimiento de la economía, pero no hubiera generado una situación de caos como la que se está viviendo los últimos meses.

El colapso se produce desde inicios de este año, y muy especialmente desde verano, como consecuencia del agravamiento de la crisis financiera internacional, que ha hecho inviable, prácticamente de golpe, el funcionamiento de la economía islandesa dados los desequilibrios acumulados.

Esto nos lleva directamente a la problemática de los bancos islandeses.Las tres principales entidades financieras islandesas estaban altamente internacionalizadas -dos tercios de sus activos y pasivos estaban denominados en moneda extranjera- y, además, los depósitos suponían sólo un tercio de su pasivo total. El resto consistía en financiación mayorista obtenida en los mercados internacionales de capitales con una vida media bastante reducida.

A pesar de que la rentabilidad de los bancos era adecuada, al igual que sus ratios de capital, y a pesar de que no contaban en su balance con demasiados activos tóxicos, la estructura de financiación de los mismos les hacía extremadamente vulnerables a una crisis de liquidez como la existente desde hace más de un año, en la que los mercados de crédito se han secado y resulta muy difícil renovar la financiación previa.

Esta debilidad fue inmediatamente percibida por el mercado, de modo que el coste del seguro de impago -los famosos CDS- de los bancos islandeses se disparó a principios de este año hasta cerca de 1000 puntos básicos, que es un nivel elevadísimo.

Además, el propio Banco Central de Islandia, en un acto de cándida transparencia, reconoció que los entidades nacionales habían aumentado sus balances en exceso, lo que les hacía vulnerables frente a una crisis financiera internacional, dada la imposibilidad de ser ayudados por el Gobierno.

Por decirlo de otro modo, el tamaño de los balances de los bancos impedía al Gobierno islandés tanto actuar como prestamista de última instancia como garantizar los depósitos en moneda extranjera de sus bancos con sus reservas de divisas.

El ejemplo islandés ilustra las dificultades a las que se enfrenta una economía pequeña, con un sector bancario sobredimensionado e internacionalmente expuesto, y una moneda propia.

Lógicamente, los tres bancos islandeses han acabado en suspensión de pagos, y ello está a su vez afectando a la propia economía, que ante la sequía de crédito doméstico se va a ver sometida a un ajuste brutal que hará desaparecer gran parte de la riqueza generada los últimos años y obligará a la población islandesa a un esfuerzo enorme de transferencia de recursos desde el sector privado al público, y desde el sector doméstico al resto del mundo.

Tal vez la única solución para Islandia consista en pedir su adhesión a la Unión Europea y a la Unión Monetaria, para ponerse bajo el amparo del euro y del BCE. Resulta curioso que el pueblo islandés, que tradicionalmente rechazaba casi unánimemente esta posibilidad, ahora la apoya por abrumadora mayoría.

Este ejemplo es seguramente extremo, pero puede resultar ilustrativo para otras economías pequeñas, con sistemas financieros de grandes dimensiones y moneda propia. Sobre esto volveremos otro día.

Pero, desde luego, sí creo que es un aviso frente a algunos aprendices de brujo que empiezan a predicar en España en contra del euro, achacándole, con enorme ignorancia o tal vez mala fe, el origen de la crisis que vive actualmente nuestro país.

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