domingo, 30 de noviembre de 2008

Los peligros de otro New Deal / Georges F. Will*

Al principio de lo que se vino en llamar la Gran Depresión, preguntaron a Keynes si había sucedido alguna vez algo parecido. «Sí, -contestó-, se llamó Edad Media, y duró 400 años». Tras el crash, hicieron falta 25 años para que el Dow Jones volviera a la cota que marcaba en septiembre de 1929. De forma que la cautela es aconsejable en los llamamientos a un nuevo New Deal.

La premisa es que el New Deal venció a la Depresión. Personas inteligentes e informadas difieren en la cuestión de porqué la Depresión duró tanto tiempo. Pero la gente cuya receta para la recuperación hoy es otro New Deal debería recordar que el mayor colapso industrial de América tuvo lugar en 1937, ocho años después del batacazo bursátil de 1929 y casi cinco años después del inicio del New Deal.

En 1939, tras una década de frenético gasto federal -el presidente Herbert Hoover lo aumentó más de un 50% entre 1929 y la investidura de Franklin Roosevelt- el paro era del 17,2%. «Ocho años después del inicio de esta Administración tenemos exactamente el mismo desempleo que cuando empezó» se lamentaba Henry Morgenthau, secretario del Tesoro de Roosevelt. El desempleo disminuyó cuando América empezó a vender materiales a naciones inmersas en una guerra a la que América se uniría pronto.

En El hombre olvidado: una nueva historia de la Gran Depresión, Amity Shlaes sostiene que las políticas gubernamentales, más allá del escaso crédito de la Reserva Federal, profundizaron y prolongaron la Depresión. Las políticas incluyeron el fomento de sindicatos fuertes y salarios más elevados de lo que el desfase productivo justificaba, siguiendo la teoría de que el gasto sería estimulante.

En 2004, Harold L. Cole y Lee E. Ohanian defendieron que la Depresión habría finalizado en 1936 si no hubiera sido por las políticas que magnificaron el poder de la mano de obra y estimularon la cartelización de las industrias. Estas políticas plasmaban la premisa del New Deal de que la Depresión estaba provocada por la competición excesiva que primero redujo los precios y los salarios y a continuación el empleo y la demanda del consumidor.En un estudio posterior, Ohanian sostiene que «gran parte del alcance de la Depresión» se explica por la presión de Hoover a las empresas para mantener fijo el salario nominal.

Además, el incremento en 1932 del tipo máximo fiscal por parte de Hoover del 25% al 63% resultó nocivo. Y el hiperactivo New Deal de Roosevelt generó incertidumbres que paralizaron las decisiones del sector privado. Lo que suena familiar.

Barack Obama afirma que el próximo estímulo debería dar «un empujón».Su consejero Austan Goolsbee afirma que debe ser lo bastante grande para «sacar del estupor a toda la economía de golpe».Su teoría consiste en que la crisis es en gran medida psicológica, precisando de un tratamiento de electroshock. .

Desafortunadamente, una cosa que el Gobierno sabe hacer rápida y eficazmente -repartir cheques- podría no estimular, porque los estadounidenses podrían empezar lo que han sido criticados por no hacer: ahorrarlo. Dado que el consumo es el 70% de la actividad económica, la oración de San Agustín (Dame castidad y moderación, pero no me las des aún) se repite hoy: volver ahorradores a los estadounidenses, pero no ahora.

El plan de Obama incluye una reducción fiscal a las empresas «por cada empleado nuevo que contraten» durante los dos próximos años. ¿Allá vamos de nuevo? Un nuevo New Deal justificaría a los pesimistas que dicen que la historia no es un sobresalto tras otro, sino el mismo sobresalto una y otra vez.

*George F. Will es columnista de The Washington Post

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