domingo, 4 de enero de 2009

La década perdida / Francisco Pascual

La década perdida de manual, la que tiene el copyright en la bibliografía económica, es la japonesa. Empezó en 1992 cuando la banca se hundió tras dejarse billones de yenes en activos de alto riesgo e inoculó en el sistema económico el estoico virus de la desconfianza.Y así, entre bancos despeñados, precios pigmeos, tiendas vacías y gobiernos apocados, transcurrieron 10 años de estancamiento.

Tras ello, en Estados Unidos se dedicaron a estudiar el descalabro en las facultades y, por lo que hemos visto este año, a reproducirlo en los despachos de Wall Street. Y en España, hemos preferido acuñar nuestra propia década perdida de charanga y pandereta: la del conocimiento. Entre 1997 y 2007, la economía nacional se desperezó (crecimientos anuales del PIB de entre el 2,4% y el 5%); nuestras escuálidas empresas engordaron (92.000 tienen más de 20 empleados), y la renta per cápita asomó del subsuelo (de 15.000 euros a 23.000) para regocijo patrio y mosqueo italiano.

Lástima que, después de todo este esplendor pecuniario, nuestra educación siga lejos de la media de la OCDE, que no sepamos ni el inglés de las canciones y que ninguna de las universidades públicas españolas ¡esté entre las 150 mejores del mundo!

Va a ser duro salir de la crisis «mejor que los demás» (Zapatero dixit) para un país que se ha quedado colgado en un andamio de cristal, ni tan pobre como para competir en salarios con los emergentes (500 empresas ya nos han dejado), ni tan formado como para codearse en tecnología con los avanzados (destinamos el 1,2% del PIB a I+D, por el 3,6% de Suecia).

Pedro Luis Uriarte, ex del BBVA y actual presidente de la Agencia Vasca de Innovación, se lo explicó así a un grupo de 1.200 empresarios: «Un chino necesita fabricar y vender 10.000 millones de gorras, sin logo, para comprar un Boeing 747 americano (o un Airbus europeo).Cuando ese chino consiga fabricar y vender el 747, ¿podremos fabricar nosotros los 10.000 millones de gorras?». La respuesta es obvia. La solución que les dio, también: «A innovar, a innovar y a innovar». Y rápido.

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