domingo, 15 de febrero de 2009

El legado económico de los ayatolás / Alberto Priego *

Si bien es cierto que el Irán del Sha presentaba grandes deficiencias en el orden político y social, los Palahvi podían presumir de mantener una de las economías más avanzadas y eficientes de la región. Aunque los ayatolás pueden jactarse de haber implantado una estricta y cuestionable moral de la que carecían los Palahvi, no pueden decir lo mismo de la economía. La llegada de la Revolución Islámica ha supuesto un retroceso económico sin precedentes en la historia de Irán que puede ser entendido a la luz de la famosa frase de Jomeini: «La economía es para los burros». La explosiva mezcla de islamismo y socialismo sumió al país en un periodo de estancamiento económico reforzado por la ineficacia de unos planes quinquenales de funesto recuerdo.

La economía de la República Islámica puede ser dividida en cinco periodos. La primera fase sería la del crack revolucionario durante el que se producen las nacionalizaciones que siguieron al caos.La segunda etapa (1980-1988), la de la Guerra con Irak, fue el periodo más duro de su reciente historia, un periodo que afectó a las principales infraestructuras petrolíferas reduciendo su capacidad de extracción en un 40%. La tercera, la post-conflicto (1988-1997) supuso un cierto desarrollo económico, aunque menor del esperado por los bajos precios internacionales del crudo.La cuarta fase (1997-2005), la de la presidencia de Jatamí o la primavera de Teherán, es sin duda la etapa más exitosa en términos económicos con liberalizaciones, privatizaciones y la creación de un fondo para la diversificación económica (OSF).

En la actualidad, nos encontramos en una quinta fase que podemos denominar populista y en la que Ahmadineyad, lejos de solucionar los problemas de Irán, ha ahondado más en ellos. ¿Cuáles son estos problemas?

El primero y más importante es la dependencia del sector energético.Irán es uno de los países más ricos en recursos energéticos del mundo. Se trata del segundo productor de la OPEP y cuenta con el 10% de las reservas probadas de petróleo del planeta. Sin embargo, la excesiva confianza en los hidrocarburos provoca una fe suicida en su valor. De hecho, el 80% de los ingresos del Estado proviene de este sector, algo que durante los periodos de alza de precios es positivo, pero que se convierte en un arma de dos filos en las épocas menos favorables. Se calcula que para mantener un crecimiento positivo, el barril de petróleo no debería bajar de los 95 dólares, lo que se antoja difícil.

El segundo problema es el desfase tecnológico derivado de las sanciones internacionales. Irán es un país anclado en 1979 en lo que a tecnología se refiere y no puede explotar todos sus recursos energéticos. Incluso contando con la tecnología de la época del Sha, el régimen actual no es capaz de alcanzar la producción de los años 70 (6 millones de barriles/día) quedándose en una cifra muy inferior (4,2). Por paradójico que resulte, Irán necesita importar tanto gasolina como gas para satisfacer sus necesidades internas. Además, siendo el 15º productor mundial de automóviles, sus modelos son antiguos e intensivos en consumo de gasolina, lo que incrementa su necesidad de combustible.

En lo que al gas se refiere, a pesar de ser el segundo país en reservas probadas del mundo, necesita importarlo, principalmente de Turkmenistán. Irán trata de superar esta dependencia desarrollando joint-ventures con Rusia, China y Turquía en los pozos de Fars.

El tercer problema es la falta de liberalización. Debido a su carácter socialista revolucionario, Irán se configura como uno de los países del mundo donde el estado tiene una mayor presencia en la economía. Existen dos instituciones que impiden la liberalización de la economía: los Conglomerados Islámicos (bonyands) y los Guardianes de la Revolución. Mientras que los primeros son grandes moles administrativas que absorben ingentes cantidades de recursos del Estado, los segundos son una elite que controla la economía iraní, tanto la legal, asumiendo el control de las principales empresas, como el lucrativo negocio del contrabando de alcohol y gasolina. Los bonyands, los Guardianes de la Revolución y los comerciantes (bazaaris) fueron el principal obstáculo a los planes de liberación económica de Jatamí, ya que dependen del Líder Supremo y no del Majlis.

El cuarto problema es una mezcla de populismo e ineficacia encarnada en la figura de Ahmadineyad. Su llegada al poder en 2005 supuso un frenazo a la política económica de Jatamí. Frente a aquella, el actual presidente iraní se ha dedicado a derrochar las ganancias derivadas de los hidrocarburos subvencionando los alimentos, la gasolina y a aquella parte de la población que le es más favorable.Como consecuencia, la economía de Irán se encuentra en uno de sus peores momentos.

A modo de conclusión, después de 30 años de revolución islámica, Irán presenta un pésimo balance. La inflación alcanza el 30%, el desempleo el 12% y casi un 20% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. A esto se le suma una mayor dependencia del petróleo cuya producción se ha reducido en torno a un 30% respecto a los años 70. Así, podemos afirmar que la Revolución de los ayatolás ha sido un fracaso económico para Irán y presenta un futuro muy negro para un país con un pasado glorioso.

* Alberto Priego es investigador especialista en Oriente Medio en la Universidad de Londres.

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