domingo, 15 de febrero de 2009

Estímulos a la fuga / George F. Will *

Convencido de que a lo único a lo que América debe temer es a la escasez de miedo, el presidente ha advertido de que «el desastre» y «la catástrofe» son las únicas alternativas seguras a la aprobación casi instantánea de la legislación de estímulo. Uno se maravilla ante su seguridad más de lo que envidia su tutela sobre esta aventura.

La seguridad de una variante u otra nunca pasa por completo de moda en Washington. Hace 30 años, algunos conservadores estaban seguros de que sus recortes fiscales resultarían tan estimulantes que se financiarían por sí solos. Algunos progresistas están hoy seguros de que el gasto que defienden -en empleo ecológico, infraestructuras y todo lo demás- se sufragará por completo por sí mismo. Para los izquierdistas, «gasto en estímulo» es una categoría que ya no categoriza: Todo gasto es, están seguros, estimulante por fuerza.

En la ceremonia de apertura del curso académico en Yale en 1962, el presidente John F. Kennedy expresaba la recurrente confianza por parte de Washington en la capacidad de sustituir política por conocimiento. Como es tradicional, Kennedy deploraba «las etiquetas tradicionales» e insistía en que «las diferencias hoy» no implican enfrentamiento en los principios sino que solamente son «un tema de gradación».

Kennedy sostenía que «la gestión práctica de una economía moderna» es «básicamente un problema administrativo o ejecutivo». El Congreso no debe inmiscuirse.Dado que los asuntos de política son «cuestiones sofisticadas y técnicas» que exigen «respuestas técnicas, no respuestas políticas», a duras penas los profanos podían participar en el debate.

En diciembre de 1965, a pesar de llevar 19 años muerto, John Maynard Keynes disfrutaba, al igual que hoy, de una de sus resurrecciones recurrentes como reivindicador de la gestión pública de la economía que manipula «la demanda agregada». El rostro de Keynes aparecía en la portada de la revista Time y la noticia que lo acompañaba decía que los buenos tiempos habían vuelto de nuevo y lo habían hecho para quedarse.

El Presidente Lyndon B. Johnson estaba embarcado en la construcción del programa Great Society, asistido por legisladores que, escribía Time, «han utilizado principios keynesianos» para homogeneizar los ciclos económicos moderados y alcanzar la estabilidad de los precios: «Los gestores económicos de Washington analizaron estos repuntes a través de su fidelidad al mensaje central de Keynes» de que una economía moderna sólo puede funcionar «con la máxima eficacia» a través de «la intervención y la influencia» del Gobierno.

Así pues, los economistas han descendido henchidos de sus torres de marfil y ahora se sientan con confianza a la derecha de casi cualquier líder importante del Gobierno y la empresa, a donde son llamados con cada vez mayor frecuencia para pronosticar, planificar y decidir. Diez años más tarde, el «índice de miseria» -el índice de desempleo combinado con la tasa de inflación- estaba en el 19,9%, camino del 22% de 1980.

Hoy, de nuevo, se nos dice que «la política» no tiene lugar en el debate de la legislación tripartita de estímulo, que se compone de una parte de estímulo, una parte de ingeniería social de la izquierda, y una parte de comienzo de «remodelación» de la economía.Gary Wolfram, del Hillsdale College, observa que el tamaño del estímulo -la versión en el Senado es de 838.000 millones de dólares- es igual más o menos a la cantidad de divisa estadounidense en circulación, y es mayor de lo que fue el presupuesto federal entero hasta 1983.

Aún así, se dice que en el debate acerca de esta legislación integral -que concierne a lo que puede y debe hacer el gobierno, y en última instancia al tipo de régimen que tendrá América- la gente debería «trascender» (eso dice Larry Summers, asesor económico del presidente) la política. ¿Qué quedaría entonces del debate político para discutir?

Se dice que el insignificante apoyo republicano a la legislación de estímulo significa que el bipartidismo ha muerto. ¿Pero qué puede significar «bipartidismo» al referirse a una legislación que lo abarca casi todo?

John McCain estaba probablemente impaciente por volver al Senado como insignia del bipartidismo, un papel que viene disfrutando.Es, por lo tanto, una muestra de la imprudencia de los demócratas de la Cámara el que obligaran a que el debate de estímulo girase en torno a una propuesta de ley que McCain tacha de «hurto generacional».

El Gobierno Federal, con su separación de poderes y miríadas de mecanismos de bloqueo, no fue creado para la velocidad, sino para la seguridad. Eso está particularmente vigente porque, si los 838.000 millones de dólares se gastan ineficaz o destructivamente, el Gobierno no podrá decir «¡ay!» y afirmar que era un tiro de ensayo.

Los miembros del Partido Republicano en el Congreso sólo han retardado ligeramente la estampida del «¡Desastre! ¡Catástrofe!».No obstante, como escribía Anthony Trollope en una de sus novelas parlamentarias, «el mejor coche de caballos es aquel que puede frenar de manera constante la diligencia mientras rueda colina abajo».

Sin haber llegado aún a la tercera parte de los «primeros 100 días de gracia» del nuevo presidente, él y nosotros debemos recordar que no fue la explosión inicial de actividad de Franklin D. Roosevelt en 1933 la que introdujo la fórmula «100 días» en el vocabulario occidental. Fue la trayectoria frenética de Napoleón en 1815, que comenzó con su fuga de la isla de Elba y terminó cerca de la aldea belga de Waterloo.

* George F. Will es columnista de Newsweek, analista de la televisión ABC y Premio Pullitzer.

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