domingo, 15 de febrero de 2009

Irán 'celebra' los 30 años de una revolución que no funciona

TEHERÁN.- La crisis económica y financiera de los últimos meses, con el petróleo a menos de 50 dólares, obliga a los dirigentes iraníes -sea reelegido o no el presidente Ahmadineyad el próximo 12 de junio- a superar la confrontación con Occidente, según 'El Mundo'.

A diferencia de la URSS que heredó Mijail Gorbachov en los 80 y de la China que heredó Deng Xiaoping a finales de los 70, Irán, sometida a cinco resoluciones de sanciones multilaterales y a muchas más unilaterales, no es un país aislado.

Internet, las parabólicas y, sobre todo, la influyente diáspora (más de 2 millones de personas) han formado una opinión pública infinitamente más cosmopolita y heterogénea que la representada por la ultraderecha clerical, partidaria de mejorar las relaciones con Occidente y de aceptar la mano tendida por el nuevo presidente estadounidense, Barack Obama.

La mayor parte de los 72 millones de iraníes (2 de cada 3 son menores de 30 años) no puede entender cómo el tercer exportador de petróleo, que ha ingresado unos 100.000 millones de dólares anuales en los últimos tres años, es incapaz de atajar la inflación (rondando el 30% en 2008) y el paro (oficialmente del 10%, seguramente más del doble y entre los jóvenes cinco veces más) y de mejorar la renta personal, que no llega a los 2.500 euros anuales.

La inseguridad fiscal y jurídica, los elevados subsidios (el 25% del PIB), la dependencia del petróleo (entre un 65% y un 80% de sus ingresos por exportaciones), la necesidad de importar el 40% de la gasolina y de otros productos refinados que consume por falta de capacidad nacional para refinar y el gasto militar -secreto de estado que puede representar más del 30% del presupuesto si incluimos todas las bonyads- explican en parte la grave crisis económica del país a pesar del maná de petrodólares que ha recibido en los últimos años.

A esas cifras, siempre inexactas por la opacidad en que se mueve el sistema, hay que añadir la corrupción y el nepotismo alimentados por las sanciones internacionales y por la dualidad institucional, que, a pesar de elecciones multipartidistas presidenciales y generales regulares, impide distinguir responsabilidades.

El Majlis o Parlamento y la Presidencia son elegidos en procesos, con todos sus defectos, más plurales que en los países vecinos salvo Israel. El problema es que en la preselección de candidaturas y en las grandes decisiones del Legislativo y del Gobierno salidos de las urnas la última palabra la siguen teniendo la Asamblea de Expertos, el Consejo de Guardianes, la Guardia Revolucionaria y el Guía Supremo al margen de cualquier control democrático.

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