domingo, 1 de marzo de 2009

Amenazas a la expansión de la Unión Europea hacia el Este / Simon Tisdall *

Si la Unión Europea tiene una respuesta al intensísimo incendio financiero del este de Europa, se la está guardando para sus adentros. Sin embargo, cuanto más tiempo pierdan los estados miembro en abordarlo, mayor será el riesgo de que prenda una deflagración por todo el continente, y también el de un daño duradero a la aspiración, fundamental para la UE, de una unión más amplia y profunda.

Una reunión destemplada de los ministros de Relaciones Exteriores celebrada durante esta semana en Bruselas ha dado la impresión de ser un compendio de todo lo que no habría de hacerse y funciona mal en la UE. En lugar de abordar urgentemente la suspensión generalizada de pagos de la deuda pública de Hungría, el hundimiento de la producción de Polonia, las divisiones en las coaliciones de los países bálticos o las protestas callejeras en Ucrania, han perdido el tiempo debatiendo sobre la incomprensible disputa entre Eslovenia y Croacia acerca de un pesquero esloveno en el Adriático.

Los estados más ricos del occidente europeo, encabezados por Alemania, temen que la inestabilidad de los orientales pueda causar daños aún mayores a sus economías, que ya pasan por suficientes apuros. El volumen de créditos de un banco austriaco en la Europa del Este, por ejemplo, equivale a un 80%, aproximadamente, de todo el PIB de Austria. Los endeudados del Este van a tener que devolver a lo largo de este año 312.000 millones de euros que deben a los bancos occidentales, o el incendio se extenderá a todos los demás.

Sin embargo, la preocupación de que se extienda el contagio no ha impedido a la vieja Europa retrasar un plan de la Comisión Europea para invertir 5.000 millones de euros en energía y otros proyectos de infraestructura que formaba parte de un plan más amplio de estímulo de la economía por importe de 200.000 millones de euros que algunos miembros del Sur, como España y Grecia, alegan que favorece injustamente a los del Este. La principal preocupación del Reino Unido euroescéptico de Gordon Brown parece ser la de impedir que los recién llegados le vacíen los bolsillos.

En opinión de Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, la UE debería dirigir la operación de rescate de la Europa del Este. La Comisión Europea ya ha comprometido prácticamente la mitad de su fondo de emergencia de 25.000 millones de euros en ayudas a Hungría y Letonia, según se ha informado. Va a hacer falta mucho más. Sin embargo, los gobiernos de la UE más rica todavía tienen que soltar el dinero, mientras que el capital privado se mueve en dirección opuesta, puesto que los bancos occidentales reducen su exposición a los mercados del Este.

No está nada claro quién, aparte de los japoneses, deseosos siempre de agradar, va a aportar fondos al llamamiento realizado durante el fin de semana pasado por la UE, con el respaldo de Estados Unidos, para multiplicar por dos los recursos de que dispone el Fondo Monetario Internacional para operaciones de rescate.En todo caso, este gambito ha sido en sí mismo una prueba de debilidad política. Ha supuesto el reconocimiento indirecto de que Europa, en la que muchos de sus nuevos miembros (y dos de los antiguos, Gran Bretaña y Dinamarca) todavía no han adoptado el euro, carece de instituciones financieras en el ámbito de toda la Unión con poder para ofrecer medidas eficaces de rescate.

El financiero George Soros ha sostenido recientemente que esta crisis que se está desarrollando «ha demostrado de manera convincente las ventajas de una moneda común». Crear «un mercado de bonos públicos de la eurozona» ayudaría a constituir unos fondos de rescate que se necesitan con carácter apremiante, ha asegurado.Otros comentaristas también propugnan una rápida expansión de la eurozona, de modo que integre a países rezagados como Polonia.No obstante, aun en el supuesto de que estas ideas sirvieran de cortafuegos a la desastrosa situación de la Europa del Este, siguen siendo consideradas anatema en el plano político, por razones diferentes, en Gran Bretaña y Alemania.

Las ramificaciones políticas de las vacilaciones de la UE, en el caso de que no se resuelvan, son numerosas. Una es el presumible punto final definitivo a la ampliación hacia el Este, ya paralizada por el punto muerto del tratado de Lisboa. No sólo Serbia, cuya admisión está en suspenso en cualquier caso por su fracaso a la hora de detener al presunto criminal de guerra Ratko Mladic, sino también Montenegro, Macedonia, otros países balcánicos y Turquía han visto cómo en los últimos meses disminuían sus posibilidades de adhesión a la UE, mientras se ponían cruelmente de manifiesto las divisiones (económica, política, institucional y personal) de una Europa neurótica y esclerótica.

Grecia bloquea los avances de Macedonia porque no le gusta el nombre de su vecino; Eslovenia bloquea a Croacia por su obsesión con la pesca y Chipre bloquea a Turquía porque lo hace siempre.Entretanto, el presuntuoso Nicolas Sarkozy parece creer que sigue siendo Francia, en lugar de la menos influyente República Checa, la que todavía ostenta la presidencia de la UE.

Entre las futuras víctimas de este caos diplomático pueden contarse Armenia, Azerbaiján, Georgia, Moldavia, Bielorrusia y Ucrania, miembros posibles de la nueva «alianza europea» de la UE, cuya puesta de largo está prevista para marzo. El plan incluye una mayor cooperación en la seguridad, la economía y los intercambios comerciales, como parte de un ambicioso programa de consolidación de esos estados y de la democracia. A cambio, Europa espera ampliar su esfera de influencia, asegurarse unas rutas de transporte de energía no controladas por Rusia y, en términos más generales, reducir la influencia de Moscú en el antiguo ámbito soviético.Sin embargo, todo el plan podría estar en peligro por la confusión reinante en Bruselas en torno a la cuestión básica de qué se puede hacer con los problemas que aquejan en estos momentos a la Europa del Este (y cómo pagar lo que se haga).

Estos titubeos también están teniendo un impacto disgregador en los miembros de la UE ingresados más recientemente. Mientras que los estados más ricos han incrementado el gasto fiscal para mitigar la recesión, algunos de los nuevos miembros se están viendo obligados a acometer recortes presupuestarios.

«El sentimiento inmediato de impotencia de los europeos del centro y del este se mezcla con una sensación más profunda de que su modelo de crecimiento de los años posteriores a la Guerra Fría se ha ido al garete», ha manifestado Katinka Barysch, del Centro para la Reforma de Europa.

Según Barysch, «los factores de éxito en el pasado (apertura de mercados e inversiones y venta de bancos locales a otros de Europa) han vuelto vulnerables a estos países. La UE, que ha actuado como el gran pilar de las reformas, ha perdido influencia y credibilidad».

En otras palabras, la fe en la idea de una Europa unida y libre está en peligro de erosionarse. La crisis económica del 2009, que no es distinta de otras calamidades históricas anteriores, está poniendo en cuestión el futuro de una Europa unida.

(*) Simon Tisdall es columnista de The Guardian.

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