miércoles, 4 de marzo de 2009

Cautivos de la crisis / Antonio Casado

Sigue bajando la inversión, sigue bajando el consumo. Los motores del sistema, parados. Es lógico que bajen también los precios de bienes y servicios, incluidos los del petróleo, de la gasolina. Y del dinero mismo.

O sea, de las hipotecas, que es tal vez la única buena noticia entre tantas noticias desalentadoras sobre la marcha de la economía nacional. Y ninguna tan mala como la de esos casi tres y medio millones de españoles activos en paro, de los que una tercera parte ya no perciben ningún tipo de prestación por desempleo.

Son los números de la crisis. Apenas sirven para recrearnos en la morbosa descripción de los síntomas o, en su caso, para practicar el tiro al blanco contra el Gobierno y, en particular, contra el presidente Zapatero. Pero el diagnóstico no cambia. Las coordenadas siguen siendo las mismas: un contexto económico mundial en fase depresiva y una profunda crisis de confianza en las instituciones del sistema de libre mercado. La Banca, en general. El crédito, en particular.

La integración de la economía española en esas coordenadas deja un escasísimo margen de maniobra a nuestras autoridades, por no decir nulo, a la hora de tomar medidas orientadas a salir del bache. Lo que se le pueda ocurrir a Zapatero, o a cualquier otro presidente que ocupase ahora la Moncloa, es como dedicarse a tapar hoyos a puñados de arena en el desierto. O como orinar en las cataratas del Niágara.

Naturalmente que hay elementos endógenos, propios, no causados por las hipotecas basura de EE. UU., la quiebra de grandes instituciones financieras internacionales o, en general, las malas prácticas de estos últimos años. Son los consabidos fallos de nuestro modelo de crecimiento en estos últimos años. A saber: peso excesivo de la construcción, rigidez del mercado laboral, falta de competitividad, escaso peso de las nuevas tecnologías en el sistema, una reforma fiscal pendiente, etc.

Pero ninguno de esos elementos nacionales, solos ni combinados, son causantes de la parte de crisis internacional que nos está amargando la vida. Por tanto, una eficaz actuación sobre todos y cada uno de ellos, por muy diligente que fuera -no son problemas que se arreglen de hoy para mañana-, no serviría para cambiar el signo de la crisis, si el cambio no se produce a escala mundial. Dígase por derecho: de la crisis económica nacional saldremos cuando se salga de la crisis internacional.

Y mientras tanto, eso sí, podemos entretenernos con debates de menor cuantía sobre el voluntarismo de Zapatero o los efectos de los planes del Gobierno. En el Consejo de Ministros de este viernes, 6 de marzo, por cierto, habrá nueva entrega de medidas contra el paro. Todo ello envuelto en el consabido camuflaje semántico de Moncloa para anestesiar a la opinión pública y seguir retrasando el ruido de cacerolas. O sea, el estallido del malestar social, en forma de manifestaciones populares o la temida huelga generalizada.

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