martes, 3 de marzo de 2009

¿Crisis, qué crisis?, dicen algunos en Europa oriental

VARSOVIA.- Jerzy Staros recuerda las atrocidades que cometieron los nazis en las calles de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial y las estanterías vacías del comunismo. Por ello, no se siente particularmente abrumado por la actual crisis económica mundial.

"Yo sé lo que es una crisis. Esto no es una crisis", declaró Staros, quien tiene 81 años y vive de una pensión mensual del equivalente a 545 dólares. "Una crisis es cuando la gente no tiene que comer y pasa hambre en las calles".

La actitud de gente como Staros hace más tolerable el rechazo de los pedidos de ayuda para la región que hubo en la reciente cumbre de la Unión Europea.

La canciller alemana Angela Merkel descartó una propuesta del primer ministro húngaro Ferenc Gyurcsany de que se suministre asistencia a toda la región y los líderes de la UE también desoyeron pedidos de que el bloque que usa el euro acelere la incorporación de países cuya divisa ha estado perdiendo terreno.

Los reveses económicos de la región alimentan temores de que se produzcan una agitación social e incluso manifestaciones de xenofobia y extremismo, que anulen los progresos registrados desde la caída del comunismo o aumenten la separación entre las naciones ricas de la Unión Europea y las diez antiguas repúblicas comunistas que fueron admitidas en el bloque hace cinco años.

La crisis ya se hizo sentir con fuerza en Letonia, donde cayó la coalición de gobierno y hubo disturbios. Pero el malestar se ve diluido por disputas entre países de la región o la actitud resignada de la gente, que ha pasado por cosas mucho peores. Generalmente el blanco de las iras son los políticos locales y no se presta atención a lo que haga o deje de hacer la Unión Europea.

Todos estos factores han contribuido a que las tensiones no lleguen a un punto de ebullición y la gente se toma con calma las malas noticias económicas, que resultan poca cosa comparadas con las privaciones del comunismo o la tasa de desempleo del 20% de hace tan solo seis años. Ciudades como Varsovia y Praga, por otra parte, siguen floreciendo y generando la sensación de que la situación no es tan delicada.

La propuesta de Gyurcsany fue rechazada también por varios países de la propia Europa oriental con economías más robustas que las del resto, en particular Polonia y la República Checa, que tratan de diferenciarse de los demás.

Gyurcsany sostuvo que la crisis crediticia estaba creando un sismo en el bloque de 27 naciones, que amenaza desgarrar el continente. "No debemos permitir que surja una nueva Cortina de Hierro que divida a Europa", afirmó.

Algunos europeos orientales temen que los países de Europa occidental traten de salvarse a sí mismos y abandonen a su suerte a sus nuevos socios del sector oriental.

Michal Rostkowski, empleado bancario de 27 años de Varsovia, opinó que Europa oriental requiere mayor asistencia. Su banco planea hacer despidos y él teme perder su trabajo.

"Nos sentimos un poco traicionados por los viejos estados de la UE", se lamentó Rostkowski.

El malestar, no obstante, apunta hacia adentro, no hacia Europa occidental.

El ex primer ministro polaco Jaroslaw Kaczynski criticó al gobierno polaco por rechazar la propuesta húngara y dijo que esa actitud había "violado el principio de solidaridad" regional.

Y en el parlamento húngaro, el presidente del Foro Democrático, pequeño partido de centro-derecha, Ibolya David, la emprendió contra el gobierno socialista de Gyurscany, al que acusó de no promover las reformas necesarias para resistir la crisis.

David, quien en el pasado apoyó por momentos al gobierno minoritario de Gyurcsany, dijo que la reacción de la UE a la propuesta del primer ministro era un signo de que el bloque "ya no está dispuesto a financiar políticas que no van a ningún lado".

El analista político Gergely Boszormenyi-Nagy, del Instituto para una Perspectiva de Budapest, sostuvo que la falta de unidad entre los países de Europa oriental puede haber contribuido al rechazo de las propuestas de Gyurcsany.

"Dio la impresión de que algunos países, como Polonia y la República Checa, se sintieron ofendidos ante el esfuerzo de Hungría de agruparlos a todos en un bloque", señaló Boszormenyi-Nagy.

El sociólogo polaco Janusz Czapinski considera que sus compatriotas han sufrido tantas penurias desde la caída del comunismo en 1989, incluida una crisis en 1992 que dio lugar a despidos masivos, que el país está "vacunado" contra las situaciones extremas.

"Los polacos salieron de cada crisis fortalecidos, como si hubiesen sido inmunizados", expresó en el diario Polska. Al mismo tiempo, sin embargo, dijo que la generación más joven, que creció con el boom de los últimos años, puede ser una fuente de agitación social si las cosas siguen empeorando.

"La generación más joven no fue vacunada, la de personas de entre 24 y 34 años", expresó.

"Son siete millones de personas que pueden reaccionar con violencia si no se les da la posibilidad de cumplir sus ambiciosos objetivos. Esta gente es demasiado optimista y quiere hacerse rica pronto".

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