lunes, 2 de marzo de 2009

La responsabilidad de Asia / Alicia García-Herrero *

Aterrados por el efecto dominó de bancos y empresas colapsados, los ciudadanos de todo el mundo dirigen su mirada a Asia, y en particular a China, como posible salvación. Tal reacción habría parecido absurda hace muy poco puesto que sólo existía un posible motor de la economía mundial: EE UU.

La pregunta es si la esperanza que hemos depositado en Asia tiene algún fundamento. Para ello es necesario analizar de qué manera puede ayudar Asia a que la economía mundial salga del atolladero. La primera opción -y la más conocida- es el tirón de su demanda interna. Para que Asia pudiera salvarnos debería haber alcanzado ya el tamaño suficiente para que el consumo de sus ciudadanos y la inversión de Estados y empresas generaran importaciones suficientes para que el resto del mundo amortigüe su caída.

Por el lado del consumo, basta recordar que Asia emergente tiene una renta per cápita de poco más de 3.000 euros para que nuestras esperanzas se desvanezcan de inmediato. La situación es mejor en la inversión, puesto que el peso de Asia en la inversión mundial es mucho mayor que en el consumo. El problema es que esa inversión está muy ligada al sector exportador, por lo que parece difícil que se pueda mantener a no ser que la inversión estatal sea masiva.

El enorme paquete fiscal chino (16% del PIB entre 2009 y 2010) pretende justamente eso, ya que se ejecutará a través de un aumento de la inversión pública y no tanto con una reducción de la carga impositiva. Aun así, los paquetes fiscales anunciados en el resto de Asia distan mucho del chino y, lo peor, no hay mucha esperanza de que puedan emularlo, puesto que la holgura fiscal es escasa y, en algunos casos como India, inexistente.

Que la demanda interna asiática no nos vaya a salvar de ésta no quiere decir que Asia no pueda ser la solución por otro camino, la transferencia de ahorro. Dado que el origen de la crisis está en el creciente desequilibrio entre un endeudamiento excesivo de determinados sectores en algunas economías (especialmente, las familias estadounidenses) y el exceso de ahorro en otros (sobre todo, Asia y Oriente Próximo), parece evidente que la solución es el traspaso de ese exceso de ahorro a las zonas del mundo más endeudadas de la manera más eficaz posible.

Por eficaz entiéndase mejor inversión del ahorro, aumentado así la productividad global. A pesar de que el crecimiento de Asia en los últimos años podría hacer pensar que la inversión de su ahorro fuera de la región resultaría menos rentable, la evidencia es otra. El motivo de la baja rentabilidad del ahorro en Asia, en especial en China, es la ineficaz intermediación del mismo en los sectores menos productivos.

Las elevadísimas tasas de crecimiento de la economía china en realidad se han producido a pesar del funcionamiento del sistema financiero y no gracias a él. De hecho, con el enorme tamaño de su sistema financiero -alimentado por la elevadísima tasa de ahorro-, China debería haber crecido mucho más rápido de lo que lo ha hecho en los últimos años. Parece, por tanto, razonable para China, y sin duda necesario para el resto del mundo, que Asia ofrezca su ahorro al resto del mundo en los sectores con mayor potencial de crecimiento.

En ese sentido, un movimiento coordinado de inversión en Occidente por parte de los fondos soberanos y los bancos centrales detentores de las mayores reservas internacionales del mundo tendría una probabilidad mayor de parar este terrible efecto dominó que la mayoría de los países occidentales.

(*) Alicia García-Herrero es economista jefe de mercados emergentes de BBVA en Hong

Kong.- www.elpais.es

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