domingo, 29 de marzo de 2009

Los líderes mundiales del G-20 se reúnen desde el miércoles en Londres

MADRID.- Los líderes mundiales de los países del G-20 se reúnen esta semana en Londres con el compromiso de adoptar toda medida necesaria para salir de la recesión y refundar la arquitectura financiera mundial, y con la incógnita de si Estados Unidos y la Unión Europea acercarán sus posiciones lo suficiente, ya que la apuesta de Washington por incrementar el gasto público se encuentra con la preocupación de Bruselas sobre la sostenibilidad fiscal a largo plazo.

Tanto Alemania como Francia y la Comisión Europea subrayan el esfuerzo que han hecho ya los países comunitarios con sendos planes de estímulo nacionales coordinados y pretenden que los esfuerzos se centren en propuestas para crear un sistema integrado de supervisión, acotar los sueldos de los banqueros y establecer criterios más duros a los bancos y a las agencias de rating en su actividad.

Por su parte, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que asistirá en Londres a su primer gran encuentro internacional, aboga por enfocar más las medidas en planes de reactivación que impliquen más esfuerzo del Estado. No obstante, el mandatario norteamericano ha desmentido reiteradamente que existan bandos enfrentados en el seno del G-20 y se declara también partidario de regular más los mercados financieros.

Los jefes de Estado, ministros de Finanzas y banqueros centrales de los países del G-20 se dan cita para luchar contra el peor escenario económico visto desde la Segunda Guerra Mundial, desencadenado por el contagio de las hipotecas 'subprime' estadounidenses, cuyas consecuencias han acabado por enfermar a todo el globo, primero a los sistemas financieros, y después a las economías reales, poniendo de manifiesto graves carencias de supervisión y regulación.

La necesidad de inculcar criterios morales a las prácticas financieras se presenta como otro punto de coincidencia en la cumbre de Londres que, aunque difícil de aplicar, persigue acabar con el oscurantismo reinante en parte del sector financiero que amparó la creciente avaricia de los banqueros que asumieron excesivos riesgos a cambio de la obtención de jugosos beneficios personales a corto plazo.

Los países que representan el 85% de la producción mundial acuden a este encuentro histórico con el convencimiento de que la actual crisis económica es la primera de la era de la global, por lo que ningún país puede afrontarla en solitario y es vital revigorizar el crecimiento económico y del empleo en su conjunto, por lo que, en teoría, no caben medidas proteccionistas, aunque sí algún freno a los efectos de la globalización.

Según las declaraciones conjuntas de las reuniones preparatorias de la cumbre, la máxima prioridad de los miembros del G-20 es restaurar un adecuado flujo de crédito, para lo que se abordarán los problemas del sistema financiero mediante el apoyo a la liquidez del sistema, la recapitalización de bancos y la gestión de los activos tóxicos, todo ello dentro de un marco común.

Dentro de las medidas para evitar que vuelva a producirse un escenario económico y financiero tan oscuro como el actual figura la introducción de fórmulas que permitan a las instituciones financieras distinguir entre los buenos y malos ciclos y acumular reservas, así como avanzar en la cooperación internacional y en los ejercicios de alerta temprana para no dejar crecer los problemas y atajarlos a tiempo, y vigilar mejor las agencias de rating.

Regular los paraísos fiscales de cara a su eliminación futura, y los 'hedge funds' o fondos de inversión de alto riesgo, son algunos de los aspectos a abordar en el diseño de la nueva estrategia de supervisión, así como la generalización de medidas anticíclicas como las desarrolladas por el Banco de España a través de las provisiones genéricas, que se engordan en tiempos de bonanza para afrontar mejor los momentos difíciles.

Reforzar las competencias y ampliar las aportaciones al Fondo Monetario Internacional (FMI) con el fin de acelerar su capacidad de respuesta es una iniciativa que cuenta con un elevado grado de consenso y que podría concretarse en una aportación global de 250.000 millones de dólares, de los que 100.000 corresponderían a Japón, 75.000 corresponderían a Estados Unidos, y otros 75.000 millones a la UE, dentro de los cuales figuran los 3.000 millones que serían aportados por España.

Los participantes en la cumbre ya han coincidido en la necesidad de comprometerse con las dificultades de las economías emergentes y los países en desarrollo para ayudarles a afrontar el gran cambio que se ha producido en los flujos internacionales de capital y ven urgente aumentar de forma muy sustancial los recursos de las instituciones financieras internacionales, y dar más voz a los países más pobres en estos organismos.

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