domingo, 19 de abril de 2009

El espejismo económico de Obama / Robert J. Samuelson *

La visión de Barack Obama de la economía estadounidense del siglo XXI no es ningún secreto. Para él, los norteamericanos seremos líderes mundiales en tecnologías verdes para detener el calentamiento del planeta. Los avances médicos punteros servirán para mejorar nuestro bienestar y controlar el gasto médico, y nos permitirán ampliar la protección sanitaria. Estas inversiones en energía y sanidad, así como en educación, reanimarán la economía y crearán millones de puestos de trabajo nuevos bien remunerados para los estadounidenses de clase media.

Es un panorama retórico deslumbrante que entusiasma a los jóvenes y casa con el humor actual del país, que culpa a la codicia capitalista de la crisis económica. Obama promete metas de interés colectivo y una prosperidad compartida de forma más amplia. El problema radica en que la realidad, llevada a la práctica, podría no funcionar igual de bien que en los discursos de Obama. Aun así, los congresistas demócratas avanzan inasequibles al desaliento para contener el calentamiento del planeta y alcanzar la cobertura médica prácticamente universal. No debemos dejarnos llevar como ganado hasta cambios de gran envergadura que guardan escasa relación con la crisis de hoy.

Lo que propone Obama es una economía posmaterial que restará énfasis a la producción de bienes y servicios privados en permanente ascenso, controlando el rumbo que toma la economía con vistas a alcanzar metas sociales amplias. En el proceso, invalida la lógica estándar del progreso económico.

Desde los albores de la Era Industrial la constante ha sido producir más con menos. Productividad, en jerga económica. Los mercados de consumo de ropa, coches u ordenadores se desarrollaron porque el descenso de los costes amplió la producción y el estándar de vida mejoró. Por el contrario, la lógica de la economía posmaterial es la diametralmente opuesta: obtenga menos por más. Considere el calentamiento del planeta. La piedra angular de la agenda de Obama es un programa de intercambio de emisiones, lo que, en la práctica, sería un impuesto a los combustibles fósiles (petróleo, carbón, gas natural). La idea es elevar sus precios para que hogares y empresas consuman menos o se pasen a fuentes de energía alternativas y más caras, como la energía solar. En general, gastaremos más en energía y obtendremos menos.

La historia de la sanidad es similar, aunque la causa es distinta.Cada vez gastamos más para pagarla (el 21% del consumo personal, según el economista Gary Burtless) y obtendremos, al parecer, cada vez menor rentabilidad en términos de mejora de la salud.Esto es en gran medida resultado de nuevas tecnologías caras y la consecuencia imprevista de la compensación del seguro, que fomenta la realización de pruebas, exámenes y visitas al médico innecesarias. Ampliar la protección sanitaria podría agravar el problema. Muchos de los que hoy no tienen seguro reciben la atención sanitaria de manera gratuita o bien no necesitan nada especial por ser jóvenes (el 40% tiene entre 18 y 34 años).

Juntas, sanidad y energía constituyen cerca de la cuarta parte de la economía estadounidense. Si sus costes ascienden, obligarán a reducir los gastos no relacionados. Las políticas del presidente podrían, como dice él, crear puestos de trabajo ecológicos bien remunerados o plazas médicas. Pero si es así, van a destruir empleo en los demás sectores. Piense en ello. Si usted gasta más en gasolina o electricidad -o en las pólizas de seguro médico- entonces gastará menos en otras cosas, desde cenar fuera a las reformas en casa. Los empleos de esos sectores pagan la factura.

Los pronósticos dicen que los costes de la energía y la sanidad pueden subir sin generar grandes mejoras en términos de beneficios materiales. Eso no es progreso económico. Compensar las subidas de la factura energética a los hogares con dinero público no soluciona el problema de las rentas asfixiadas. Teniendo en cuenta el considerable e insostenible déficit presupuestario de hoy en día, algunos impuestos más tendrán que subir o algún programa tendrá que recortarse.

¿Y los beneficios colectivos? Lo que define a la economía posmaterial es la creciente disposición al sacrificio del beneficio en metálico en aras del beneficio psíquico (sentirse bien). Hay quien pagará con satisfacción precios más elevados por la energía si piensa estar salvando el planeta. Algunos aceptarán impuestos más altos si creen estar mejorando la sanidad o la educación de los pobres.Pero, desafortunadamente, estos beneficios psíquicos podrían estar basados en fantasías.

¿Qué sucede si las reducciones estadounidenses en las emisiones de gases de efecto invernadero son compensadas por el aumento de las emisiones chinas? ¿Qué sucede si más sanidad se traduce solamente en avances modestos en la salud de la población? Obama y sus aliados han huido de estas preguntas. Han dado la impresión de que, de alguna manera, unos avances tecnológicos mágicos producirán energías limpias que también serán baratas. Puede que suceda, pero no ha sucedido aún. Han hablado con tanta frecuencia de la necesidad de controlar el derroche sanitario que han dado a entender que realmente han descubierto la forma de hacerlo.Quizá la encuentren, pero aún no lo han hecho.

No podemos levantar una economía productiva sobre unos cimientos de sanidad y energías verdes. Estos programas generarán obligaciones para muchos y beneficios para unos cuantos. De hecho, sus debilidades podrían retroalimentarse entre sí, dado que un mayor gasto sanitario exige más impuestos que son satisfechos a través de condiciones más difíciles de intercambio de emisiones.

Necesitamos cambios en las formas de vigilar el derroche sanitario y promover el consumo energético eficiente. Desde hace tiempo vengo defendiendo el uso de un impuesto a la gasolina por motivos de seguridad nacional. Pero la visión de renovación económica de Obama es en su mayor parte un espejismo interesado.

(*) Columnista del diario The Washington Post

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