domingo, 24 de mayo de 2009

El fortalecimiento de las instituciones europeas / Marek Belka y Helge Berger*

En Europa, la comunidad de gobiernos e instituciones ha crecido y evolucionado con rapidez en la última década, un período de bonanza económica extraordinaria hasta el comienzo de la crisis. La pregunta es en qué medida funciona ante una tormenta económica de proporciones históricas. ¿Tenemos suficiente Europa? La respuesta, hasta el momento, es más bien negativa.

El aspecto positivo es que el Banco Central Europeo (BCE), la Unión Europea e, individualmente, los gobiernos de esta región fuertemente integrada han adoptado medidas sin precedentes que han contribuido a impedir un colapso directo del sector financiero e incluso haber tenido consecuencias más tremendas para el crecimiento económico y el empleo.

No obstante, al mismo tiempo, la crisis ha revelado una importante falta de coordinación que está poniendo en peligro la efectividad de la respuesta de la política europea en casi todas las áreas importantes para una rápida recuperación y que también puede haber favorecido la propia crisis.

La falta de coordinación es más evidente si cabe en el sector financiero, donde, antes de la crisis, los reguladores y supervisores nacionales, como grupo, perdieron la oportunidad de controlar las instituciones regionales. Algunos de los problemas existentes eran que las entidades transfronterizas no compartían la suficiente información y que había una falta de regulación macroprudencial (relativa, por ejemplo, a los requerimientos de capital y a las provisiones para insolvencias anticíclicas).

Algunos de estos problemas ilustran claramente la sencilla verdad de que nunca debería permitirse que la coordinación en materia de regulación y de supervisión vaya sistemáticamente a la zaga de la integración de los mercados financieros.

Inevitablemente, la falta de coordinación también dificultó (y sigue entorpeciendo) los esfuerzos por resolver la crisis. El Banco Central Europeo ha dado un audaz paso adelante y ha inyectado liquidez en la zona del euro y en algunos países europeos. Sin embargo, esto de poco o nada sirve para solucionar la recesión. La lista de medidas pendientes sigue siendo extensa y en ella se incluyen el reconocimiento de la totalidad de las pérdidas, la realización de pruebas de tensión coherentes y la recapitalización de las instituciones viables así como la resolución de las que no lo sean.

Pero a pesar de que se intensifica el debate con un enfoque europeo, la mayor parte de esta agenda sigue centrándose directamente en las autoridades nacionales, lo que puede resultar contraproducente. Actualmente, sin un enfoque organizado y a escala de toda la región, podría limitarse seriamente la efectividad de los esfuerzos para combatir la crisis y podrían crearse problemas políticos en el momento equivocado.

Un primer ejemplo de ello fue la introducción descoordinada de los fondos de garantía de depósitos bancarios, que generó una redistribución repentina de los depósitos y acusaciones de políticas de empobrecimiento del vecino y de proteccionismo financiero. A muy corto plazo, habría que intensificar las medidas de cooperación individualizadas, pero también urge avanzar -y con rapidez- en el establecimiento futuro de un marco de estabilidad financiera europeo que sirva para coordinar la regulación, la supervisión y la gestión -en caso de que estalle una crisis- en toda la región.

Pero la coordinación también es escasa en lo que respecta a las políticas macroeconómicas. El Banco Central Europeo ha recortado las tasas de interés y contempla otras medidas de relajación para la zona del euro. Sin embargo, el apoyo a las economías emergentes de Europa ha sido menos sistemático, aunque los beneficios de los swaps de divisas y la clarificación de la hoja de ruta del euro para los nuevos Estados miembros parecen importantes. También sería útil mejorar la coordinación de las medidas nacionales en el ámbito fiscal, dada la escasez de las arcas fiscales de la Unión Europea.

La aplicación simultánea de medidas de estímulo y la gestión conjunta del gasto de inversión (por ejemplo, de proyectos de infraestructuras europeas comunes) aumentará su efectividad. De cara al futuro, es igualmente esencial que Europa avance en el logro de la sostenibilidad fiscal, pues la región todavía se enfrenta a un rápido envejecimiento de la población y necesita asegurarse de que las finanzas públicas no queden devastadas por la crisis actual.

La integración de las economías del continente ha sido una historia de enorme éxito en los últimos años, y la actual tormenta económica ofrece la oportunidad de fortalecer y reforzar algunas de sus instituciones, oportunidad que no debería desaprovecharse. Como ya ha mostrado la crisis, necesitamos más Europa, no menos.

(*) Marek Belka es director del Departamento de Europa del FMI y Helge Berger es subjefe de División

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