domingo, 17 de mayo de 2009

El Imperio del Carbono / Paul Krugman *

He visto el futuro, y no va a funcionar. Éstos deberían ser tiempos de esperanza para los defensores del medio ambiente. La ciencia basura ya no impera en Washington. El presidente Obama ha hablado de forma enérgica sobre la necesidad de tomar medidas contra el cambio climático; la gente con la que hablo tiene cada vez más confianza en que el Congreso apruebe pronto un sistema de incentivos económicos que limite las emisiones de gases de efecto invernadero, y que los límites vayan siendo más estrictos con el paso del tiempo. Y una vez que Estados Unidos actúe, podemos esperar que gran parte del mundo siga sus pasos.

Pero esto deja sin resolver el problema de China, donde he pasado casi toda la semana pasada. Como todas las personas que visitan China, me he quedado pasmado con la escala de desarrollo del país. Incluso los aspectos molestos (gran parte de mi tiempo lo he pasado contemplando la Gran Muralla del Tráfico) son subproductos del éxito económico del país. Pero China no puede seguir por el mismo camino, porque el planeta no es capaz de soportar esa presión.

El consenso científico sobre las perspectivas del calentamiento global se ha vuelto mucho más pesimista durante los últimos años. De hecho, las últimas previsiones de reputados expertos en clima rayan en lo apocalíptico. ¿Por qué? Porque la velocidad a la que están aumentando las emisiones de gases de efecto invernadero iguala o supera las peores previsiones. Y el aumento de las emisiones procedentes de China (que ya es el mayor productor mundial de dióxido de carbono) es uno de los principales motivos de este pesimismo.

Las emisiones de China, que proceden en su mayoría de las centrales eléctricas en las que se quema carbón, se han duplicado entre 1996 y 2006. Este ritmo de crecimiento ha sido mucho más rápido que en la década anterior. Y la tendencia parece que va a mantenerse: en enero, China anunciaba que planeaba seguir dependiendo del carbón como su principal fuente de energía y que, para sostener su crecimiento económico, aumentaría la producción de carbón en un 30% de aquí al año 2015. Ésta es una decisión que por sí sola contrarrestará cualquier reducción en las emisiones que se lleve a cabo en cualquier otro sitio.

Así que, ¿qué se debe hacer respecto al problema de China? Los chinos dicen que nada. Cada vez que he sacado el tema a relucir durante mi visita, me he topado con indignadas declaraciones sobre lo injusto que era esperar que China limitase el uso de los carburantes fósiles. Afirmaban que, después de todo, Occidente no ha tenido que padecer restricciones similares durante su época de desarrollo; aunque China sea la mayor fuente mundial de emisiones de dióxido de carbono, sus emisiones per cápita siguen estando muy por debajo de los niveles estadounidenses; y, en cualquier caso, la mayor parte del calentamiento global que ya se ha producido no es culpa de China, sino de los gases que en el pasado emitieron los que ahora son países ricos.

Y tienen razón. Es injusto esperar que China viva sometida a restricciones que nosotros no tuvimos que afrontar cuando nuestra economía iba hacia arriba. Pero esa injusticia no cambia el hecho de que permitir que China iguale el anterior libertinaje occidental supondrá una condena para la Tierra tal como la conocemos.

Dejando a un lado la injusticia histórica, los chinos también han insistido en que no se les debería hacer responsables de los gases de efecto invernadero que emiten al producir bienes para los consumidores extranjeros. Pero se niegan a aceptar la implicación lógica de ese punto de vista: que la carga recaiga entonces sobre esos consumidores extranjeros; que los compradores que adquieran productos chinos paguen una tarifa de carbono que sea un reflejo de las emisiones asociadas a la producción de esos bienes. Según los chinos, eso sería una violación de los principios del libre comercio.

Lo sentimos, pero las consecuencias que la producción china tiene para el cambio climático tienen que reflejarse en algún sitio. Y en cualquier caso, el problema de China no es lo mucho que produce, sino la forma en que lo produce. Recuerden que ahora China emite más dióxido de carbono que Estados nidos, a pesar de que su PIB es sólo la mitad de grande (y Estados Unidos, a su vez, es un monstruo de las emisiones en comparación con Europa o Japón).

La buena noticia es que la propia ineficacia de China en su uso de la energía brinda enormes oportunidades de mejora. Con las políticas adecuadas, China podría seguir creciendo rápidamente sin incrementar sus emisiones de carbono. Pero primero tiene que darse cuenta de que es necesario cambiar de política.

En algunas declaraciones procedentes de China hay indicios de que los responsables políticos del país están empezando a darse cuenta de que su postura actual es insostenible. Pero sospecho que no se dan cuenta de lo deprisa que todo el juego está a punto de cambiar.

A medida que Estados Unidos y otros países desarrollados empiecen por fin a actuar frente al cambio climático, también sentirán que tienen más poder moral para enfrentarse a aquellos países que se nieguen a tomar medidas. Antes de lo que la mayoría de la gente piensa, los países que se niegan a limitar sus emisiones de gases de efecto invernadero se enfrentarán a sanciones, probablemente en forma de impuestos sobre sus exportaciones. Se quejarán amargamente de que eso es proteccionismo, pero ¿y qué? La globalización no tiene mucho de bueno si el propio globo se convierte en un lugar inhabitable.

Ha llegado la hora de salvar el planeta. Y, le guste o no, China tendrá que contribuir a ello.

(*) Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008

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