domingo, 17 de mayo de 2009

Europa, economía y valores / Josep Borrell *

Decididamente, una profunda recesion acompañara a las elecciones europeas. Los hechos están dando razón a los que habíamos temido que la factura de la crisis sería para Europa más dura que para EEUU. Los últimos datos confirman el desplome de la economía alemana, que arrastra al conjunto de la eurozona. Mucho peor es la situación de los que no cuentan con el escudo protector del euro, especialmente en los países bálticos.

La caída del PIB alemán del 3,8% en el primer trimestre de este año (1,6% en EEUU y 1,8% en España) es la más grave desde que en 1970 se empezó a calcular este dato. El hundimiento de las exportaciones, consecuencia de la caída de la demanda mundial, hace más que creíble el escenario negro de una caída anual del 6%, lo nunca visto desde el final de la II Guerra Mundial.

Se acabó la teoría del decoupling entre las economías europeas y americana que, apenas un año atrás, hacía que algunos sacaran pecho creyendo que no hacían falta grandes planes de relanzamiento público y que el sistema financiero europeo no había caído en los excesos del otro lado del Atlántico. Ahora las esperanzas están puestas en la recuperación que pueda venir de EEUU y del efecto que los 80.000 millones de euros de gasto público puedan tener sobre la demanda interna.

El paro y los déficits públicos aumentan a medida que la actividad disminuye. En Alemania el paro ha crecido mucho menos que en Francia, y no digamos que en España, porque su sistema laboral hace que el paro sea un indicador retrasado, el empleo es menos precario y los despidos se retrasan gracias al trabajo a tiempo parcial. Pero los próximos meses serán malos y el déficit público ya refleja la caída de ingresos y el aumento de gastos dirigiéndose a los 50.000 millones de euros este año y 90.000 el que viene, cifras también inéditas en la historia de la República Federal.

Así pues, nuestros males no son sólo culpa de Zapatero, ni son sólo nuestros, sino que responden a las consecuencias de una recesión mundial de la que sólo se saldrá si el impulso keynesiano es lo suficientemente fuerte y creíble para volver a poner en marcha el circuito económico. Y en ello se deberían centrar estas elecciones europeas, ya que el Partido Socialista presenta en su manifiesto un plan de relanzamiento mucho más fuerte que el aplicado hasta ahora por la mayoría de gobiernos de centro derecha y un conjunto de medidas de política económica para la creación de empleo que deberían ser objeto de debate.

Pero si la economía europea va mal, también los valores sobre los que decimos que se basa nuestra identidad y los principios sobre los que se ha construido la Unión están sometidos a dura prueba en estos tiempos de crisis.

Así, el pasado domingo, Italia, un país firmante del pacto europeo sobre la emigración y el asilo aprobado el pasado otoño, ha interceptado en alta mar a 500 emigrantes y los ha enviado directamente a Libia, que no es firmante de la carta de las Naciones Unidas sobre la emigración, y no tiene sistemas reconocidos de protección y asilo, sin que su situación con respecto al derecho de asilo haya sido analizada. Algunos de ellos provienen de Somalia y Etiopía, donde su vida puede correr peligro.

Es la primera vez que esto ocurre. Se trata de un salto cualitativo en la política europea de emigración y asilo. Es la consecuencia del pacto de "amistad" firmado entre Berlusconi y M. Gaddafi por el cual Libia acepta recibir los emigrantes interceptados en alta mar y encargarse de su expulsión a sus países de origen a cambio de una ayuda de 5.000 millones de dólares.

Se hace así realidad la propuesta que en su día rechazó el Parlamento Europeo de "externalizar", mediante la correspondiente compensación económica, en los países de nuestra periferia, como Marruecos y Libia, la retención de los emigrantes ilegales que intentan llegar a Europa y la expulsión a sus países de origen.

Italia es la que actúa, pero el resto de países, nórdicos incluidos, guardan un silencio cómplice para unos e incómodo para otros. Ante las actitudes de unos y de otros cabe preguntarse qué queda de la proclamada voluntad de construir una "Europa del asilo" que permita compartir las cargas que implica el ejercicio de ese derecho humanitario.

Ciertamente, la presión migratoria que reciben Italia y España, o en mayor medida aún Malta, necesita una acción concertada para hacerle frente sin tener que tirar por la ventana el principio, reconocido internacionalmente desde el fin de la guerra mundial, de proteger a todo ser humano que escapa de una persecución. Ciertamente, el Gobierno italiano puede hace valer que el número de llegadas a la isla de Lampedusa casi se han doblado en un año, de 20.000 a 37.000.

Así, para el ministro italiano del Interior el domingo fue un gran día para la lucha contra la emigración clandestina. Para Médicos sin Fronteras, un retroceso terrible indigno de Europa. Para el Alto Comisario de las Naciones Unidas para los refugiados, una violación de los acuerdos internacionales suscritos por Italia. Para el comisario Barrot, responsable de las políticas de justicia e interior, una respuesta evasiva mientras se va a Libia a conocer la situación y tratar de evitar "nuevos dramas".

Ciertamente, sería bueno que los demandantes de asilo no tuvieran que arriesgarse al peligro de una travesía en manos de traficantes de seres humanos. Pero es difícil creer que en el contexto autoritario del régimen libio se pueda ejercer una demanda de asilo como en Europa. Ciertamente, es más fácil preocuparse por este tipo de soluciones expeditivas cuando el problema no te afecta. Siempre ha sido más fácil predicar que dar trigo, pero lo ocurrido demuestra que la fuerza moral de las prédicas europeas no es suficiente para entre todos arbitrar soluciones que preserven nuestros principios.

De esto también deberíamos discutir en estas elecciones.

(*) Josep Borrell es ex presidente del Parlamento Europeo

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