domingo, 24 de mayo de 2009

Irlanda, el «mejor país para vivir», se asoma a la bancarrota


DUBLÍN.- Corre un chiste por Dublín (el humor irlandés no está en crisis): «¿En qué se parecen Irlanda e Islandia? En dos letras y seis meses». Efectivamente, estos dos países están entre los tres más afectados por la recesión en todo el mundo, según el premio Nobel Paul Krugman, y corren serio riesgo de entrar en bancarrota.

Ocurre que Irlanda fue, también, ejemplo en los buenos tiempos. La revista The Economist se refirió en el 2004 al tigre celta como «el mejor país para vivir del planeta». En 1973, cuando entró en la UE, el vecino celta era el socio más pobre, con una renta que apenas llegaba al 40% de la media, un paro del 20% y con la mitad de población que en el siglo XIX (único caso en el mundo desarrollado). En la década de los noventa creció a un 9% de media (iniciado el nuevo siglo, se mantuvo por encima del 7%).

El resultado del milagro irlandés fue que a mediados del 2007, cuando se produjo el batacazo de las subprime , en Wall Street, el país era el quinto más rico del mundo (según el FMI), su renta superaba en un 140% a la media de la UE, la productividad de sus trabajadores cuadriplicaba a la de los socios comunitarios, y era el mayor exportador de software del planeta, tras superar a EE.UU.

Las claves del éxito son conocidas: en 1987, Gobierno, oposición, empresarios y sindicatos firmaron el Plan de Desarrollo Nacional, que garantizaba que el 13% del gasto público siempre iría destinado a educación (dos decenios después, el 90% de los chavales acaban secundaria). Bruselas apuntaló el despegue con euros (40.000 millones de transferencias directas desde 1973, la mitad de lo recibido desde 1986 por España, que tiene diez veces más habitantes).

El siguiente paso fue reducir el impuesto de sociedades al 12,5%. La educación de los jóvenes (el 40% de la población), los bajos salarios, el idioma de Shakespeare, los vínculos con EE.?UU. y el calentamiento de la economía global hicieron el resto.

Entre 1997 y el 2006 entraron en el país 88.000 millones de dólares de inversión extranjera. Quinientas multinacionales, la mayoría norteamericanas, utilizaron la isla esmeralda para entrar en el mercado europeo, una suculenta tarta de 480 millones de consumidores.

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