domingo, 24 de mayo de 2009

La traición de las aseguradoras / Paul Krugman*

No ha tardado mucho. No han pasado ni dos semanas desde que gran parte del sector médico-industrial organizase un gran espectáculo por el hecho de colaborar con el presidente Obama en la reforma del sistema de atención sanitaria, y la traición ya ha hecho acto de presencia.

De hecho, ahora está claro que hasta cuando se reunieron con el presidente, fingiendo estar dispuestos a cooperar, las aseguradoras se estaban preparando para desempeñar la misma función destructiva que desempeñaron la última vez que la reforma sanitaria estuvo presente en el programa político.

Así que la pregunta es: ¿quitará Obama importancia a la realidad de lo que está sucediendo y tratará de guardar una apariencia de cooperación, o hará honor a su promesa, hecha durante la campaña, y continuará con la ofensiva contra los grupos de interés si éstos se interponen en el camino de la reforma?

Ésta es la historia hasta la fecha: el 11 de mayo, la Casa Blanca convocó una rueda de prensa para anunciar que organizaciones importantes del sector de la atención sanitaria, entre las que estaban la asociación de hospitales estadounidenses y el grupo de presión formado por los planes de seguros sanitarios de EE UU, se habían unido para contribuir a la iniciativa nacional de controlar los precios de la atención sanitaria.

Hay que señalar que la hoja informativa de la reunión era típica de Obama por su mensaje de pospartidismo y, bueno, esperanza. "Durante demasiado tiempo, la política y el afán por anotarse puntos han impedido a nuestro país hacer frente a esta crisis, cada vez mayor", decía. Y añadía: "El pueblo estadounidense está impaciente por dejar atrás las viejas costumbres de Washington".

Pero tan sólo tres días después, la asociación de hospitales insistió en que, de hecho, no había prometido lo que el presidente decía que había prometido, es decir, que no se había comprometido con el objetivo gubernamental de reducir el ritmo al que está aumentando el precio de la asistencia sanitaria, que es de un 1,5% al año. Y la cabeza visible del grupo de presión de las aseguradoras afirmó que la idea era simplemente "intensificar" el ahorro, sea lo que sea lo que eso signifique.

Mientras tanto, el sector de las aseguradoras no deja de presionar al Congreso para que bloquee un elemento crucial de la reforma del sistema de asistencia sanitaria: la opción pública; es decir, ofrecer a los estadounidenses el derecho a contratar su seguro directamente con el Gobierno, además de con las empresas aseguradoras privadas. Y al menos algunas aseguradoras se están preparando para una campaña de difamación a gran escala.

El lunes, tan sólo una semana después de hacerse la foto en la Casa Blanca, The Washington Post informaba de que Blue Cross Blue Shield, de Carolina del Norte, estaba preparándose para lanzar una serie de anuncios atacando la opción pública. La planificación de esta campaña publicitaria debe de haber empezado hace ya bastante tiempo.

The Post tiene los guiones gráficos de los anuncios, y están en la misma línea que los infames anuncios de Harry y Louise que contribuyeron a acabar con la reforma de la asistencia sanitaria en 1993. Se muestra a estadounidenses desesperados a los que unos burócratas gubernamentales sin rostro les niegan la posibilidad de elegir médico o les obligan a esperar meses para conseguir una cita.

Es una imagen aterradora que podría tener algún sentido si los seguros sanitarios privados (que hoy día actúan principalmente a través de organizaciones de mantenimiento de la salud) nos ofreciesen a todos la posibilidad de elegir libremente a los médicos sin tener que esperar para ser atendidos. Pero mi seguro médico no es así. ¿Y el suyo?

"Nosotros podemos hacerlo mucho mejor que un sistema sanitario dependiente del Gobierno", dice una voz en off en uno de los anuncios. A lo que la respuesta evidente es: si eso es verdad, ¿por qué no lo hacéis? ¿Por qué negarles a los estadounidenses la oportunidad de rechazar el seguro sanitario gubernamental si realmente es tan malo?

Ninguna de las propuestas de reforma que actualmente están sobre el tapete obligaría a la gente a tener un seguro sanitario gubernamental. Como mucho, les brindaría a los estadounidenses la oportunidad de contratar dicho seguro.

Y el objetivo de las aseguradoras es negarles a los estadounidenses esa posibilidad. Temen que mucha gente prefiera un seguro gubernamental antes que tratar con empresas aseguradoras privadas que, en el mundo real (a diferencia del mundo de sus anuncios), son más burocráticas que cualquier organismo gubernamental, niegan sistemáticamente a sus clientes la posibilidad de elegir médico y suelen negarse a pagarles la asistencia sanitaria.

Y eso nos devuelve a Obama. Durante la campaña demócrata para las primarias, Obama sostuvo que los Clinton habían fracasado en su intento de reformar el sistema de asistencia sanitaria en 1993 porque no habían incluido a suficientes personas. Prometió que él, en vez de hacer lo mismo, reuniría a todos los implicados, incluidas las compañías aseguradoras, en torno a una "gran mesa". Y el acontecimiento del 11 de mayo tenía precisamente como fin mostrar en acción esta estrategia de la gran mesa.

¿Pero qué pasa si los grupos de interés se presentan en la gran mesa y luego bloquean la reforma? En aquel entonces, Obama aseguró a los votantes que se pondría serio: "Si esas empresas aseguradoras y farmacéuticas empiezan a lanzar anuncios con Harry y Louise, yo lanzaré mis propios anuncios como presidente. Saldré en la televisión y diré: 'Harry y Louise mienten". Ahora la pregunta es si lo decía en serio.

El sector médico-industrial ha puesto en evidencia al presidente. Ha sacado lustre a su imagen presentándose en la gran mesa y prometiendo cooperación, e inmediatamente ha vuelto a hacer todo lo posible por bloquear un verdadero cambio. Las aseguradoras y las farmacéuticas están, de hecho, apostando a que Obama no se atreverá a desafiarlas por su hipocresía. De Obama depende el demostrarles que se equivocan.

(*) Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008

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