domingo, 17 de mayo de 2009

Pruebas de esfuerzo' para la banca / Luis de Guindos

Como si de un paciente con cardiopatía se tratara, la banca americana se ha sometido a una prueba de esfuerzo y los resultados se acaban de hacer públicos por parte del Tesoro de EEUU, que ha sido el responsable de su ejecución. Este stress test forma parte del plan del secretario del Tesoro norteamericano para sanear al sistema bancario, en conjunción con el programa de adquisición de activos tóxicos que comentamos hace unas semanas.

Tras una serie de filtraciones previas a la publicación oficial de los datos, la conclusión más difundida del análisis ha sido que la banca americana sólo necesita 75.000 millones de dólares de capital para hacer frente a pérdidas potenciales en sus balances.

El principio básico en el que se fundamenta este ejercicio es la convicción de que el problema para salir de la crisis financiera es la falta de transparencia de los bancos, que acaba sembrando la desconfianza de los inversores en las entidades de crédito. Para combatirla, se trata de que alguien con autoridad, en este caso el Tesoro y la Reserva Federal, realice un análisis de los balances bancarios en diferentes escenarios de esfuerzo para determinar su morosidad y pérdidas potenciales y el capital que es necesario inyectar para hacer frente a las mismas.

En el caso de los EEUU, se recogían dos escenarios, uno central, que pronto quedó sobrepasado por la realidad, al parecer demasiado optimista, y uno segundo negativo o pesimista, que se ha acabado convirtiendo en el central. En el más adverso, el desempleo alcanza el 8,9% este año y el 10,3% en 2010. Además, se supone una caída del PIB del 3,3% en 2009 y una suave recuperación del 0,5% en 2010. Por último, respecto del precio de la vivienda, tercera variable básica considerada, se utiliza como hipótesis una reducción de precios del 22% y de un 7% en cada uno de los dos años.

El análisis se ha circunscrito a aquellos bancos con activos consolidados por encima de 100.000 millones de dólares, que, conjuntamente, representan dos tercios del sistema bancario de Estados Unidos. Se ha intentado, para ser lo más exhaustivo posible, incluir en el análisis todas las pérdidas por activos en balance y los compromisos fuera de balance.

Si se materializara el escenario pesimista, las pérdidas de los 19 bancos incluidos en el análisis podrían alcanzar los 600.000 millones de dólares, de los que más de dos tercios corresponden a carteras de préstamos. Dados los niveles de capital existentes a finales del año 2008, la práctica totalidad de los bancos analizados podrían hacer frente e estas pérdidas manteniendo un ratio de recursos propios de Tier 1 por encima del 6%. No obstante, si nos centramos en lo que se denomina core capital, es decir, capital social más reservas, que excluye instrumentos híbridos como las participaciones preferentes, entonces, para mantener su ratio respecto al activo por encima del 4%, se necesitaría capital adicional en 10 bancos por 185.000 millones de dólares.

Teniendo en cuenta las ventas de activos anunciadas por los bancos y las reestructuraciones iniciadas en este ejercicio, la cifra anterior se reduce hasta los 75.000 millones que comentábamos anteriormente. Los bancos con mayor necesidad de capital son Bank of America y Wells Fargo, con 33.900 millones y 11.500 millones, respectivamente. Los bancos con necesidad de atraer capital tienen un mes para presentar un plan detallado de cómo hacerlo, que deberá recibir el visto bueno de la FED, y cuentan con un plazo de seis meses para implementarlo.

La FED ha indicado claramente su preferencia de que los aumentos de capital se hagan por medios privados, lo que no excluye la conversión de acciones preferentes en acciones ordinarias, venta de activos o recorte de dividendos. Los bancos pueden también convertir parte de las preferentes actualmente en manos del Tesoro, 216.000 millones para los 10 bancos en cuestión, en capital ordinario para alcanzar el ratio requerido. Prácticamente, de modo simultáneo a la publicación de los resultados, los bancos en cuestión han anunciado sus planes para cubrir las necesidades de capital calculadas.

Las decisiones adoptadas en Estados Unidos merecen varias consideraciones. La primera se refiere al realismo de las hipótesis utilizadas: pronto quedó de manifiesto que el escenario central era demasiado optimista. Por ello, se ha utilizado el pesimista que se parece bastante en sus proyecciones al que acaba de incluir el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su informe económico de primavera. Ahora bien, el propio Fondo reconoce que uno de los elementos fundamentales en la evolución de la situación macroeconómica este año es la propia crisis bancaria, por lo que, en la medida en que este test ayude o no a recuperar la confianza en el sistema bancario, la realidad final podría ser peor o mejor que la proyectada inicialmente.

En segundo lugar, se podrían haber utilizado unos criterios de solvencia más exigentes que los del stress test, como hace por ejemplo en su Informe de Estabilidad Financiera el FMI, que supone que los bancos deben volver a su ratio de core capital de mediados de los 90, el 6%, lo que exigiría ampliaciones de capital de 500.000 millones de dólares a lo largo de los dos próximos años.

Independientemente de la mayor o menor exactitud y realismo de las hipótesis elegidas, la publicación de los resultados de la prueba de esfuerzo es un elemento claramente positivo de cara al objetivo fundamental que se busca: devolver la confianza al sistema financiero a través de la transparencia sobre la situación de los balances bancarios.

Esta situación ya se vivió durante la crisis bancaria japonesa. La confianza en los bancos y en la economía de Japón sólo empezó a recuperarse una vez que se realizó su propio stress test del sistema bancario. Y es, además, una lección que el propio Tim Geithner aprendió personalmente de Japón en los años 90, y que, si sale bien en el caso de Estados Unidos, otros responsables probablemente no podrán ignorar. Por ello, no es extraño que la Comisión Europea haya empezado a señalar que los supervisores nacionales deberían realizar sus propios test de esfuerzo con unos criterios homogéneos.

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