domingo, 3 de mayo de 2009

Un airbag para la crisis: responsabilidad social corporativa

MADRID.- La crisis financiera tiene una multiplicidad de causas, una de las cuales es la abundancia de comportamientos no éticos de muchos de los que tomaban las decisiones financieras y también de no pocos de sus clientes. El profesor del IESE Antonio Argandoña sostiene en un documento publicado en IESE Insight (abril 2009) que la práctica de la responsabilidad social corporativa en las instituciones financieras habría amortiguado la crisis.

A menudo se dice que esta es una crisis causada por la codicia. Aunque esta afirmación encierra algo de verdad, no explica por sí sola la raíz del problema. “Todos o, al menos, muchos somos codiciosos, y venimos siéndolo desde hace siglos. Y ya lo sabíamos: por ello diseñamos e implementamos mecanismos de control (leyes, regulaciones y jueces) para evitar no la codicia, sino que ésta degenerase en fraudes y corrupción, al menos en un grado alarmante”.

Es cierto que en los últimos años se han creado unas condiciones (tipos de interés bajos, abundancia de liquidez, rápido crecimiento del precio de los activos, innovaciones financieras…) que han multiplicado las oportunidades de conseguir mayores beneficios a través de conductas codiciosas, pero han sido sobre todo los mecanismos de regulación y control los que han fallado.

Codicia en un entorno de euforia

Según Argandoña, no estamos simplemente ante un problema técnico “porque esos mecanismos no son algo neutral y dado, sino que los elaboran y los manejan las personas y, por tanto, son también decisiones con una dimensión ética”. Cita como ejemplos de manipulaciones algunos cambios institucionales y regulatorios como la abolición de la ley Glass-Steagall o el fomento de las hipotecas subprime a cargo de empresas bajo patrocinio del Estado.

Un caso particular de codicia que han denunciado los medios es el de las altas remuneraciones de directivos y analistas financieros. Argandoña no ve en ello una causa de la crisis, sino un efecto de la coyuntura. Lo que sí reconoce es que ese sistema de remuneración ha sido “una conducta imprudente y una muestra de mal gobierno”, porque no ha sabido prever los incentivos perversos que ha generado.

Tampoco son suficientes para explicar la magnitud de la crisis los casos de fraude como el de Bernard M. Madoff. Más bien, vienen a confirmar la idea de que las causas radican en los fallos de la regulación: en un entorno de euforia y oportunidades de beneficios extraordinarios, la tentación de defraudar es mayor sobre todo si los controles son laxos.

Cuando falla la prudencia

La falta de transparencia es otro rasgo de muchas de las conductas que condujeron a la crisis. “Es razonable que un hedge fund no revele sus estrategias, porque en ellas está el secreto de su éxito, un secreto que no puede ser protegido mediante patentes. Pero la falta de claridad en las operaciones, la ocultación o falseamiento de la información a los clientes (y, a menudo, también a los reguladores y aun a los accionistas), lleva a pensar que los gestores de algunas entidades sabían que estaban llevando a cabo operaciones inmorales y, a menudo, de dudosa legalidad”.

El listado de virtudes marginadas en la crisis incluye también “la templanza o autocontrol, es decir, la capacidad de refrenar el deseo de éxito, de riqueza o de reconocimiento social”; “la cobardía, la complicidad y la falta de fortaleza” para denunciar lo que estaba ocurriendo; así como “comportamientos de orgullo, prepotencia y arrogancia” que llevaron a algunos a pensar que no tenían por qué someterse a la supervisión de otras personas.

Pero quizá la virtud que más se echó en falta en aquellos momentos fue la prudencia. El alto crecimiento económico, la abundancia de liquidez, los bajos tipos de interés o una inflación moderada provocaron “el fuerte apalancamiento de las familias y de las entidades financieras y una reducción de la percepción del riesgo”, que favoreció la mala gestión de empresas y reguladores.

La crisis no hubiera sido igual

Ante este panorama, Argandoña se pregunta si la responsabilidad social corporativa (RSC) podía haber evitado la crisis. Tal y como él la concibe, la RSC es un conjunto de responsabilidades morales que el directivo asume para buscar la excelencia en su actuación, primero ante uno mismo y después ante los demás.

Una empresa dirigida sobre la base de la RSC es una empresa bien gestionada, pero eso no impide que pueda cometer errores o sufrir las consecuencias de su entorno. Es probable que una empresa responsable sobreviva y prospere, pero también es posible que no lo haga.

Entonces, si la gestión basada en la RSC no es capaz de evitar la crisis, ¿para qué podía haber servido? En primer lugar, “pudo haber evitado la quiebra de algunas instituciones o al menos haberla hecho menos probable”. Parece que muchos directivos no actuaban de acuerdo con un deber fiduciario. Esta omisión pone de manifiesto “una falta de profesionalidad, de prudencia y de otras virtudes, que eran necesarias para la gestión de esas entidades”.

En segundo lugar, la RSC “pudo haber contribuido a la creación de un clima distinto en el mundo de los negocios”. Si se admite que cada uno tiene alguna responsabilidad hacia el bien común, los directivos tendrían que haber tenido en cuenta “las consecuencias de sus decisiones no sólo sobre sus accionistas, sino también sobre otras personas” (empleados, clientes, otras instituciones financieras…).

La tercera función de la RSC en la prevención de una crisis es “la creación y el mantenimiento de la confianza, cuya pérdida ha sido una de las más importantes consecuencias de la crisis actual. Atribuimos esa pérdida a razones técnicas, como la falta de transparencia en el contenido de los productos estructurados, pero el problema es más profundo: se ha perdido la confianza en las entidades y en las personas que las dirigen o que trabajan en ellas”.

La conclusión de Argandoña es clara: aunque por sí sola la RSC no habría evitado la crisis, “sus consecuencias habrían sido distintas si un número elevado de agentes hubiese actuado con esa responsabilidad ética. Otra cosa es que este supuesto sea realista, vista la historia de las finanzas. Pero, al menos, nuestras conclusiones pueden ser útiles a la hora de prever y evitar futuras crisis”.

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