domingo, 7 de junio de 2009

La comida que unos desprecian, fuente de oportunidades para otros en EE.UU.

WASHINGTON.- La comida que sobra en los hoteles, instituciones y colegios de Washington alimenta cada día a más de 4.000 personas, gracias al programa "DC Kitchen", que además ofrece la oportunidad a cientos de indigentes de convertirse en "chefs".

La comida se distribuye a hogares de acogida, ONGs y asociaciones sin ánimo de lucro que reparten los alimentos a los más necesitados bajo la premisa de "combatir el hambre creando oportunidades", según explicó su fundador Robert Egger.

A Egger, un apasionado de la música de los 70, le hubiera gustado montar un bar en los ochenta, pero al darse cuenta de la cantidad de comida que sobraba en los restaurantes y recepciones a las que asistían congresistas y personalidades en la capital estadounidense, cambió de opinión.

Egger habla con entusiasmo de un proyecto en el que ha puesto toda su energía durante los últimos 20 años.

La "DC Kitchen" recicla al día una tonelada de comida que se recoge, prepara y distribuye, en un proceso en el que la organización no sólo se encarga de repartirla, sino de mejorar la situación de quienes la reciben.

"Empezamos recogiendo esa comida que sobraba y salimos a repartirla una noche en que llovía. La fila de gente era muy larga pero entre ellos vi rostros de hombres y mujeres que no eran incapaces de trabajar, por lo que pensé que podíamos hacer algo más que dar de comer en una noche de lluvia", recordó.

Fue así como se puso en marcha la maquinaria para encontrar donantes, disponer de gente que la recogiera y empaquetara durante la noche para que estuviera lista para distribuirla a la mañana siguiente.

La primera gran cita fue la ceremonia de investidura del presidente George H.W. Bush en 1989. El hecho de que el gobierno donara su comida a esta iniciativa acaparó la atención de los medios de comunicación y dio un espaldarazo a la organización.

Desde entonces 12.000 voluntarios han participado en este proyecto, y presidentes, estrellas de cine, congresistas, embajadores, han pasado por la cocina central.

Pero la cocina va mas allá porque ofrece la oportunidad de enrolarse en un programa intensivo que les capacita como cocineros y les da una profesión con la que poder volver a sentirse valorados.

En las aulas hay ex drogadictos, ex presidiarios, personas con alguna enfermedad mental y otros grupos que han sido marginadas por la sociedad a los que la cocina les abre una puerta a la esperanza.

Esta iniciativa no sólo ha enganchado a políticos como Bill Clinton, que durante su mandato estuvo dos veces preparando comida, sino a los grandes chefs de la ciudad que participan enseñando lo que mejor saben hacer.

"Los que vienen aquí tienen una vida dura, muchos han estado varios años en la cárcel, nunca han acabado la escuela, nunca han acabado nada, así que aunque el programa (educativo) dura 12 semanas es un camino muy largo para muchos de ellos", dijo Egger.

Durante este curso además de aprender las destrezas de todo buen cocinero también "aprenden a trabajar en equipo, cómo ser paciente, cómo trabajar concentrado".

La cocina ha organizado un servicio de catering que reemplea a los mismos que un día recibieron la comida que se recicla en la planta baja de la casa de acogida más grande de EEUU, según Egger.

"Es algo realmente emocionante ver cómo la gente llega aquí retraída y cómo van emergiendo en doce semanas, consiguen un trabajo y luego lo mantienen", aseguró.

Setecientas personas han pasado por las cocinas de la "DC Kitchen" en los 20 años que lleva abierta y cerca de 400 personas mantienen su puesto de trabajo, en el mundo de la hostelería.

Entre ellos Darnell Herndon, un hombre de 57 años al que se le saltan las lágrimas recordando cómo llegó allí hace ocho años después de haber perdido su trabajo, su esposa y sus tres hijos al entrar en el mundo de la droga.

La cocina le ha devuelto su vida, ahora es uno de los responsables de la pastelería del catering y ha retomado el contacto con sus hijos, "la pequeña tiene 23 años, no se si ellos se sienten tan orgullosos de mi como yo me siento de ellos", dice con voz entrecortada.

El director asegura que "sesenta ciudades hacen los mismo en Estados Unidos pero la idea es que este modelo se extienda a cualquier ciudad del mundo, grandes ciudades como Madrid y Barcelona podrían hacer lo mismo, cualquier ciudad".

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