domingo, 12 de julio de 2009

Bruselas negó la crisis durante meses y no tomó medidas preventivas que habrían atenuado el impacto

BRUSELAS.- A principios de septiembre de 2007, y como haría durante meses, Joaquín Almunia negaba ante cualquier audiencia que la crisis de los créditos basura se sentiría a este lado del Atlántico. Pese a la interconexión financiera global, el comisario insistía en que la economía europea tenía bases «sólidas», no se vería «afectada significativamente por las recientes turbulencias» y era «capaz de superar las incertidumbres», según 'El Mundo'.

En el Parlamento Europeo, defendía incluso que si EEUU caía en recesión, eso no tendría consecuencias graves para los Veintisiete porque «el comercio europeo se desarrolla esencialmente dentro de la UE». Esta falta de perspectiva no fue exclusiva del comisario, ya que incluso Jean-Claude Trichet, con mucha más información como gobernador del BCE, se resistió a bajar los tipos de interés hasta finales de 2008.

La negación impidió prepararse y, tal vez en ciertos aspectos, prevenir la crisis, como coinciden hasta los analistas más partidarios de las acciones comunitarias. «Está claro que la UE, en particular la Comisión, podría haber sido más visible y activa en la crisis. Pero esto ya es historia», reconoce Daniel Gros, director del Centro de Estudios de Política Europea en Bruselas.

Como en toda tragedia, según el modelo de la psicóloga suiza Elisabeth Kübler-Ross, tras la negación -«no, yo no»-, llegó la ira -«¿por qué yo?»- dirigida, en principio, hacia el culpable más fácil: EEUU. Y, tras el poco constructivo ataque a Wall Street o la falta de regulación de la ya saliente Administración Bush, los Estados miembros se entregaron al regateo más peligroso, hasta sobre su mercado único.

Un experto de la Presidencia de la UE identifica el momento más crudo entre el otoño y el invierno pasados, cuando Irlanda decidió unilateralmente subir la garantía de depósitos de sus bancos, mientras el siempre proteccionista Nicolas Sarkozy soñaba con cerrar fronteras o darle subsidios sólo a los suyos y cada Estado anunciaba ideas por su cuenta. «Fue un momento duro, pero los grandes Estados se dieron cuenta de que se estaba poniendo en peligro el mercado único y acordaron pararlo», explica.

Si bien Europa aún no ha salido de la depresión -este año, entre los Veintisiete, sólo Chipre crecerá y lo hará un simbólico 0,3%-, al menos, la aceptación de la crisis ha frenado las discrepancias públicas.

Los Estados miembros volvieron a la disciplina en marzo, tras el asalto entre Sarkozy y el entonces presidente del Consejo Europeo, el primer ministro checo Mirek Topolánek, por la intención gala de dar ayudas a sus fabricantes de coches a cambio de que concentraran recortes en sus plantas del Este. Dentro de la tristeza y la incertidumbre, la UE parece haber alcanzado así el último estadio de «paz con la realidad», pero la Presidencia sueca, encargada de la gestión del Consejo Europeo este semestre, tiene instrucciones precisas de estar alerta ante las tentaciones cizañeras de los gobiernos.

Philip Whyte, del Centre for European Reform de Londres, escribe que la UE ha logrado contener sus instintos proteccionistas, entre otras cosas, porque ahora se está jugando más que Washington sobre su futuro.

Si no liberaliza y reforma sus mercados de trabajo para que sean más tecnológicos y competitivos, según él, la UE se instalará en un pozo más profundo y durante más tiempo: «Dentro de cinco años, hablar de la crisis del capitalismo de EEUU podría sonar muy anticuado».

No hay comentarios:

Publicar un comentario