sábado, 24 de octubre de 2009

Por qué la economía esquivará otra Gran Depresión / C. Sánchez

El día 30 de octubre de 1929 -al día siguiente del martes negro- la agencia de noticias United Press distribuía entre sus abonados un despacho que rezaba: “A consecuencia de las pérdidas experimentadas por el desequilibrio del cambio de la Bolsa de Nueva York, David Korn, un gran tratante de carbones, ha atentado contra su vida en un momento de desesperación”.

El parte de sucesos no acababa ahí. El cable continuaba: “Igual caso de perturbación ha causado la noticia de las pérdidas experimentadas a un dirigente de la industria del tabaco llamado Anthony Schneider. Este se dejó caer desde un décimo piso de Nueva York. Se sabe -continuaba el despacho- que no son estos los únicos casos de tragedia originados por las bruscas depresiones de la cotización bursátil”.

Primera diferencia entre la crisis del 29 y la actual. Los grandes inversores arruinados por el batacazo bursátil ya no se quitan la vida. ¿Por qué será? Un año después de los movimientos telúricos en el sistema financiero mundial no hay noticias de que haya aumentado la tasa de suicidios entre los grandes financieros.

Segunda diferencia. Las autoridades monetarias en lugar de practicar una política deflacionista (como en el 29) han trabajado a fondo para asegurar la liquidez y evitar la metástasis. Y para lograra ese objetivo han puesto en circulación ingentes cantidades de dinero sin fijarse demasiados en la garantías depositados por sus deudores. Y todo ello en un escenario de tipos de interés históricamente bajos (prácticamente nulos en el caso estadounidense). Han llegado incluso a tragarse su propia ideología permitiendo que los bancos centrales moneticen los déficit fiscales mediante la adquisición de deuda pública.

Tercera diferencia. Frente a lo que opinaban el presidente Hoover y las autoridades monetarias de EEUU hace ahora 80 años, los gobiernos han intervenido de forma decidida para hacer frente a la crisis. Han olvidado, por decirlo de una manera sencilla, aquel principio que dice que el Gobierno no debe usurpar funciones de la economía privada. O dicho en otros términos, se ha comprobado que la economía no se reequilibra sola después de un shock de estas dimensiones.

Políticas proteccionistas

Cuarta diferencia. Frente a lo que ocurrió después de 1929, se ha demostrado que las políticas proteccionistas son la antesala del infierno. El célebre arancel Smoot-Hawley (que elevó en 1930 el arancel de 20.000 productos no estadounidenses y desató una guerra comercial a ambos lados del Atlántico) es una buena prueba de ello. Cuando los gobiernos han puestos trabas burocráticas o arancelarias al libre comercio, ha aumentado el paro, como ocurrió en los países más desarrollados durante los años 30. Salvo algunas escaramuzas entre China y EEUU (automóviles, neumáticos o carne de pollo) no hay razones para creer que en los últimos dos años –pese a tratarse de la mayor recesión desde 1929) haya habido una escalada intensa en el número de trabas comerciales. El proceso de globalización sigue con paso firme. Y precisamente gracias a que las economías emergentes no se han contagiado de la crisis (al menos de forma radical) el mundo no ha entrado en bancarrota.

Quinta diferencia. Como ha escrito el historiador económico Peter Temin*, las autoridades fiscales de la época se sintieron obligadas a no tomar acciones expansionistas en sus políticas de gasto, pese a que la economía se contraía de forma cada vez más acelerada. Temin cita el caso del proyecto de ley que aprobó el Congreso en 1931, y que permitía a los veteranos de guerra pedir préstamos contra un fondo de pensiones que se había creado en 1925. Hoover, Andrew W. Mellón y sus colegas decidieron que en aras de mantener la pureza ideológica, negaron la expansión fiscal, y eso echó leña al fuego de la recesión. Ahora, las deudas públicas están creciendo de forma intensa (otra cosa es la sostenibilidad de esa estrategia)

Sexta razón. La obsesión de las autoridades estadounidenses por conservar el patrón oro alentó la Gran Depresión. Hoy, por el contrario, los tipos de cambios entre las principales monedas son flexibles, y eso evita rigideces en el sistema económico. El euro cotizaba a 1,36 dólares en agosto de 2007 –al comienzo de la crisis crediticia- y hoy lo hace a 1,50, con continuos vaivenes en el tipo de cambio. Aquel error costó muy caro a la economía mundial, que tuvo que afrontar un largo periodo deflacionista.

Séptima razón. La quiebra del sistema financiero mundial ha podido evitarse gracias a la nacionalización de entidades en bancarrota o a las inyecciones de capital (con dinero público), dispuestas para restaurar el equilibrio patrimonial de la banca. Los expertos han situado la primera crisis bancaria en diciembre de 1930 con la quiebra del Banco de Estados Unidos, pero hubo dos más en 1932 y 1933.

Racionamiento del crédito

Ben Bernanke, el actual presidente de la Reserva Federal, es un estudioso de la Gran Depresión, y a la conclusión que llegó hace algunos años era que el pánico bancario operó a través del racionamiento del crédito. Eso obligó a las empresas a buscar sistemas de financiación alternativos, lo que provocó un aumento de los tipos de interés no oficiales. Los agentes económicos estaban dispuestos a comprar dinero a cualquier precio. Y muchas entidades pequeñas se lo prestaban para ganar cuota de mercado pese a la erosión del valor de los activos de los tomadores del crédito. En 2009, por el contrario, la banca ha puesto en su frontispicio algo así como lo primero es la solvencia, y eso explica que hayan cerrado el grifo con el beneplácito de las autoridades económicas. Como dice el historiador Temin, hay que tener cuidado para no tirar al bebé con el agua de la bañera.

Octava razón. En el caso europeo, los sistemas de protección social amortiguan el golpe, y los Estados cuentan con suficientes instrumentos para evitar el colapso del modelo social. En EEUU ocurre algo parecido, aunque la protección social sea financiada con fondos privados. El desempleo no ha alcanzado los niveles trágicos del periodo de entreguerras pese a tratarse de la recesión más pronunciada desde los años 30. Ni siquiera en España, donde el enorme volumen de economía sumergida y la estructura familiar mitigan los efectos del desempleo.

¿Quiere decir esto que el fin de la recesión está cerca? El profesor Jesús Fernández-Villaverde ha recordado recientemente que la economía se enfrenta a un círculo vicioso similar al que se produjo en Japón en la década de los 90. Por entonces, los bancos se encontraron con un efecto perverso. “Si dejaban que la empresa a la que habían prestado y que estaba en fuertes dificultades se fuera a la quiebra, el crédito aparecía como fallido y había que provisionar. Si, por el contrario, se seguía dando préstamo a la empresa y esta se mantenía malamente a flote, no hacía falta reconocer la pérdida y el regulador miraba para el otro lado. Total, que al final, las empresas con menos perspectivas eran las que recibían los préstamos en vez de las que hubiese sido conveniente desde el punto de vista de la eficiencia”.

Este realmente es el peligro. Los economistas han aprendido las lecciones del pasado, pero hay cosas que se enseñan y otras que se olvidan o se desconocen. O dicho con otras palabras. A la luz de lo sucedido en 1929 se sabe lo que no hay que hacer, pero apenas se conoce lo que hay que hacer para ahuyentar la recesión. Ese el problema. El mundo tardará todavía años en digerir la orgía de dinero barato a la que ha asistido en los últimos 20 años, y que en última instancia explica el nacimiento de las dos burbujas que se han pinchado: la inmobiliaria y la crediticia. No estará de más recordar que Roosevelt tomó posesión de su cargo en marzo de 1933, es decir, casi cuatro años después de que estallara Wall Street. Falta todavía mucho tiempo.

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