domingo, 22 de noviembre de 2009

El Brasil de Lula muestra la salida de la crisis global

SAO PAULO.- Bajo el liderazgo de Luiz Inácio Lula da Silva, Brasil se ha convertido no sólo en la potencia hegemónica de América Latina, sino también en el ejemplo a seguir por los países emergentes para superar la crisis económica. Y la reciente Cumbre sobre Seguridad Alimentaria convocada por la FAO ha sido la última plataforma utilizada por Lula para exhibir los logros de su Gobierno en la lucha contra el hambre.

Casi 12,5 millones de familias brasileñas, más de la cuarta parte del país, se benefician de la Bolsa Familia, el más importante de los programas asistenciales que aplicó Lula bajo el lema de Hambre Cero. Aunque acusado de clientelista, este subsidio de entre 22 y 200 reales al mes ha conseguido, efectivamente, aplacar el hambre.

Según la FAO, la desnutrición en Brasil cayó un 73% en los últimos seis años y la mortalidad infantil, un 45%. De ahí que Brasil sea modélico para los países africanos y latinoamericanos.

La discreta y eficaz diplomacia del Itamaraty (el Ministerio de Exteriores brasileño) se ha encargado del resto. Lula, incansable viajero, se ha movilizado para captar las inversiones internacionales mientras señalaba las injusticias del sistema internacional e, irguiéndose como portavoz de los países emergentes, ha pedido un lugar para estos en el Consejo de Seguridad de la ONU y reclamado el fin de las asimetrías en los intercambios comerciales mundiales.

Hasta la conservadora The Economist saluda la llegada de Brasil al grupo de los grandes y lo destaca entre los países BRIC: "Al contrario que China, es una democracia; al contrario que India, no tiene insurgencias, conflictos étnicos o religiosos ni vecinos hostiles; al contrario que Rusia, exporta más que petróleo y armamento, y trata al inversor extranjero con respeto".

Además, Brasil ha demostrado su pujanza en el combate de la crisis económica internacional. Manuel Enríquez García, profesor de Economía de la Universidad de São Paulo, pronostica que Brasil cerrará el año con un ligero crecimiento de entre el 0,5% y el 1%. Con estas armas, Lula capitanea una alternativa sólida a la de los países industrializados, los mismos a los que con meridiana claridad culpó de haber provocado la crisis.

Aun así, Brasil arrastra enquistados problemas internos que no tienen fácil solución. Todos ellos enraízan en uno solo: la desigualdad. Aunque en los siete años de Lula la desigualdad social se ha reducido un 19%, sigue siendo el séptimo país más desigual del mundo. En Brasil, el 10% más rico tiene una renta 40,6 veces mayor que el 10% más pobre.

Este abismo social es el origen de la inseguridad ciudadana que azota al país. En ciudades como Río de Janeiro la violencia en las favelas, que viven bajo el imperio del narcotráfico, se sigue agravando en los últimos años.

Ahora que la Cidade Maravilhosa acogerá los Juegos Olímpicos de 2016, la comunidad internacional vuelve la vista hacia los morros cariocas. Pero ni la mano dura ni los muros que el gobierno de Río quiere levantar en torno a las chabolas serán una solución mientras persista un abismo social y cultural que en Brasil se configura también como desigualdad racial.

Desde los movimientos sociales se critica que Lula haya respondido a cuestiones estructurales con soluciones asistenciales que no llegan a la raíz del problema. Para ellos, Brasil mantendrá su brecha social mientras no adopte un sistema tributario más justo, acometa una profunda mejora de la educación pública y se enfrente por fin a la reforma agraria, en un país que está entre los más latifundistas del mundo.

Según el economista Enríquez García, "el problema más importante de Brasil es la educación, y el único futuro para Brasil empieza en la escuela". Porque de lo contrario, afirma, no servirán de mucho las políticas sociales.

Además, desde posturas ecologistas se critica a Lula la adopción de un modelo desarrollista que antepone el crecimiento a la sostenibilidad, hasta al punto de que la veterana Marina da Silva, ex ministra de Medio Ambiente y firme defensora de la Amazonia, optó por abandonar el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula.

¿Ha llegado el momento de que Brasil, ese eterno país del futuro, sea por fin el país del presente? Los expertos coinciden en que, en diez o quince años, podría consolidarse como la quinta economía mundial. Pero sus posibilidades de cumplir ese "destino manifiesto" que para muchos brasileños les concede el propio tamaño y naturaleza del país dependerán de cómo se resuelva la cuestión social.

De momento, la estabilidad parece asegurada: el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), la formación más importante del país y aliada del PT en el Congreso, apoyará la candidatura presidencial de Dilma Rousseff, ministra de la Casa Civil y protegida de Lula. Ambos partidos redactarán juntos el programa electoral y un miembro del PMDB suena el nombre de Michel Termer concurrirá como candidato a la vicepresidencia.

Lula ha vuelto a marcarse otro tanto. Y, con su particular estilo, lo resumía así en una entrevista al diario Folha de São Paulo: "Cristo tendría que pactar con Judas para gobernar en Brasil".

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