lunes, 5 de abril de 2010

Del pasado al futuro a través de una Gran Vía


MADRID.- Cuando el rey Alfonso XIII dio el piquetazo inaugural para la construcción de la Gran Vía, poco podía imaginar que su nieto acabaría rememorando ese gesto tal día como hoy, y que para que eso ocurriera tendrían que pasar por la calle más famosa de Madrid una república, una guerra civil, una dictadura y un siglo de historia.

Aunque fue ayer cuando se cumplieron los cien años desde que el rey Alfonso XIII inaugurara unas obras que pretendía poner a esta capital a la altura de París, Londres o Milán, ha sido este lunes cuando han tenido lugar los mayores fastos, con el actual monarca y nieto de aquel, Juan Carlos I, como maestro de ceremonias para descubrir un monolito que homenajea ese siglo de historia.

Las autoridades descubrieron el monumento al son de 'El 2 de Mayo' y 'La Gran Vía', del maestro Chueca, que la Banda madrileña interpretó como ya hiciera hace un siglo delante del rey Alfonso XIII, quien dio el primer golpe de piqueta que daría por iniciadas las obras de apertura de una nueva arteria en el centro de la ciudad para comunicar este con oeste, el barrio de Salamanca con el de Argüelles.

Y precisamente es todo el trazado de la Gran Vía lo que refleja la nueva maqueta de aluminio y bronce, que presidirá el comienzo de la calle recreando las alturas y volúmenes de la vía y con información sobre los edificios más emblemáticos de la calle

"La Gran Vía nació como un sueño de modernidad que pronto se hizo real" , dijo el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, en presencia del Rey.

El 4 de abril de 1910 su abuelo blandió una piqueta de plata y dio comienzo a una novedosa remodelación arquitectónica, que supuso el derribo de 312 edificios y la eliminación de 14 calles.

Esta sinuosa serpiente urbana de 1. 316 metros habría de convertirse en el referente de ocio de la capital española y en el escaparate y escenario de los principales eventos que marcaron la historia española reciente.

Las viejas fotos de la Gran Vía muestran ese devenir: desde las muchedumbres entusiasmadas por la proclamación de la II República, hasta los desfiles triunfales del franquismo, pasando por la devastación de la Guerra Civil (1936-1939) .

De los tiempos de este conflicto surgen algunas de sus imágenes literarias más famosas, con Ernest Hemingway o John Dos Passos recorriendo el trayecto entre el hotel Florida, refugio de muchos corresponsales de guerra, y la Telefónica, aún hoy uno de los edificios que definen la calle y que entonces albergaba el centro de prensa extranjera.

Del Madrid republicano en guerra dan fe las fotos de las Brigadas Internacionales que llegaron a ayudar a la frágil democracia que era apisonada por las huestes de Franco.

Poco después, cuando la II Guerra Mundial desangraba Europa, los ecos de la tragedia se escuchaban de nuevo sobre los adoquines que entonces cubrían la calle, con el desfile de la guardia mora de Franco a caballo y las banderas nazis colgando de sus fachadas en homenaje a alguna visita ilustre de la amiga Alemania.

Ignacio Merino, autor de la "Biografía de la Gran Vía" , recuerda cómo, en los años posteriores a la victoria franquista, en los cines de la avenida "al acabar la película, los espectadores debían cantar de pie, brazo en alto, el Cara al Sol" , el himno del fascismo español.

Pero no hay oscuridad que no sea rasgada por algún rayo de luz y, así, paulatinamente, fuera de España se iba sabiendo de la Gran Vía por el fulgor que en ella dejaban estrellas como Ava Gardner o Sofía Loren, a quienes se veía tomando cócteles en el bar Chicote, inaugurado en 1931 y aún hoy día otra de las medallas del lugar.

En esos años cincuenta la Gran Vía se llamaba Avenida de José Antonio, en honor al fundador de Falange Española, aunque ya el gris de la posguerra se coloreaba poco a poco con los carteles de los estrenos de cine y los espectáculos de teatro y variedades.

"La Gran Vía, como por ensalmo de su destino especial, se convirtió sin tardar mucho en el paraíso que habría de borrar los horrores pasados" , cuenta Merino en su libro.

Se la empezó a llamar el Broadway de Madrid y no había película que se preciara u obra de teatro que pretendiera triunfar que no se estrenara en sus plateas.

Y no olvidemos la intelectualidad, con José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala y Gregorio Marañón reuniéndose en la Casa Calpe, que después daría lugar a la Casa del Libro, actualmente una de las librerías más grandes de Madrid.

Engalanada para recibir al presidente estadounidense Dwight Eisenhower en 1959, la Gran Vía se convirtió en la imagen en el exterior de un país que se abría a la par que se ablandaba la dictadura imperante.

En las siguientes décadas, crece el número de cafeterías en sus flancos, las empresas sitúan allí sus locales (entonces se decía: "Si quieres que te hagan caso en Madrid, pon oficina en la Gran Vía") y sus grandes almacenes imponen modas en toda España.

Tras la transición política, de nuevo recuperado el nombre de "Gran Vía" , llegó en los años ochenta la revolución cultural de la "Movida madrileña" , las pintadas y grafitis se adueñaron de sus rincones y las "tribus urbanas" comenzaron a pasear por sus aceras con las nuevas tendencias musicales.

Y hoy día, cien años después de aquel "piquetazo" de Alfonso XIII, ya ni siquiera a los más viejos del lugar les asombra escuchar sobre su asfalto no la marcha marcial de los ejércitos, sino la fanfarria y las bocinas de las carrozas del Día del Orgullo Gay.

Pero, sobre todo, son los madrileños y prácticamente todos los forasteros quienes más han paseado por esta transitadísima calle, que en sus 1.300 metros de longitud atesora algunos de los comercios más ilustres de la capital de España y varios de los edificios más fotografiados por los cientos de miles de turistas que la recorren cada año.

Muchos de estos visitantes llegan siguiendo el rastro de estrellas como Gary Cooper, Orson Welles o el mismísimo "animal más bello del mundo", la sin par Ava Gardner, y su enamorado Frank Sinatra, que allá por los años 50 se dieron con entusiasmo a la bebida en el célebre bar Chicote, situado a escasos cientos de metros de los cines en los que se exhibían sus películas.

Muy cerca de esa misma zona trabajó como reportero otro estadounidense apasionado de los legendarios cócteles servidos por Pedro Chicote desde 1931, Ernest Hemingway, que vivió los bombardeos de las tropas de Francisco Franco en el edificio de la Telefónica, desde el cual enviaba sus despachos durante la Guerra Civil que devastó la ciudad entre 1936 y 1939.

Es posible que el joven Hemingway se sintiera un poco como en casa en aquel edificio, concluido en 1928 y que con sus 89 metros de altura fue el primer rascacielos de la capital de España y el de estampa más inequívocamente americana que ha tenido nunca.

Y es que ese aire de modernidad al estilo de Nueva York o París fue precisamente uno de los principales objetivos del consistorio madrileño cuando en 1910 y tras varios proyectos fallidos aprobó finalmente el plan urbanístico cuyo fin era unir las zonas en desarrollo de la ciudad, lo cual supuso eliminar de un plumazo 48 calles y 350 fincas para poder abrir la Gran Vía.

"Madrid no sería lo que es sin esta calle (..) Hoy sería imposible (..) romper completamente el centro histórico para hacer una vía nueva, por muchos beneficios que alegase", reconoce el alcalde, Alberto Ruiz Gallardón, en un videorreportaje grabado por el diario El Mundo con motivo del centenario de esta avenida.

Otra constante de la Gran Vía en sus cien años de historia ha sido la conversión de sus aceras en sede de los principales comercios de la capital, en la que cuando se inauguraron las obras no existan los comercios con grandes escaparates que caracterizaban a París, Londres o Berlín.

Algunos de esos primeros inquilinos aún siguen aquí hoy día, como la joyería Grassy o la tienda de artículos de lujo Loewe, en pacífica convivencia con las franquicias multinacionales que caracterizan la globalizada economía del siglo XXI, como la española Zara, la sueca H&M o la estadounidense McDonald's.

Muchos de esos recién llegados han ocupado el lugar dejado por otros negocios en declive, en especial los cines, que en tiempos fueron la imagen más característica de la calle y que hoy están en franca retirada, frente al avance de los comercios textiles y los teatros patrocinados por grandes compañías que han hecho que a esta calle se la rebautice como el "Broadway madrileño".

"Antes nunca veníamos por Madrid, pero desde que empezó esta moda de los musicales nos dejamos caer por aquí para ver alguno cada tres o cuatro meses", dijo a Reuters Hilario Benítez, un toledano de 46 años que este 4 de abril hizo uno de los recorridos turísticos especiales habilitados por el ayuntamiento con motivo del centenario de la calle.

Pese a que los cines se baten en retirada, y aunque algún día acabaran desapareciendo todas las salas, la imagen de esta calle ya ha quedado unida para siempre al séptimo arte gracias a escenas como la secuencia de un hombre colgando del neón publicitario más famoso de la Gran Vía, situado en el edificio Capitol y elegido por Alex de la Iglesia para escenificar uno de los pasajes más impactantes de "El día de la bestia" (1995).

También fue la calle escogida por Alejandro Amenábar para situar algunos de los fotogramas más recordados de "Abre los ojos" (1997), para lo que tuvo que hacer algo que parecía imposible: vaciar una vía que recorren a diario unos 50.000 coches, algo que sólo se atrevió a imaginar sobre el lienzo el pintor Antonio López veinte años antes.

Y por si le faltara algún arte, incluso el de la lidia ha albergado esta calle.

Fue el 23 de enero de 1928, cuando el diestro Diego Mazquiarán, "Fortuna", tuvo que estoquear a un toro que había corneado a varios transeúntes tras escapar de un vehículo que lo llevaba al matadero. Y no debió de hacerlo mal el torero, pues los entusiasmados viandantes pidieron que se premiara su heroísmo con la concesión de una oreja.

La hazaña de "Fortuna" sigue siendo una de las más recordadas en la historia de esta calle, en la que la mayor proeza es sin duda su propia construcción, que empezó el 4 de abril de 1910 reinando Alfonso XIII, prosiguió en 1931 tras el advenimiento de la República y no terminaría hasta 1954, en plena dictadura franquista.

A través de todas esas épocas, la calle más transitada de Madrid fue reflejando el devenir de los tiempos, incluso en su propio nombre, pues durante la Guerra Civil pasó a llamarse avenida de la Unión Soviética y en la época de Franco avenida de José Antonio, en recuerdo del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera.

Hoy día, y tras recuperar su nombre de Gran Vía en 1981 - seis años después de morir Franco -, esta arteria esencial capitalina sigue siendo un termómetro fiable de la temperatura artística, social y económica de España, tal como se concibió hace ahora un siglo.

"Es una calle que marca claramente nuestra personalidad. Aquí ha pasado todo en Madrid, y me atrevería a decir que si algo no ha pasado por la Gran Vía es porque todavía no ha terminado de asentarse en la ciudad", dice Gallardón.

Un sentimiento que intenta dejarse reflejado en el monolito que a partir de hoy preside el arranque de la Gran Vía a su cruce con la calle de Alcalá, tras su inauguración en un acto presidido por el rey Juan Carlos y que han presenciado, ya sea en persona o por televisión, los nietos de los madrileños que asistieron al comienzo de las obras por parte de su abuelo Alfonso XIII.

Historia de la Gran Vía

La Gran Vía es una de las principales calles de Madrid (España) que tiene más de cien años. Comienza en la calle de Alcalá y termina en la Plaza de España. Es un importante hito en la ciudad desde el punto de vista comercial, turístico y de ocio. En éste último aspecto es famosa por sus cines, si bien en los últimos años algunos de ellos han cerrado y otros se han reconvertido con gran éxito al teatro musical, por lo que el tramo comprendido entre la Plaza de Callao y la de España se conoce como el broadway madrileño. El tramo comprendido entre la Red de San Luis y la Plaza de Callao alberga en la actualidad numerosas tiendas de cadenas internacionales de moda.

Aunque el proyecto de obras fue aprobado el 21 de agosto de 1904, los trabajos no comenzaron de inmediato debido a la oposición de los vecinos y comerciantes de la zona y a las dificultades financieras. En tres subastas sucesivas de obras, en 1905, 1906 y 1908, no hubo ningún postor, hasta que en 1909 se adjudicaron al banquero francés Martín Albert Silver por 29 millones de pesetas, firmándose la escritura el 19 de febrero de 1910 por el alcalde de la ciudad, José Francos Rodríguez.

Las obras comenzaron por fin el 4 de abril de 1910 (después de unos largos años pensando en como hacerla), con la presencia del alcalde, el presidente del gobierno, José Canalejas, y la familia real encabezada por el rey Alfonso XIII, lo cual da idea de la importancia que se dio a la obra en su época. Además del rey, asistieron la Reina Madre, María Cristina, las infantas Isabel y María Teresa y el príncipe Adalberto de Baviera. También se dispusieron otras dos tribunas, una para miembros del Ayuntamiento y otra para el Cuerpo Diplomático.

A las once de la mañana llegó el rey acompañado de su esposa, Victoria Eugenia de Battenberg y, tras escuchar la Marcha Real y los discursos del alcalde y del presidente, descendió de la tribuna real, se dirigió a la casa del cura, anexa a la iglesia de San José, y comenzó su demolición con una piqueta de plata que le entregó Martín Silver. Los obreros comenzaron inmediatamente a trabajar. El primero de ellos se llamaba Álvaro Guadaño.

El proyecto de construcción contemplaba la demolición de gran cantidad de caserío, incluyendo varias iglesias, y la desaparición o transformación de numerosas calles. El área afectada sería de 142.647,03 m², que incluían 358 fincas y 48 calles, construyéndose 32 manzanas nuevas. Según los datos conservados, se demolieron 312 casas, se nivelaron 44 lotes de terreno, se desenlosaron 8.856 metros de aceras y se deshicieron 26.365 m² de empedrado y adoquinado y se quitaron 14.335 metros de cañerías de agua y de gas y 274 farolas.

Para ello se transportaron y nivelaron 61.799 metros cúbicos de escombros y 31.997 de terraplenes. Posteriormente se enlosaron 18.777 m² de acera, se adoquinaron con granito 35.616 m² y se asfaltaron 11.373 m²; se construyeron 2.502 metros de alcantarillas y se canalizaron 1.315 metros para acometidas de agua, gas y electricidad, así como 7.024 metros de tubo de plomo. También se instalaron 174 sumideros de incendios y tomas de agua, 219 farolas a gas y 66 lámparas con candelabros.

El primer tramo, entre la calle de Alcalá y la de Montera se realizó entre 1910 y 1915. El 28 de marzo de 1917 se comunicó oficialmente que las obras estaban acabadas, aunque la entrega definitiva se produjo el 18 de julio de 1924. Denominada en el proyecto Avenida B, recibió el nombre de calle del Conde de Peñalver, en homenaje al alcalde que firmó el comienzo de las obras (hoy en día está denominación corresponde a otra calle de la ciudad).

Para su construcción se demolieron importantes edificios, como el colegio de Nuestra Señora de la Presentación (conocido popularmente como "de las Niñas de Leganés"), el Palacio Masserano, el Palacio de la duquesa de Sevillano o la llamada, por su estrechez, Casa del Ataúd, en la esquina con Alcalá.

En sustitución de las derribadas, se crearon seis nuevas manzanas, sobreviviendo sólo el oratorio del Caballero de Gracia, cuyo ábside, que quedó al descubierto al ser derruida la casa que lo tapaba, es hoy en día visible desde la Gran Vía.

También desapareció la calle de San Miguel, que sirvió de guía para la construcción de este primer tramo y que discurría por lo que hoy es la parte sur de la calzada de la actual avenida, y se modificaron otras nueve. En este tramo, todos los edificios construidos dedicaban sus primeras plantas a comercio y oficinas.

El segundo tramo, El Bulevar, entre la Red de San Luis y Callao, se realizó en los siguientes cuatro años, entre 1917 y 1922, aunque la entrega definitiva de obras fue el 20 de agosto de 1927. Se denominó avenida de Pi y Margall, en recuerdo del que fuera presidente de la Primera República Española.

Para la construcción de esta segunda fase se tuvieron que demoler 125 fincas y cuatro calles, transformándose otras trece. Entre ellas desapareció todo el tramo de la calle Jacometrezo que iba desde la plaza de Callao hasta la Red de San Luis, ya que su trazado sirvió de guía aproximada para la construcción de este segundo tramo.

En 1921, antes de finalizar las obras, se constató que el bulevar arbolado del proyecto original dificultaría el tráfico rodado, por lo que se decidió suprimirlo. Se construyeron en este tramo doce manzanas nuevas, una de las cuales alberga el Edificio Telefónica, que en su época fue el rascacielos más alto de Europa.

En 1922, Horacio de Echevarrieta y Mauri se hizo cargo de las obras de construcción de la Gran Vía, en sustitución de Martín Albert Silver.

El tercer tramo, entre las plazas de Callao y España, fue comenzado el 16 de febrero de 1925 y se terminó en 1929 aunque la entrega de obras fue el 22 de septiembre de 1932 y algunos edificios no se concluirían hasta después de la Guerra Civil. Se denominó en el proyecto Avenida A, aunque estaba pensado su nombre posterior de calle Eduardo Dato, en homenaje al que fuera presidente del gobierno.

En un principio estaba proyectado que tuviera 25 metros de ancho, como la Avenida B, pero después se decidió ampliarlo a 35, como el bulevar. Fue el tramo de más difícil construcción de los tres, ya que al contrario de lo que ocurrió con los dos primeros y las calles de, respectivamente, San Miguel y Jacometrezo, en éste último no había ninguna vía que sirviera de guía, por lo que hubo que hacer numerosos desmontes y derribar muchas manzanas.

Con su construcción desaparecieron diez antiguas calles y se reformaron otras nueve y tres plazas, entre ellas la de Leganitos, al final de su calle homónima y que daría lugar a la plaza de España. Otra dificultad añadida fue las numerosas reclamaciones interpuestas por los propietarios negándose a las expropiaciones.

El principal problema surgió a la raíz de la propuesta en 1926, por parte del concejal marqués de Encinares, para que este último tramo tuviera los mismos 35 metros de ancho que el primero. Al estar ya construido el Palacio de la Prensa (sobre la manzana 374 del tramo anterior), el ensanchamiento sólo podía hacerse por el sur pero esto exigía la demolición de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, en la manzana 495 e inaugurada en 1901, a lo que los jesuitas se negaron.

El expediente duró varios años, pero todo acabó cuando el 1 de mayo de 1931 un grupo de personas prendió fuego a la Casa Profesa. Esto, sumado a la disolución de la Compañía de Jesús a comienzos del siguiente año por el gobierno de la República, hizo que se archivara el caso y se continuasen las obras.

Ya en los años cuarenta, tras el paréntesis de la Guerra Civil, se reformaría la plaza de España, colofón de la Gran Vía, aunque no forme, estrictamente hablando, parte de ella. La plaza albergaría posteriormente dos de los edificios más representativos de la ciudad, el Edificio España y la Torre de Madrid.

Utilización

El primer tramo, entre Alcalá y la Red de San Luis, estuvo dedicado desde el comienzo al comercio de lujo, a imitación de otras calles surgidas en el siglo XIX por toda Europa, como la Rue de la Paix (París); Regent Street (Londres) o la Galleria Vittorio Emanuele II (Milán).

Cabe destacar tiendas de moda como Almacenes Rodríguez, Samaral o Sánchez-Rubio; joyerías como Aldao, Brooking, Grassy, Perera o Sanz; concesionarios de automóviles, como Chenard-Walker, Fiat, Ford o Hispano-Suiza; cafés como el Abra, Chicote, Pidoux o Sicilia Molinero; compañías de seguros como La Unión y el Fénix o Seguros La Estrella; y hoteles, como el Hotel de Roma.

Aunque todavía perdura alguna firma de prestigio, a partir de los años sesenta del siglo XX este uso comenzó a decaer, dando paso a otros establecimientos menos especializados. También se instalaron en esta zona varios casinos, los centros de reunión de la alta burguesía de principios del siglo XX.

El segundo tramo, hasta Callao, es el más espacioso, como corresponde a su antiguo diseño de bulevar. Desde el comienzo, con la apertura de la estación de metro de Gran vía en 1919, fue un continuo ir y venir de gentes.

Aquí, por ejemplo, se abrieron los primeros grandes almacenes de Madrid, los Almacenes Madrid-París, inaugurados en enero de 1924 y siendo uno de los primeros de la ciudad en contar con escaleras mecánicas, tras su quiebra el edificio sería comprado por Sepu (Sociedad Española de Precios Únicos) en 1934 para la apertura de su sucursal en Madrid.

Otros dos grandes almacenes, El Corte Inglés y Galerías Preciados, surgieron junto a la plaza de Callao. También se establecieron numerosas compañías de seguros, la mayoría propietarias de los edificios en que se ubicaban. A partir de los años cincuenta, con el auge del turismo y la instalación de numerosos hoteles, se produjo su época dorada, con la apertura de cafés, bares y salas de fiestas, como el famoso Pasapoga.

También son de destacar, característica que comparte con el siguiente tramo, los edificios que se construyeron para albergar, de modo polivalente, salas de cine y teatro, como el Palacio de la Música o el Cine Avenida. En los años 80, en Gran Vía 25, abrió sus puertas una tienda de la emblemática cadena de venta de discos Madrid Rock.

El tercer tramo, hasta la plaza de España, albergó espacios destinados al ocio, como cines, teatros, salas de fiestas y cafeterías “a la americana”, y comercios como librerías y tiendas de tejidos, entre otras.

También edificios completamente de oficinas. Durante la Guerra Civil, por su proximidad al frente situado en la Ciudad Universitaria y en la Casa de Campo, esta zona de la Gran Vía fue la que más se resintió. Destacan de nuevo los edificios dedicados a salas de cine como el Palacio de la Prensa, el Callao, el Capitol, el Coliseum, el Rialto, el Imperial o el Lope de Vega.

En la actualidad, alrededor de 50.000 coches circulan diariamente por la Gran Vía y, en hora punta, lo hacen 185 autobuses. Hay cuarenta y un hoteles, quince sucursales bancarias, cuatro cines (llegaron a ser 12), tres teatros y dos museos. Dispone de ciento cuatro papeleras y ciento nueve farolas.

Edificios significativos

Primer tramo

Los edificios entre la calle de Alcalá y la Red de San Luis presentan estilos historicistas. Algunos pretendían recuperar el pasado arquitectónico español, siendo construidos en estilo neobarroco o neorrenacentista; otros son de inspiración francesa. En la mayoría se utilizó la piedra y estructura metálica. Entre ellos cabe destacar:

  • Gran Vía 1 (1916-1917), de Eladio Laredo y Carranza. Un edificio de estilo ecléctico con relieves y azulejos de estilo modernista. A lo largo de su historia ha estado ocupado por el café Molinero, el restaurante Sicilia-Molinero, la casa de pianos Aeoiam o la joyería Grassy desde 1952, que cuenta con un museo del reloj.
  • Gran Vía 6 (1917-1919), de Mendoza y Ussía y Aragón Pradera.
  • Edificio de Seguros La Estrella, en el número 7 (1917-1922), de Pedro Mathet. De estilo neorenacentista.
  • Casino Militar, en el número 13, de Eduardo Sánchez Eznarriaga. Con influencia barrocas pero con el toque más contemporáneo de la marquesina de hierro y cristal que cubre la puerta de entrada.
Segundo tramo

Los edificios del antiguo bulevar son de estilo más afrancesado y algunos de estilo americano:
  • Casa Matesanz (1919-1923), en el número 27, de Antonio Palacios, un edificio de uso comercial "a la americana" con influencia de la escuela arquitectónica de Chicago.
  • Edificio Madrid-París (1922-1924), en el número 32, de Anasagasti. Fue el edificio más alto hasta 1929, en que fue superado por el de Telefónica. En 1934 tras la compra del edificio por los Almacenes Sepu sufre una gran transformación dirigida por el arquitecto original con la colaboración de José López Sallaberry.[2]
  • Gran Vía 33 (1922), de Pablo Aranda.
  • Gran Vía 34 (1921-1924), de José Yarnoz Larrosa y Antonio Palacios. En su origen albergó el Hotel Alfonso XIII (después Avenida), hoy llamado Cibeles.
  • Hotel Atlántico, en el número 38, de Joaquín Saldaña y López. Construido en estilo ecléctico, su primer propietario fue el marqués de Falces, cuyo escudo figuraba en la fachada.
Tercer tramo

En el tercer tramo se construyeron edificios más modernos, de estilo racionalista, aunque también hay algunos en los que perdura el eclecticismo anterior.

  • Edificio Lope de Vega (1945-1949), que ocupa los números 53, 55, 57 y 59, de Joaquín Otamendi y Julián Otamendi. Albergaba un gran centro comercial subterráneo, el hotel Lope de Vega y un teatro de igual nombre, inaugurado en 1949 con el espectáculo Tonadilla de Concha Piquer y transformado en cine en 1954. Reformado en 2003, el hotel pasó a llamarse Emperador y el centro comercial redujo su extensión.
  • Edificio del Banco Hispano de Edificación (1930), en el 60, de Emilio Ortiz de Villajos. Está rematado por una escultura de Victorio Macho que descansa sobre el cuerpo central del edificio.
  • Gran Vía 62, de García Lomas y Jesús Martín.
  • Gran Vía 70 (1945-1946), de Pan da Torre. Albergó el cine Pompeya.
  • Gran Vía 72 (1952), de Enrique Colás Fontán. El último edificio construido en la Gran Vía. Albergó el hotel El Washington.

Ya en la plaza de España, destacan el Edificio España y la Torre de Madrid, ambos con más de 100 metros. Éste último, construido en 1957, fue durante muchos años el edificio más alto de la ciudad hasta la construcción de la Torre Picasso.

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