lunes, 6 de septiembre de 2010

El Lido veneciano, objeto de la voracidad empresarial

VENECIA.- La isla de Lido, asiento de la Mostra veneciana, sigue siendo objeto de la voracidad de los empresarios como lo fue a mediados de la centuria pasada cuando los ricos la descubrieron para convertir sus playas en un paraíso privado.

A principios del siglo recién ido, era solo una isla pelada y desierta, entre el canal de San Marcos y las verdes aguas del Mar Adriático, hasta que llegaron los millonarios ávidos y construyeron en ella una ciudad para anclar sus yates y tostarse al sol en compañía de sus amigos.

Después se convirtió en la Ciudad del Cine, devenida anzuelo para las estrellas ansiosas de exhibir sus gracias corporales y desfilar por la alfombra roja al alcance de los flashazos fotógraficos, en desmedro muchas veces del séptimo arte, degradado a simple pretexto.

Pese a ello, y gracias a las obras maestras en ocasiones premiadas y a los auténticos dioses del cine que desfilaron por ellas, las praderas del León de oro ganaron fama como asiento de uno de los festivales más ambicionados del mundo.

Pero la voracidad de los empresarios no descansa y el Lido, ese oscuro objeto del deseo de inversionistas millonarios, perderá ahora parte de sus tradiciones ligadas al séptimo artte, a favor de albergar un turismo de lujo, una plaza dorada para reuniones y conferencias internacionales. En suma un filón atractivo, una mina de oro capaz de engordar las ganancias.

La Mostra perdió así, este año, uno de sus hoteles reliquia, el Hotel des bains, donde se alojaron en la centuria pasada divos y grandes maestros del cine. De estilo liberty, con el mar orillándolo, Luchino Visconti, lo utilizó como set de su obra cimera, Muerte en Venecia.

Por designios del turismo, sus 191 habitaciones quedarán convertidas en igual número de apartamentos de lujo.

Otro tanto ocurrirá con el Hotel Excelsior, por cuyos balcones asomaron tantos rostros inolvidables del cine como Anouk Aimée, Ives Montand, Sofia Loren, Marcello Mastroianni.

La isla desierta y pelada de antaño, a la que acudían los pobres de Venecia cada domingo a disfrutar del sol y las aguas verdes del Adriático perderá una parte sustancial de su identidad como cuna de un festival que no cesa de hacer guiños al glamour prestado de Hollywood.

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