lunes, 6 de septiembre de 2010

Si el milagro alemán no existe, entonces ¿qué nos queda?


En el momento cumbre de la crisis, el consenso de los analistas fijó su atención en la necesidad de corregir buena parte de los desequilibrios internacionales que se encontraban en el origen de la misma. No sólo aquellos entre distintas regiones del planeta sino también los interregionales, en especial dentro de Europa.


Un cambio que debería pasar por un aumento de la demanda interna en las naciones exportadoras, principalmente Alemania y China, y una mejora competitiva de los países deficitarios como Estados Unidos o la propia España.


De este modo se terminaría, además, ese fenómeno del reciclado de divisas que había mantenido los tipos de interés de los activos soberanos de renta fija extraordinariamente bajos, auspiciando procesos de innovación financiera que terminaron como el rosario de la aurora: con las cuentas por los suelos.


Pues bien, transcurridos tres años desde el inicio de la actual coyuntura, los últimos datos de comercio entre China y Estados Unidos ponen de manifiesto que a nivel global dicha situación se halla aún lejos de corregirse. No sólo eso, el consumo chino, concluye Michael Pettis en esta más que interesante pieza, puede pecar de ser aún menor que el oficialmente declarado, un 36% del PIB nacional.


Todos los esfuerzos locales seguirían centrados en producir-invertir y exportar. Poco mejor es la situación en Alemania cuya dependencia de los mercados exteriores está provocando situaciones paradójicas como la “denunciada” por Edward Hugh hace un par de semanas en su blog AFOE-A fistful of euros en relación con España: el repunte de la actividad económica en nuestro país se basa en una mejora de la demanda interna y un deterioro adicional de la balanza comercial que beneficia, precisamente, a… Alemania. Una cuestión sobre la que ahondó Angel Laborda de Funcas ayer mismo en El País (no se pierdan el último párrafo). El mundo al revés.


Un hecho este último que, extrapolado al conjunto de sus socios comerciales, pone de manifiesto la precariedad de la recuperación en un motor de la UE cuya confianza empresarial, sin embargo, se ha disparado a máximos históricos tal y como recoge este interesante resumen diario de Eurointelligence. Quien quizá haya sido más crítico con la sostenibilidad del nuevo milagro alemán ha sido el siempre incisivo Wolfang Münchau.


El autor retoma -en este imprescindible post del Financial Times del lunes pasado en el que cuestiona el Mercado Único Europeo ante la falta real de circulación de bienes y personas- la tesis que ya defendiera a principios de agosto: el continuo ajuste a la baja del tipo de cambio real alemán beneficia sus exportaciones en tanto exista demanda internacional, pero limita la capacidad de despegue del consumo interno nacional en caso contrario al tener como origen la presión salarial de sus trabajadores (eso sí, con un paro de sólo el 7,6%). Una dependencia de las exportaciones (gracias al empujito del yen) y de los flujos de emergentes también criticada por el propio Hugh en este otro brillante post.


Para ambos autores, los réditos que se derivan a corto plazo de tal política, y que han permitido presentar un crecimiento anualizado en el segundo trimestre cercano al 9%, no son sostenibles en el tiempo y, en cualquier caso, perjudican al resto de los países de la Unión.


En tanto se mantengan, dificultan aún más la mejora de la posición competitiva de las naciones periféricas como España o Portugal y pueden concluir en presiones germanas por subir tipos de interés a medio plazo a nivel europeo con objeto de eliminar el riesgo de recalentamiento local. Si desaparecen, el efecto dominó que una ralentización alemana puede tener sobre el conjunto de sus socios regionales puede ser demoledor en términos de demanda y capacidad de financiación. Si el ancla comienza a garrear y no se levanta a tiempo, ya se pueden preparar para lo peor. No es de extrañar que la confianza de los ciudadanos de la UE en la institución esté en mínimos de siete años.


La pregunta que encabezaba este post era completamente intencionada. Gran parte de las esperanzas de nuestros políticos respecto a la recuperación económica española han estado puestas en el efecto arrastre que podía suponer para nuestro país la mejora de la situación de algunas de las principales economías mundiales.


Ya sabemos que el panorama macro en Estados Unidos está lejos de aclararse debido a la recaída del mercado inmobiliario que ha seguido al final de las exenciones fiscales al sector; China sigue siendo un misterio en el que la precariedad bancaria y la vorágine ladrillera invitan a cuestionar la sostenibilidad del modelo; y ahora vemos cómo el único oasis de sostenibilidad en la recuperación que nos quedaba, Alemania, la concubina de China como la define Der Spiegel, se encuentra igualmente en el punto de mira. Por si tenían dudas, lean esta preocupante columna del FT que la compara con Japón. Más vale por tanto que nos olvidemos de superhéroes que vengan a nuestro rescate y nos ponga manos a la obra. Cada día que pasa sin que lo hagamos es un escalón que retrocedemos en la escalera de la competitividad global. A ver si nos vamos enterando. Buena semana a todos.


Más en http://twitter.com/albertoartero

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