sábado, 9 de octubre de 2010

Alemania irrumpe en la guerra de divisas y planta cara a EE.UU. y China

BERLÍN.- Alemania y después Francia, como viene siendo habitual, han tenido que salir a romper el habitual y pasmoso silencio de sus socios comunitarios. Como en otras ocasiones, los gobiernos de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy tomaron el timón del barco europeo para defender ahora los intereses de la Unión en una «guerra de divisas» de la que precisamente la Eurozona, el actor más «honesto» en esa lucha de tipos de cambios, está siendo el más perjudicado. 

Berlín cargó contra las devaluaciones competitivas de algunos países, y París avanzó que en noviembre obligará al G-20 a revisar el actual sistema monetario global.

Tomando el testigo del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y del Banco Central Europeo, que un día antes habían alertado sobre el daño que esa «manipulación» de los tipos de cambio está causando en la recuperación económica y demandaban el fin de las políticas proteccionistas, Francia avisó de que aprovechará su presidencia de turno del G-20, a partir de noviembre, para iniciar las conversaciones de cara a alcanzar una política monetaria de consenso mundial que ponga fin a las distorsiones en las tasas de intercambio.
 
La ministra gala de Economía, Christine Lagarde, advirtió de que el sistema monetario actual «no parece especialmente eficaz» y reconoció que «claramente existe un problema», en referencia a la falta de coordinación entre los países. Lagarde propuso ayer en Washington, durante la apertura del encuentro anual entre el FMI, el Banco Mundial y los responsables monetarios y financieros de los estados más ricos, ampliar el número de monedas en las que los inversores pueden aparcar los fondos.
 
El mensaje más contundente contra los devaluacionistas llegó por el lado alemán. El Ejecutivo de Merkel denunció ayer, antes que nadie, que el yuan chino y el dólar estadounidense están artificialmente devaluados.
 
Y que ese amaño empuja al alza al euro frente a otras monedas y perjudica a la economía alemana, 
 exportadora y motor de una economía europea todavía muy frágil. «Esa moneda debería tener un valor real», aseguró el portavoz germano, Steffen Seibert, en referencia a la divisa china. E inmediatamente después arremetió contra la norteamericana.
 
«Se podría argumentar también que la moneda estadounidense» está artificialmente devaluada debido a «la extrema liquidez» que Estados Unidos está manteniendo en el mercado, afirmó Seibert, quien añadió que «eso provoca que quizá el dólar no tenga su valor real».
 
Pero ese pacto global se antoja complicado. No pocos países han defendido ya en Washington sus políticas intervencionistas. El gobernador del Banco Central chino, Zhou Xiaochuan, rechazó revalorizar su moneda o una «terapia de choque» para la economía de su país. 
 
Y Estados Unidos, aunque de cara a la galería defiende la postura europea —dejar fluctuar las monedas libremente—, podría devaluar aún más su moneda si la Fed, como se espera, emite más papel, beneficiando exportaciones norteamericanas.

Esas devaluaciones competitivas, a pesar de todo, no son la receta mágica para abandonar la recesión. De hecho, países como Japón no han conseguido recuperarse ni «trampeando» la libertad del sistema monetario. 
 
Ahora, en un desesperado intento por incentivar la alicaída economía japonesa, que no levanta cabeza desde la crisis asiática del 97, el Gobierno anunció ayer un nuevo plan de estímulo presupuestado en 5,05 billones de yenes (43.863 millones de euros). Con dicha inyección de dinero público, el primer ministro, Naoto Kan, pretende elevar el Producto Interior Bruto (PIB) nipón y, si no crear, al menos salvar medio millón de puestos de trabajo.
  
Con un yen que ha alcanzado su máxima cotización frente al dólar en 15 años, y que ha obligado al Ejecutivo a intervenirlo, las exportaciones no terminan de repuntar y la producción industrial sigue cayendo por la deflación. Desde que estalló la crisis, Tokio ha puesto en marcha sin demasiado éxito varios planes para incentivar el consumo doméstico. Quizá porque la realidad económica acaba por imponerse, sobre todo a los «atajos»,

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