miércoles, 10 de noviembre de 2010

El G-20 discute quién paga el coste de la crisis

SEÚL.- La Cumbre del Grupo de los 20 que empieza mañana en esta ciudad tendrá a la “guerra de divisas” como tema excluyente. Las potencias centrales, en especial Estados Unidos, están presionando a los países en desarrollo para que revalúen sus monedas. Así buscan mejorar la competitividad para aumentar sus exportaciones y reactivar más rápido la producción y el empleo, poniendo fin al contraste entre el déficit de las naciones ricas y el superávit de las periféricas. Los emergentes se oponen a esa receta que busca transferirles el costo de la crisis, escribe el envíado especial de 'Página/12". 

“El superávit y las reservas internacionales argentinas son garantía de estabilidad y no se van a supeditar a los intereses de otros países”, afirmó ayer el canciller Héctor Timerman, pocas horas después de aterrizar en el aeropuerto internacional de Incheon. El funcionario desembarcó primero para tener todo listo cuando llegue hoy la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
La Argentina comparte su posición con las naciones populosas que integran el BRIC (Brasil, Rusia, India y China), algunos petroleros y el resto de los emergentes. En el otro frente se observan cada vez más grietas porque la política monetaria expansiva de Estados Unidos también complica a los europeos, pero las potencias suelen cerrar filas cuando se trata de disciplinar al resto y ya amenazan con un mayor proteccionismo comercial.
El debate entre los jefes de Estado se llevará adelante en el Coex, un centro de convenciones ubicado al sur de Seúl, dentro de un inmenso complejo de 119 mil metros cuadrados que tiene comercios, cines, discotecas, un acuario y salas de videojuegos que harían empalidecer a los amantes de la PlayStation. El gobierno coreano ya desplegó en la zona unos 50.000 policías y puso al ejército en alerta máxima para evitar atentados y controlar las manifestaciones de los grupos antiglobalización. Este dispositivo intimidante contrasta con la buena predisposición que muestran los ciudadanos coreanos para ayudar a los extranjeros que caminan por las calles con el ceño fruncido, tratando de descifrar el inexpugnable alfabeto Hangeul con el que están escritas las publicidades y los carteles luminosos.
Cristina Fernández de Kirchner llegará hoy a las 19 (las 7 de la Argentina), pero los cuadros medios de la delegación ya están en el Coex discutiendo el documento que se presentará el viernes. La Presidenta comenzará su actividad oficial mañana al mediodía (hoy a la medianoche argentina) al presidir una mesa redonda sobre finanzas en la Cumbre de Negocios que se desarrolla paralelamente al encuentro de los presidentes. Allí disertará sobre regulación financiera y apoyo a la economía global ante unos 50 líderes empresarios. A las 15 mantendrá una reunión con el primer ministro de Canadá y ya por la noche asistirá, junto al resto de los presidentes de las naciones del G-20, a la cena de honor que ofrecerá el primer mandatario surcoreano, Lee Myung-bak, en el Museo Nacional. El viernes será el turno de las sesiones plenarias de la Cumbre, donde estará acompañada por el canciller Héctor Timerman, el ministro de Economía, Amado Boudou, y el embajador argentino en Washington, Alfredo Chiaradía, quien la asiste como sherpa (guía).
En la agenda del G-20 figura la reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI), sobre la que avanzaron los ministros de Economía en octubre, la seguridad financiera internacional, la ayuda a los países más pobres y el cambio climático, pero las tensiones por el valor de las monedas y el consecuente peligro de una guerra comercial dominarán la escena.
En el último informe de perspectivas económicas que presentó el FMI en su asamblea de octubre, se destacó que las naciones desarrolladas tienen excedentes de producción que no podrán colocar en sus mercados. Si bien las proyecciones indican que la economía mundial crecería este año cerca de un 4 por ciento en promedio, el principal motor siguen siendo los países en desarrollo que promediarán un 6 por ciento, contra un 2 por ciento de los industrializados. Esa tasa no les alcanza a las potencias para revertir sus altos índices de desempleo. El objetivo entonces es incrementar las exportaciones hacia los países que están creciendo a un ritmo mayor. Una moneda devaluada es el camino más corto para ser más competitivo y mejorar esas ventas, pero para ello es necesario que las otras monedas se fortalezcan, pues los tipos de cambio son valores relativos.
Ahí es cuando aparecen los obstáculos para Estados Unidos, porque China se resiste a revaluar el yuan para no ver afectada su competitividad, mantenerse como el principal país exportador del mundo y seguir creciendo a tasas altas. La misma postura mantiene el resto de los países en desarrollo que tienen un fuerte superávit.
En la reunión de ministros de Economía del G-20, que se realizó el pasado 22 de octubre también en Corea del Sur, el secretario del Tesoro estadounidense, Timothy Geithner, propuso limitar los superávit y déficit de cuenta corriente de los países con el objetivo de atenuar los desequilibrios globales. En la propuesta se mencionaba un tope de 4 por ciento que debería estar vigente en 2015. La mayoría de los países del grupo descartó entonces poner límites cuantitativos, pero la puja sigue. En este caso, hasta Alemania se diferencia de Estados Unidos, porque tiene superávit de cuenta corriente y afirma que no lo consiguió como consecuencia de su política cambiaria sino por la mayor eficiencia y productividad de sus empresas, aunque los alemanes coinciden con el gobierno de Barack Obama al momento de pedirle a China que revalúe el yuan.
Al mismo tiempo que formula estos planteos, Estados Unidos comenzó a inundar la plaza financiera de dólares para tratar de que su moneda se deprecie en términos relativos y así acelerar la reactivación. La reciente decisión de la Reserva Federal de comprar bonos soberanos, por un monto de hasta 600 mil millones de dólares, va en esa dirección. Además, sirve como una represalia no explícita a la política comercial de China, que tiene la mayoría de sus reservas en dólares.
El riesgo principal es que la “guerra de divisas” se transforme en el corto plazo en una “guerra comercial”. La Organización Mundial del Comercio, que participa de las reuniones del G-20 como invitada, ya advirtió que la consecuencia de esta carrera por tratar de tener la moneda más débil podría derivar en la aplicación de medidas proteccionistas que restrinjan los intercambios comerciales. De hecho, la Cámara de Representantes de Estados Unidos dio media sanción a fines de septiembre a un proyecto de ley que permite imponer barreras a productos de países con monedas devaluadas.
La principal potencia mundial ya siguió ese camino en la década de 1930 al fijar aranceles extraordinarios, lo que generó represalias de otros países, afectando el comercio mundial. Por ahora, son sólo escarceos, pero Estados Unidos mantiene la amenaza. Además, cada vez que asoma un indicador negativo vuelven los fantasmas de una recaída y las posiciones se endurecen más. Los países en desarrollo ya dejaron en claro que no están dispuestos a que se los lleven por delante. Por lo tanto, el final está abierto.

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