lunes, 29 de noviembre de 2010

Crisis y futuro del euro / Pedro Solbes *

Desde que se propuso la idea de una moneda única en Europa se suscitó la polémica sobre su viabilidad. Para sus defensores, entre los que me encuentro, era un paso fundamental en el proceso de construcción europea, exigiría esfuerzos pero era posible. Para sus detractores plantea problemas insolubles. A los euro escépticos políticos, por la cesión de soberanía que implica. Para los más técnicos, por considerar que una sola política monetaria no puede aplicarse en países con diferentes políticas económicas.
 
Con la crisis el debate se ha avivado. Los anti-euro han reaccionado como se esperaba: «ya lo decíamos, no es viable una moneda única sin una integración política»; los episodios de Grecia e Irlanda no son más que el inicio de un proceso que dará al traste con el euro; el euro ha agravado la crisis en algunos países. Mi apreciación de la realidad es muy distinta: el euro ha jugado un papel claramente positivo durante la crisis. Ha evitado devaluaciones competitivas, y por tanto políticas de empobrecimiento de los vecinos facilitando volver al crecimiento. También ha sido un ancla monetaria a nivel global y ha evitado problemas de proteccionismo o marcha atrás en el proceso de globalización. 
 
Pero hay más. Basta referirse a la mejor coordinación de los europeos para pactar y actuar conjuntamente con las otras grandes economías mundiales las medidas para salir de la crisis o las innovaciones puestas en marcha por el Banco Central Europeo para facilitar la liquidez imprescindible durante la crisis. Sin el euro entraríamos en un proceso de confrontación entre países que hubiera podido dar al traste con el proceso de construcción europea.
 
¿Por qué entonces hay dudas sobre su futuro? Una moneda única exige una mayor coordinación de políticas económicas especialmente fiscales, lo que no se ha respetado, y se han detectado además claras insuficiencias en el acuerdo al que se llegó en Maastricht. Las políticas fiscales expansivas, dada la política monetaria aplicada, y las rigideces de ciertas economías, han generado burbujas o desequilibrios que no son sostenibles. Hemos aprendido además que las dificultades en un país pueden acabar afectando al conjunto de la zona euro por lo que el rígido principio del «no bail out» tiene que ser matizado. Tienen sentido las iniciativas tomadas por la Comisión y el Consejo europeos para reforzar y hacer más automático el pacto de estabilidad y aplicar a las economías en dificultades un mecanismo de rescate (temporal de momento y a sustituir por otro permanente desde 2013).
 
Pero estas decisiones todavía no se aplican plenamente. Mientras ello sucede los mercados siguen poniendo a prueba la consistencia de la zona euro y su capacidad de respuesta. En mi opinión lo hecho hasta ahora, por la Unión y por los países más afectados, va en la buena dirección, pero es prematuro afirmar que todo está hecho. Pero de lo que no tengo la menor duda es que sin el euro, todo hubiera sido más difícil. Corrijamos lo necesario, a pesar del precio político a pagar, pero no caigamos en la tentación de pensar que se puede salir del euro —salir no es aquí lo opuesto a entrar, sino mucho más— o que el euro puede desaparecer. Si la relevancia europea es ya hoy limitada, sin el euro pasaríamos a la irrelevancia total.
 
(*) Ex ministro español de Economía y Hacienda y ex comisario de la Comisión Europea

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