domingo, 28 de noviembre de 2010

El euro, una moneda que pierde crédito

PARÍS.- El euro y la zona monetaria europea son víctimas del mismo cáncer que ya dinamitó el difunto Sistema Monetario Europeo (SME, 1979– 1993): la anemia económica, el incumplimiento masivo de todas las promesas de «convergencia» y «saneamiento», la irresponsabilidad de gobernantes que han utilizado la retórica del «rigor» para vender la indisciplina de vivir a crédito, que los grandes inversores internacionales castigan con su implacable desconfianza.

La moneda oficial de 16 de los 27 estados miembros de la UE nació (1995/2001) tras la «voladura» del SME con un escudo conceptual que debía asegurar la convergencia económica de países tan distintos como Alemania y España, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC, 1997), que preveía dos tipos de dispositivos de control: «vigilancia mutua y preventiva» de los presupuestos nacionales, para evitar déficits nocivos para la credibilidad de la moneda europea; y «procedimientos de castigo» para los Estados que violasen las normas de comportamiento común...
El PEC fue concebido en Alemania para intentar evitar el rosario de catástrofes monetarias que había precipitado el hundimiento del SME: las divergencias presupuestarias, las diferencias de competitividad e inflación que dinamitaron aquella difunta zona de estabilidad monetaria.
Los estrategas alemanes imaginaron un Pacto de disciplina y convergencia que Alemania (Schroeder) y Francia (Chirac) comenzaron violando y desacreditando. El primer PEC apenas duró siete u ocho años, hasta que fue necesario acelerar una «gran reforma» (2005) para intentar sanear el abismo que separaba la retórica del «rigor» y la irresponsabilidad de los gobiernos.
El nuevo PEC apenas ha durado cinco años, víctima de los mismos desequilibrios, promesas incumplidas, mentiras masivas, corrupciones diversas, «ingenierías contables» y un largo rosario de falsedades de Estado, apenas maquilladas. La crisis financiera del verano del 2007 agravó todos esos indicadores negativos, convirtiendo la zona euro en un campo de minas incendiarias, que no han dejado de estallar, desde entonces.
La Estrategia de Lisboa (2000) proyectaba y prometió «convertir la economía de la Unión en la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, antes de 2010, capaz de un crecimiento duradero acompañado por una mejora cuantitativa y cualitativa del empleo y mayor cohesión social». Ni un solo Estado ha cumplido las promesas. Bien al contrario: España continuó viviendo de especulación inmobiliaria y fondos de cohesión europeos, Grecia llegó a maquillar las cuentas del Estado para recibir más fondos europeos, Francia siguió «chutándose» con deuda pública, etcétera.
Solamente Alemania y algunos de los países de su área continuaron reformando y mejorando su competitividad, inscrita en su Constitución la imperiosa necesidad del saneamiento permanente de las cuentas del Estado.
Así las cosas, cuando Grecia terminó precipitándose en la bancarrota, los contribuyentes alemanes pusieron el grito en el cielo: «¡No queremos seguir pagando impuestos para subvencionar a un país que no se impone la disciplina que nosotros aceptamos y sufrimos...!». Desde Alemania es evidente que la indisciplina de los países periféricos (Grecia, Irlanda, Portugal y España) sigue siendo una amenaza para la estabilidad del euro, víctima de la modesta o nula convergencia entre la competitividad alemana y los arcaísmos mediterráneos y periféricos.
Crisis en solo seis meses
La expulsión de Grecia de la zona euro hubiese sido una decisión tan dolorosa e imprevisible que Angela Merkel decidió aceptar la creación de una «malla de seguridad», el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), con un objetivo muy «modesto»: prestar dinero a los estados incapaces de cumplir la disciplina del PEC, víctimas de su falta de credibilidad, agravada por la ausencia de reformas, la baja competitividad, las modestísimas perspectivas de crecimiento, imprescindibles para poder hacer frente deudas crecientes.
Seis meses después de su creación, el FEEF está en crisis, víctima de las mismas evidencias, incertidumbres y desconfianzas que ya volaron el SME y confirmaron el abandono por incumplimiento de la Estrategia de Lisboa y el PEC .
Hace seis meses, el FEEF fue concebido como un arma estratégica, disuasiva: la UE y el FMI se comprometían a movilizar 750.000 millones, para salvar de la bancarrota a este o aquel Estado víctima de la falta de credibilidad, desconfianza o desequilibrios de sus cuentas públicas. De entrada, con una gran «ingenuidad», los inversores se creyeron la retórica parda del Fondo. Tras la pausa veraniega, los inversores internacionales advirtieron la evidencia: Grecia sigue sin convencer, Irlanda está al borde de la bancarrota, Portugal no sale del hoyo, y España sigue aplazando las reformas.
Detalle más grave, los inversores han advertido que, en verdad, nadie tiene tampoco muy claro de donde saldrán los 750.000 millones del fondo de rescate para los periféricos. Nadie duda de la solvencia del FMI, cuya aportación a ese fondo común está cifrada en 250.000 millones. Los 60.000 millones de la Comisión están mal que bien presupuestados. Pero... hay muchas dudas sobre los 440.000 prometidos por los estados.
No se pone en duda la credibilidad de Alemania, cuya participación en el Fondo es de 119.390 millones. Francia prometió 89.657 millones: pero nadie olvida que París sigue viviendo a crédito, habituada a la morfina de la deuda. Los 78.784 millones italianos y los 52.352 millones prometidos por España suscitan las más vivas reservas. Si Portugal o España necesitasen el socorro urgente, los recursos del Fondo pudieran quedarse cortos...
Grecia ya recibió o está recibiendo 110.000 millones del Fondo. Irlanda recibirá otros 85.000 millones. En un trimestre de descontrol y nubes tóxicas políticas, el fondo original ha disminuido espectacularmente, cuando continúan creciendo las reservas.
Angela Merkel y Nicolas Sarkozy intentan negociar un acuerdo para prolongar indefinidamente el FEEF, concebido como mecanismo provisional hasta 2013, pero Berlín y París buscan promesas de saneamiento, ayuda y convergencia. Esa es la negociación en curso, que deja en suspenso el problema capital. El euro está amenazado por el endeudamiento y la solvencia: un fondo de rescate puede ayudar a salir del paso, pero, finalmente, alguien tendrá que pagar las deudas millonarias y las perspectivas de crecimientoson muy débiles y volátiles.

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