sábado, 20 de noviembre de 2010

La falta de consenso en el G-20 alienta a las distintas potencias a buscar recetas propias

MADRID.- Aguas revueltas en la economía mundial; el espíritu de cooperación multilateral por el que tanto han luchado los líderes del G-20, y no han conseguido en la última cumbre celebrada en Seúl, se tambalea dando paso al ¡sálvese quien pueda! en medio de una guerra de divisas que aviva el «desorden» mundial y un desacuerdo irreconciliable en la lucha contra los desequilibrios comerciales, con lo que esto puede implicar para las economías más débiles, como la española, nuevamente acorralada por una prima de riesgo instalada en máximos. ¿Qué está ocurriendo?, ¿donde están los focos del problema de la crisis? Los bandazos de los mercados de divisas han puesto nerviosas a las economías mundiales. 

Hace tan sólo dos semanas era la Reserva Federal (Fed) la que decidía dar un paso al frente en esta guerra de divisas por su cuenta y anunciaba su intención de inyectar en el mercado 600.000 millones de dólares más de nueva creación (425.000 millones de euros) para intentar reanimar la alicaída economía de Estados Unidos. Lo hará comprando deuda pública —bonos— a razón de 75.000 millones de dólares (53.530 millones de euros) al mes hasta junio de 2011, cifra superior a lo esperado por el mercado. 

Una medida que lleva consigo la depreciación de la moneda en un intento de favorecer sus exportaciones y que, precisamente, las autoridades estadounidenses habían criticado anteriormente de la otra gran potencia, China, porque fomentaba los desequilibrios globales mediante su intervención sobre el tipo de cambio del yuan. 

Una iniciativa a la desesperada de la primera economía del mundo por recuperar su crecimiento, lo que le ha enfrentado a Europa, que mira impotente cómo se aprecia la moneda única frente al resto de divisas. ¿Cómo actuar? La opción podría estar en seguir el camino de la economía estadounidense; ya se encargó el presidente Obama de dejar patente al G-20, en un ataque de ambición, que «la mayor contribución que EE.UU. puede hacer a la recuperación global es un crecimiento fuerte que genere empleos, ingresos y gastos». 
 
Con este panorama, la solución a una salida conjunta de la crisis parecen más teoríca que práctica y lo seguirá siendo mientras las decisiones económicas se tomen por los Estados, dejando para los grandes foros como el G-20 las decisiones únicamente políticas. Son muchos los analistas que ven paralelismos entre la actual situación económica y la de la postguerra, y reclaman la recuperación de aquel espíritu de consenso de Bretton Woods para alcanzar algún acuerdo global que acabe con la desestabilización que supone la guerra de divisas y la proliferación de políticas proteccionistas. Problemas viejos... pero afrontados con nuevas reglas.
 
No son pocas las voces de alarma ante una tendencia que ya se produjo en la crisis del 29, devaluaciones competitivas, a las que siguieron un fuerte proteccionistmo y disputas comerciales que hundieron el comercio internacional y profundizaron en la gran depresión. «El proteccionismo es el mayor peligro que afrontamos», aseguraba en una entrevista a Financial Times Angela Merkel. La misma canciller que, mientras a finales del pasado mes de abril la Comisión Europea se esforzaba por lanzar un mensaje de unión y de apoyo de cara al rescate de Grecia, dejaba ya patente su voz discordante: «Alemania no prestará dinero al país heleno mientras éste no presente un plan de ajuste que cuente con el beneplácito del FMI. Sus palabras no pasaron inadvertidas en los mercados: la prima de riesgo de Grecia se disparó hasta batir récords (663 puntos básicos), y el interés del bono a dos años por encima del 13%.
 
Pero no es sólo Merkel la que alerta del peligro de una vuelta al proteccionismo, mientras esta corriente prolifera por doquier. Hubo un momento en 2009, ante el miedo colectivo al colapso, que pareció que los países estaban dispuestos a armonizar la salida de la crisis. «Sí, pero entonces era fácil ponerse de acuerdo para gastar más —apunta Fernando Fernandez, profesor del IE Business School—. Ahora, en 2010, cuando es evidente que la situación exige ajustes de gasto, la coordinación es más difícil. Pero precisamente se hace mucho más necesaria, para evitar una espiral deflacionista mundial».
 
Juan Velarde, vicepresidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, recuerda a Kindleberger y su estudio sobre la Gran Depresión en el que mencionaba a su famoso «caracol contractivo».
 
«Consiste —explica Velarde— en que al intentar salvarse un país, dificulta el comercio internacional, con lo que todos los demás se perjudican y, al intentar superarlo todos y cada uno aún lo contraen más, con lo que el primero vuelve a resultar perjudicado y retorna en su actuación, hundiendo más todos, y así sucesivamente».
 
Desde la patronal europea Business Europe muestran también su preocupación por la falta de progreso hacia un marco más sólido de coordinación de políticas económicas mundiales. «El debate sobre la evolución de los tipos de cambio y la amenaza de la guerra de divisas es una clara advertencia —puntualiza el presidente de Business Europe, Jürgen R. Thumann, en un escrito dirigido al presidente de la Comisión Europea y al que ha tenido acceso 'Abc'—.
 
El fracaso en desarrollar un enfoque multilateral para reequilibrar la economía implica grandes riesgos de renovar el proteccionismo y la inestabilidad. Los impedimentos para el crecimiento y los desequilibrios macroeconómicos son asuntos esenciales del G-20. Reducir los déficits públicos y la adopción de reformas de gran alcance para reactivar el crecimiento del sector privado son algunas de las principales propuestas de la UE. Lo que está claro es que el Plan de Acción del G-20 como marco para el crecimiento debe facultar a los gobiernos para llevar a cabo las reformas necesarias en forma coordinada y equilibrada». 
 
En opinión de Martin Rahe, profesor de Economía Internacional de EADA, lo importante es que los países hagan las reformas necesarias para poder responder a una competencia global. «La guerra de las divisas expresa la impotencia de los países por competir a nivel internacional y mantener o hacer crecer el bienestar del país. Es legitimo, por tanto, que cada país busque la mejor solución para sí mismo, de manera que pueda responder mejor a sus necesidades. Difícilmente se puede trabajar en contra de las fuerzas del mercado buscando un crecimiento económico sostenible. Mejorar la competitividad de un país a través de la devaluación artificial de la moneda es una política cortoplacista que no mejora la situación exportadora a largo plazo», puntualiza.
 
Los analistas no dudan al asegurar que existen demasiadas tensiones político-económicas a ambos lados del Altántico como para esperar mayor coordinación ahora. «Tras las primeras declaraciones de intenciones del G-20 en los momentos más álgidos de la crisis todo parece haber quedado, en eso, en buenas intenciones —asegura Santiago Carbó, del departamento de Teoría e Historia Económica Facultad de CCEE y Empresariales Universidad de Granada—. 
 
Los problemas que surgen de esta crisis avanzan a un ritmo más acelerado que la coordinación y las posibles soluciones globales. Ya era de por sí complicado lograr vías de entendimiento común suficientemente consolidadas y concretas respecto a la reforma de la arquitectura financiera internacional cuando, además, han aparecido otros problemas como la guerra de divisas, que está causando inestabilidad y un cierto descontento en el ámbito del comercio internacional, que no acaba de escenificarse en el ámbito diplomático».
 
Según Fernando Fernández, cómo conseguir que americanos y europeos, con la excepción de Alemania, ahorremos más y gastemos menos, y que los asiáticos y otras economías emergentes gasten más y ahorren menos es un reto para el G-20. Asegura que un sistema de tipos de cambio flotante ayuda precisamente a que ese proceso se haga a través de la variación de un precio clave, como es el tipo de cambio.
 
«De no funcionar ese fusible, los ajustes son reales, en términos de empleo y producción. Surgen así las respuesta nacionalistas y el mercantilismo económico como forma de política internacional. Estamos empezando a ver algo de eso y es muy preocupante —advierte—. Aún estamos a tiempo de evitarlo, pero hace falta coraje político y se echa en falta mayor visión global». 
 
El nerviosismo se ha instalado entre las principales auroridades económicas mundiales y los intentos por aportar soluciones se han vertido a la desesperada desde todas las vertientes y ángulos. Una de las últimas propuestas llegó de la mano de Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial y ex secretario del Tesoro de Estados Unidos, quien para poner freno a la guerra de dividas ha levantado ampollas al poner sobre la mesa la posibilidad de volver a utilizar el patrón oro como referencia a la hora de fijar el tipo de cambio y la paridad de las principales monedas internacionales. 
 
Desde el Banco Mundial se pretende volver, por tanto, a un sistema monetario en el que el valor de la moneda de cada país debe estar respaldado por una cantidad fija de oro en poder de su banco central. «Va a tener dificultades la vuelta al patrón oro y desde luego desbarataría al euro y a su zona, con lo que algún país, como España, da la impresión de que volvería a moneda fiduciaria», asegura Juan Velarde ante tal propuesta.
 
El profesor del IE, Fernando Fernández, no comparte la tesis de que hay un nuevo espacio para una revisión del patrón oro, «pero hay que reconocerle a Robert Zoellick el valor para poner el tema sin tapujos encima de la mesa». 
 
En momentos de tensión resultan más apreciables las desconexiones en la coordinación internacional. ¿Es posible que se genere un nuevo orden mundial? Para Santiago Carbó este supuesto es exagerado, «vivimos, en cualquier caso, agobiados en exceso por el corto plazo y debemos volver a poner el énfasis en la grandes medidas y acuerdos de largo plazo que garanticen y consoliden la estabilidad. 
 
En este punto tampoco parece haber consenso, puesto que el profesor de Eada, Martin Rahe, señala que seguramente habrá un nuevo orden mundial. «China e India surgen como nuevas potencias económicas que hay que tomar muy en serio.
 
Al mismo tiempo, EE.UU. está luchando contra un declive que no se basa sólo en una mala coyuntura, sino que tiene mucho que ver con aspectos estructurales. En el caso de que la guerra de las divisas y los «global imbalances» se mantienen o agravan, la dinámica de la globalización podría ralentizar a favor del proteccionismo».

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