sábado, 20 de noviembre de 2010

Un G-20 para poco / Josep Borrell *

Hace un par de semanas me preguntaba en estas páginas digitales si en Seúl se produciría un armisticio en la “guerra de las monedas” y se evitarían las tentaciones proteccionistas que de ella se pueden derivar. La reunión previa de los ministros de economía permitía albergar una débil esperanza. Pero visto lo ocurrido, hay que reconocer que la cumbre del G – 20 del pasado 12 de  noviembre no ha servido para nada.

Uno de los mayores desequilibrios creados por la globalización de la economía es el de las balanzas comerciales de algunos países. De un lado están los que producen a bajo precio y exportan a tipos de cambio infravalorados y gracias a ello acumulan excedentes masivos, como es el caso de China

Y del otro los que consumen muy por encima de sus medios, financiando a crédito ese consumo, endeudándose masivamente y acumulando déficits comerciales insostenibles. Es el caso prototipo de los EE.UU, pero no nos olvidemos de nosotros mismos porque el modelo de crecimiento español ha adolecido del mismo problema estructural. Antes de la crisis España era tenía el segundo déficit comercial más grande del mundo en volumen y todavía ahora tenemos el mayor déficit comercial del mundo en términos del PIB.

Hay por un lado los países “hormiga” , como China, Japón y Alemania, que  consumen poco y exportan mucho, y los países “cigarra”, como EE.UU., España y el Reino Unido, que consumen mucho y para ello importan demasiado. Entre ellos se han producido esos desequilibrios globales (“global imbalances”) que han contribuido al colapso del sistema financiero y son una de las causas subyacentes de la crisis.

Tratar de  resolver ese desequilibrio era uno de  los objetivos de la cumbre del G – 20 en Seúl del pasado día 12. Pero los intereses nacionales de los países representados han sido mas fuertes que la necesidad de una cooperación solidaria entre ellos y ninguna decisión relevante ha podido ser adoptada.

Confiar a un grupo de trabajo del FMI la elaboración de indicadores que permitan evaluar el riesgo que esos desequilibrios comportan no es gran cosa. Es más bien una puerta de salida para camuflar un desacuerdo total puesto que no hace falta ningún grupo de trabajo para confirmar lo que ya se sabe, es decir que estos desequilibrios constituyen un serio peligro para la economía global.

Parece que atrás han quedado ya los días en los que, frente al abismo abierto por la crisis financiera, las reuniones del G 20 permitieron tomar medidas coordinadas para hacerle frente. Parece como si, apenas vueltos a un mínimo de normalidad, los intereses nacionales han prevalecido de nuevo.

Así, Seúl  ha mostrado los límites de la capacidad del G – 20 de regular la globalización económica y financiera poniendo las bases de un sistema de gobernanza que evite la generación de una nueva crisis. Y decimos nueva cuando no podemos decir que ya hemos superado la actual, como muestra el nuevo episodio de la crisis de la deuda europea que está viviendo Irlanda .

Paradójicamente, es esta crisis irlandesa lo que está evitando, por no decir salvando, al euro de convertirse en una divisa sobrevaluada frente al  dólar y al yen. Para mantener funcionado su capacidad exportadora, China mantiene su moneda permanentemente devaluada a través de un férreo control del mercado de capitales y compras masivas de dólares que le han hecho acumular gigantescas reservas de cambio. 

Sólo para mantener el valor de ese tesoro de guerra comercial China necesita evitar que el dólar se devalúe. Y los EE.UU., incapaces de conseguir una reevaluación del yuan que  frene su deficit comercial con China, responden haciendo presión a la baja sobre el dólar produciéndolos en gran cantidad a través de ese plan de compra de Deuda pública por la Reserva Federal por 600.000 millones de dólares sacados de la maquina de imprimir.

Así se ha interpretado el objetivo de ese plan, oficialmente destinado a relanzar la anémica economía americana. Aunque las autoridades americanas lo nieguen enfáticamente, el propio Greenspan lo considera como un intento deliberado de devaluar el dólar. Pero no es menos cierto que todo el mundo tiene interés en que la economía americana vuelva a crecer y que ésta es la mejor contribución que Obama puede hacer a la solución de la crisis económica global.

El problema son los procedimientos empleados para ello. Esos dólares buscaran mejores oportunidades de inversión y muchos países emergentes temen que contribuyan a la formación de burbujas especulativas en sus economías. Por eso algunos han empezado a poner impuestos a las entradas de capital.

Lo cierto es que corregir esos desequilibrios, que no son sino la expresión de la forma en la que se ha organizado la economía globalizada, será una tarea lenta. Guste o no, es difícil y lleva su tiempo reorientar la economía china hacia la demanda interior, lo que implica que los chinos consuman mas, para lo hace falta que dispongan de más renta disponible y menos temor al futuro, lo que a su vez necesita una redistribución de los frutos del crecimiento y la creacion de un sistema de protección social .

Tan difícil como es orientar la economía americana hacia la exportación, lo que implica un menor consumo interno. A ambas cosas ayudaría sin duda un realineamiento de los tipos de cambio de sus monedas que en absoluto se puede decir que correspondan hoy a los fundamentales de esas economías.

Pero eso no lo va a conseguir el G – 20. El FMI fue creado en 1945 para ejercer el papel de gendarme monetario que hoy tampoco tiene fuerza para ser. Salvo que unas nuevas reglas de juego se la den. Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato monetario?

(*) Josep Borrell es ex presidente del Parlamento Europeo 

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