domingo, 10 de octubre de 2010

La manipulación neoliberal de la imagen de España / Vicenç Navarro *

Una visión muy promocionada por los medios y por los economistas neoliberales es la de que la economía española es muy poco eficiente y competitiva como consecuencia de las rigideces de su mercado de trabajo y su excesivo gasto público, incluyendo también el gasto público social. Este último se considera como una enorme carga que está ahogando la economía. 

El documental que el diario Wall Street Journal (que sostiene una línea editorial semejante a la ultraderecha española, expresada en Intereconomía) mostró hace unos días sobre España reflejaba esta postura. Otro, que analizaré en este artículo, es el informe Global Competitiveness Report 2010-2011, producido este año por el Foro Económico Mundial (cuya sede está en Davos), y que en teoría intenta analizar la competitividad de los países del mundo. 

El coordinador del informe es el conocido economista ultraliberal Xavier Sala-i-Martín, de la Universidad de Columbia en Nueva York, y frecuente tertuliano en los programas radiofónicos y televisivos de la televisión pública catalana. Por cierto, quiero aclarar que utilizo el término ultraliberal no en sentido peyorativo o insultante sino meramente descriptivo, pues las posturas de tal economista, como las del Wall Street Journal, son extremas dentro del escenario neoliberal. 

Su propuesta de privatizar la Seguridad Social completamente, como hizo el General Pinochet, son extremas y poco representativas del pensamiento económico liberal. Calificó recientemente al gobierno tripartito de izquierdas catalán como el más parecido a la dictadura norcoreana existente hoy en el mundo. Con estas notas, la definición de ultra, dentro de su sensibilidad liberal, refleja correctamente su postura político-ideológica, enmascarada como economía.

Volvamos ahora al informe. Como era de esperar, el nivel de competividad de España aparece por debajo de países del tercer e, incluso, cuarto mundo. El año pasado critiqué el informe Global Competitiveness Report 2009-2010 en un artículo titulado “La escasa credibilidad de Davos”, Público, 11/02/09, en el cual documenté el escaso rigor del informe de aquel año. Debido a la enorme publicidad dada este año al informe me veo en la necesidad de analizar el informe 2010 de este año que, por desgracia, adolece de la misma falta de rigor que el anterior. 

Y lo primero que debe decirse es que el informe no es un estudio que se base en datos objetivos, de los cuales se deriven sus conclusiones. El informe se basa principalmente en una encuesta que ha sido realizada por personas próximas al mundo empresarial en 139 países, con preguntas del tipo siguiente: “¿cómo valora la percepción popular sobre el comportamiento ético de los políticos en su país?”. 

La persona que responde a esta pregunta pone un número en una escala, lo cual me parece muy bien, excepto por el hecho de que si el intento es comparar las respuestas dadas por distintas personas en países diferentes habría que seguir un criterio homologable y explícito, pues de lo contrario, la pregunta y la respuesta se abre a toda serie de subjetividades que definen más al encuestado que al encuestador. 

En algunos países, el que contesta puede tener más simpatías hacia la clase política que otra persona de otro país, lo cual impactará enormemente en su respuesta, sin que ello refleje nada, por ejemplo, sobre la corrupción. Con este método de trabajo se concluye que Qatar, una dictadura medieval (paraíso para el mundo empresarial) aparece como uno de los países menos corruptos del mundo y que goza de una percepción popular más positiva sobre el comportamiento ético de sus políticos. En aquel país los miembros de la familia real controlan los mayores medios de producción. 

Otro país con comportamiento ético ejemplar es Omán, otra dictadura medieval en el Oriente Medio, conocido por su riqueza petrolífera y por tener una fuerza de trabajo (basada primordialmente en la inmigración) carente de los mínimos derechos laborales. En ambos países, Qatar y Omán, el que responde a la pregunta en la que se evalúa “la mayor confianza popular respecto al comportamiento ético de sus políticos” es un personaje del propio establishment de aquel país. 

Por lo visto, confianza popular quiere decir confianza empresarial en aquel estado que prohíbe la existencia de sindicatos. Por cierto, ambos países salen también muy bien parados en la mayoría de valoraciones. Así, a la pregunta de “cómo valora la contratación y el despido de trabajadores en su país” ambos países, que, como he dicho, carecen de sindicatos, aparecen entre los mejor valorados. 

En todas estas categorías, como era de esperar, España aparece en la cola, muy por detrás de aquellos países. No hay duda de que la democracia y comportamiento ético del estado debe mejorarse en España. Pero poner dictaduras medievales como modelo de honestidad y falta de corrupción no es creíble. En ambos países –Qatar y Omán- los recursos se reparten entre sus familias reales. Por otra parte, es predecible que personas e instituciones en un sistema dictatorial (como son aquellos países) den opiniones más favorables a sus estados que en una democracia (como es España).

La institución que responde al cuestionario en España (IESE, un centro de estudios empresariales) tiene una actitud muy crítica hacia el Estado español, lo cual me parece muy bien. Pero me parece muy mal que se compare con la evaluación que instituciones próximas al estado hacen sobre la limpieza y falta de corrupción estatal. Este método de trabajo es, no sólo carente de rigor, sino sujeto a todo tipo de manipulaciones y sesgos.

En realidad, cuando se contrastan los datos del informe, con los datos objetivos de agencias de evaluación creíbles, el informe aparece como lo que es: un nuevo panfleto ultraliberal. En educación, en el análisis de la calidad educativa (en conocimiento de matemáticas o ciencias), por ejemplo, España aparece en la cola, en la posición 99, por detrás de Kirguizistán (el año pasado estaban igualados). 

El informe PISA (el informe de la OCDE, de mayor credibilidad científica, basado en pruebas realizadas a los estudiantes) muestra que España, en esta categoría (conocimiento en matemáticas o ciencias), está ligeramente por debajo del promedio de la OCDE (el grupo de países más ricos del mundo), mientras que Kirguizistán está a la cola. Un tanto semejante podría decirse sobre la rigurosidad en la evaluación del sistema educativo (donde España aparece en el informe detrás de Zambia). 

Estos, y otros muchos datos, muestran el nivel de manipulación que se alcanza en este informe, cuyo objetivo es promover la visión neoliberal a lo largo del mundo. Y como era también de esperar, la mayoría de medios de información y persuasión españoles (de persuasión neoliberal) han proveído las cajas de resonancia para que se presente tal informe como lo que no es: un estudio objetivo sobre la competitividad de los países del mundo, incluyendo España. En realidad, es un panfleto político de sensibilidad neoliberal llevada a extremos.

(*) Vicenç Navarro, Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University

http://www.fundacionsistema.com

Alemania irrumpe en la guerra de divisas y planta cara a EE.UU. y China

BERLÍN.- Alemania y después Francia, como viene siendo habitual, han tenido que salir a romper el habitual y pasmoso silencio de sus socios comunitarios. Como en otras ocasiones, los gobiernos de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy tomaron el timón del barco europeo para defender ahora los intereses de la Unión en una «guerra de divisas» de la que precisamente la Eurozona, el actor más «honesto» en esa lucha de tipos de cambios, está siendo el más perjudicado. 

Berlín cargó contra las devaluaciones competitivas de algunos países, y París avanzó que en noviembre obligará al G-20 a revisar el actual sistema monetario global.

Tomando el testigo del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y del Banco Central Europeo, que un día antes habían alertado sobre el daño que esa «manipulación» de los tipos de cambio está causando en la recuperación económica y demandaban el fin de las políticas proteccionistas, Francia avisó de que aprovechará su presidencia de turno del G-20, a partir de noviembre, para iniciar las conversaciones de cara a alcanzar una política monetaria de consenso mundial que ponga fin a las distorsiones en las tasas de intercambio.
 
La ministra gala de Economía, Christine Lagarde, advirtió de que el sistema monetario actual «no parece especialmente eficaz» y reconoció que «claramente existe un problema», en referencia a la falta de coordinación entre los países. Lagarde propuso ayer en Washington, durante la apertura del encuentro anual entre el FMI, el Banco Mundial y los responsables monetarios y financieros de los estados más ricos, ampliar el número de monedas en las que los inversores pueden aparcar los fondos.
 
El mensaje más contundente contra los devaluacionistas llegó por el lado alemán. El Ejecutivo de Merkel denunció ayer, antes que nadie, que el yuan chino y el dólar estadounidense están artificialmente devaluados.
 
Y que ese amaño empuja al alza al euro frente a otras monedas y perjudica a la economía alemana, 
 exportadora y motor de una economía europea todavía muy frágil. «Esa moneda debería tener un valor real», aseguró el portavoz germano, Steffen Seibert, en referencia a la divisa china. E inmediatamente después arremetió contra la norteamericana.
 
«Se podría argumentar también que la moneda estadounidense» está artificialmente devaluada debido a «la extrema liquidez» que Estados Unidos está manteniendo en el mercado, afirmó Seibert, quien añadió que «eso provoca que quizá el dólar no tenga su valor real».
 
Pero ese pacto global se antoja complicado. No pocos países han defendido ya en Washington sus políticas intervencionistas. El gobernador del Banco Central chino, Zhou Xiaochuan, rechazó revalorizar su moneda o una «terapia de choque» para la economía de su país. 
 
Y Estados Unidos, aunque de cara a la galería defiende la postura europea —dejar fluctuar las monedas libremente—, podría devaluar aún más su moneda si la Fed, como se espera, emite más papel, beneficiando exportaciones norteamericanas.

Esas devaluaciones competitivas, a pesar de todo, no son la receta mágica para abandonar la recesión. De hecho, países como Japón no han conseguido recuperarse ni «trampeando» la libertad del sistema monetario. 
 
Ahora, en un desesperado intento por incentivar la alicaída economía japonesa, que no levanta cabeza desde la crisis asiática del 97, el Gobierno anunció ayer un nuevo plan de estímulo presupuestado en 5,05 billones de yenes (43.863 millones de euros). Con dicha inyección de dinero público, el primer ministro, Naoto Kan, pretende elevar el Producto Interior Bruto (PIB) nipón y, si no crear, al menos salvar medio millón de puestos de trabajo.
  
Con un yen que ha alcanzado su máxima cotización frente al dólar en 15 años, y que ha obligado al Ejecutivo a intervenirlo, las exportaciones no terminan de repuntar y la producción industrial sigue cayendo por la deflación. Desde que estalló la crisis, Tokio ha puesto en marcha sin demasiado éxito varios planes para incentivar el consumo doméstico. Quizá porque la realidad económica acaba por imponerse, sobre todo a los «atajos»,