lunes, 6 de junio de 2011

El empresario en la economía real / Ángel Tomás Martín* y José Daniel Buendía**

El hecho económico-social más relevante que ha tenido España en las últimas décadas, puede definirse como «la legitimación de la función social del empresario». Es por tanto, una realidad el protagonismo indiscutible de las empresas en una economía de mercado. La empresa invierte, compra, vende, emplea, exporta, investiga, paga impuestos... Por ello, la economía de un país es un fiel reflejo de la fuerza, la estructura y el ánimo del colectivo empresarial. 
Sin embargo, su valoración y aportación al proceso productivo, es un hecho relativamente nuevo en España. Buena prueba de ello es que hasta la década de los ochenta, no se disponía de una estadística fiable sobre la situación y evolución de las empresas españolas, hasta que apareció la Central de balances del Banco de España. Ésta ha sido una aportación magnífica que permite conocer la verdadera situación de nuestras empresas. 
El hecho de que las universidades inviten a empresarios destacados a dirigir la palabra es significativo. Que los empresarios, cada vez con más y mejor formación, expongan sus experiencias en las tribunas de formación profesional universitaria, habla bien claro de ello. 
El grado de bienestar de un país, depende de la capacidad que tenga la sociedad de alumbrar proyectos empresariales, capaces de progresar en un entorno competitivo. También es necesaria la empresa en manos proteccionistas y de acusada intervención. En este caso es necesario adaptarse al medio. 
La conexión de la economía española con el mercado exterior, ha permitido nuestro desarrollo, basado en el colectivo empresarial. Ésta conexión nos ha permitido competir tanto en el interior como en el exterior. Las verdaderas oportunidades que se derivan de ello han propiciado y hecho posible el progreso. Precisemos: 
El riesgo siempre existe, y todos los agentes económicos lo asumen a diario obligados por la imprescindible toma de decisiones, cuyo acierto depende de la corrección con la cual evalúen el futuro. Nadie conoce lo que sucederá y nuestra ignorancia aumenta en proporción con el período de tiempo que consideremos. Nos vemos, por tanto, obligados a tomar decisiones estimando como será el futuro. 
La toma de decisiones en cuanto al riesgo debe alejarse de los extremos siempre peligrosos. Si las consecuencias que se deriven pueden ser graves con alta probabilidad de que se produzca el hecho, la decisión es errónea y podemos calificarla de temeraria. Sin embargo si somos adversos al riesgo y rechazamos la exposición, disminuirá la probabilidad de pérdida súbita, pero ralentizaremos el dinamismo que nuestras decisiones imprimen a la vida económica de la empresa. 
¿Cual es el criterio que hemos de adoptar como adecuado para aceptar un riesgo?. La cuestión de fondo, con independencia de poseer conocimiento, experiencia y capacidad de evaluación razonable de las consecuencias de la decisión, es que sea proporcional y la justa para la obtención de la rentabilidad pretendida, que se siente sobre bases sólidas, que los instrumentos de que dependan funcionen correctamente y sean adecuados, porque la rentabilidad depende del riesgo asumido y sería de alta peligrosidad si no se contase con los instrumentos necesarios para cubrir los objetivos. De que se acierte o no, y que la planificación sea la adecuada, depende el éxito y la supervivencia de la empresa. Todo gestor ha de tener siempre presente que el equipo humano que depende de él, sufrirá o confiará si demuestra las dotes necesarias para dirigir obteniendo una rentabilidad-riesgo adecuada. 
Podemos afirmar que el ejercicio de empresario, necesita el conocimiento de los avatares económicos coyunturales, y tener capacidad necesaria para soportar la incertidumbre. Definir las características que debe poseer todo empresario son: detectar la oportunidad de negocio; calibrar la rentabilidad esperada; prever la financiación imprescindible; planificar la implantación del negocio; establecer el cuadro de colaboradores y trabajadores idóneos; asignar responsabilidades y montar los sistemas de control. El bienestar de un país será proporcional al número y calidad de sus empresarios. 
Hay que dejar constancia de que el desarrollo económico no se basa en la abundancia de recursos materiales, sino de los proyectos empresariales que se generen. A pesar de su escasez de recursos, Dinamarca, Japón, Singapur y tantos otros, disponen de un PIB elevado mientras Argentina, Venezuela, o Bolivia, teniendo mayores fuentes de recursos, no han sabido aprovecharlos. Es conocido que en ciertos países la abundancia de recursos puede llegar a ser un obstáculo, porque inhibe la creatividad y el esfuerzo. 
Un índice satisfactorio de empleo seguro, solo se obtiene poniendo en marcha proyectos empresariales acertados, y un empresario solo arriesgará si hay ganas de trabajar y prosperar; si existe una buena conexión con el exterior; si la estabilidad política es una realidad; si el sistema financiero es sólido y si el sistema fiscal es similar al de los mercados de consumo. Impulsemos proyectos empresariales. 
Las empresas no son iguales (grandes empresas, subsidiarias de multinacionales, públicas y semipúblicas, y pequeñas y medianas empresas). 
En las 'grandes' no suele coincidir la gestión con la propiedad y asume el riesgo de la pérdida de empleo y prestigio personal, pero no se expone el patrimonio. 
Menor exposición sufren los gestores de empresas 'multinacionales'; las decisiones básicas son impuestas desde la matriz, que solo desean seguidores fieles y administradores eficientes. 
En las empresas 'Públicas o semipúblicas', el gestor solo se expone a no ser fiel o no saber interpretar los deseos del mentor político, pero no asumen riesgo económico. 
Las 'pequeñas y medianas empresas' (PYMES), es donde encontramos los verdaderos líderes creativos y renovadores, y la gestión va unida a la propiedad, con alto riesgo aún más alto, que en ocasiones ha destruido patrimonios personales. Esta es la razón que explica la gran resistencia que poseen ante las crisis, y el esfuerzo por mantener las plantillas, y eludir el despido. 
No olvidemos que las empresas de menos de 50 empleados suponen el 99,3% del total nacional, las cuales absorben el 70,1% del total de población ocupada. Si tenemos en cuenta las empresas de menos de 250 empleados, éstas suponen el 99,99% del total de las empresas y emplean el 81,7%. Además, constituyen el venero de las grandes empresas. 
(*) Economista y Empresario
(**) Profesor de Economía Aplicada UMU

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