domingo, 23 de octubre de 2011

Los griegos encaran el futuro con desesperación y resignación

ATENAS.- Los eslóganes en la calle hablan de asaltar las barricadas, pero al conversar con los griegos sobre la crisis financiera que ha puesto su país al borde de la bancarrota, su enfado rápidamente da lugar a la resignación y a la desesperación.

Mientras los informes indican que la recesión se extenderá por lo menos un cuarto año - y el Gobierno anuncia reformas cada vez más severas que generarán aún más penurias - los sindicatos luchan por mantener vivas las protestas tras alentar fuertes disturbios.

Miles de griegos se han echado a las calles, pero a pesar de la escalada retórica y de las posibilidades de conflicto, la mayoría parece tener poca esperanza de que sus manifestaciones públicas cambien su destino.

"¿Qué podemos hacer? ¿Tirar piedras? ¿Naranjas? Aunque escupiéramos a los políticos todo el día no conseguiríamos nada", se resignó Amalia Dougia, una madre soltera de 45 años, apoyada en un banco en el centro de Atenas, donde esperaba para ver a un abogado que le librara de una deuda.

La mujer está sin trabajo desde hace dos años, desde que la crisis económica le forzó a cerrar su negocio de artículos para el hogar, dejándola con nada más que facturas y una indemnización de 175 euros al mes.

Tiene dos hijas en la universidad estudiando cosmética y administración, pero con pocas esperanzas de conseguir trabajo en esas áreas cuando se gradúen. Lo mejor que pueden encontrar ahora es un trabajo temporal en verano, como camareras o repartiendo propaganda a los turistas.

"La mayor quiere dejar el país, pero ¿de dónde voy a sacar el dinero para ayudarla? He dejado de hacer planes para el futuro. Me limito a aceptar la vida como viene. He pensado en suicidarme, pero debo cuidar de mis hijos", afirmó.

Después de tres años de recesión que han visto la caída de los salarios, el marcado aumento del desempleo y la erosión de los estándares de vida, el Gobierno griego no tiene mucho que prometer más que sufrimiento.

Para convencer a los inspectores de la UE y el FMI de que puede reestructurar su deuda, el Gobierno ha impuesto oleada tras oleada de recortes salariales en el sector público y alzas de impuestos, pero aún no ha puesto orden en sus finanzas.

Grecia anunció que este año el déficit será peor que el esperado, y que la economía se contraerá en cambio un 2,5 por ciento más. El último paquete de medidas de ajuste - subidas de impuestos, despidos y recortes salariales - no logró repercutir en el déficit de este año.

Uno puede escuchar el sufrimiento articulado casi al azar cuando camina por las calles de Atenas. En una transitada intersección, nadie levanta la vista cuando un hombre mayor que cruza la calle grita, a nadie en particular: "¡Los 300 miembros del Parlamento se lo han llevado todo!"

Sin embargo, no existe apoyo para abandonar las reformas y darle la espalda a la participación de la moneda única de la zona euro. Las encuestas muestran que cuatro de cada cinco griegos quiere conservar el euro, si bien más de la mitad espera que Grecia no pague la deuda en meses.

Los despidos en el sector público, una parte importante de las últimas reformas, rompen un tabú de 100 años de antigüedad en un país donde la Constitución garantiza trabajo de por vida a los empleados públicos.

El secretario general del sindicato del sector público ADEDY, que representa a medio millón de trabajadores griegos, afirmó que aún había medidas que se pueden tomar para expresar la disconformidad con la crisis.

"No hay nada que la gente desesperada no pueda llegar a hacer. Hemos perdido nuestros trabajos, nuestros hijos están en el paro, estamos indignados. Este Gobierno está perjudicando al país y debe irse", afirmó Ilias Iliopoulos, tras una huelga masiva convocada esta semana.

El poder de las protestas callejeras para generar el cambio político es una parte reverenciada de la mitología nacional de Grecia, tal vez más que en cualquier otro país de Europa.

Las generaciones más jóvenes idealizan a sus padres, que se sumaron a las barricadas en los 70 y ayudaron a derrocar a la junta militar.

La violencia por parte de grupos militantes de izquierda y guerrillas urbanas -rechazadas por la mayoría de los griegos- también ha sido una característica perenne del paisaje político durante décadas.

Cada día, manifestantes de uno u otro tipo avanzan por la Plaza Syntagma, en el centro de Atenas. A veces son autoproclamados anarquistas con camisas negras levantando el puño al unísono, otras son reservistas militares uniformados.

Hace una semanas fue el turno de unos 300 estudiantes de secundaria que suspendieron momentáneamente la toma de su escuela y el boicot de las clases. Gritaban "¡Policías, cerdos, asesinos!" tras toparse con un cordón policial.

Alex Stathopoulos, de 16 años, dijo no saber lo suficiente sobre economía para decir si Grecia debería conservar el euro y seguir tratando de refinanciar su deuda, o declararse en quiebra y utilizar su propia moneda. Pero tenía muy claro que los políticos corruptos habían dilapidado su futuro.

"Necesitamos una educación para poder tener trabajo y construir el futuro del país. Y ¿qué es lo que tenemos? Si recortan los salarios de nuestros padres, ¿cómo podrán pagar nuestra educación superior? Aunque vaya a la universidad, no puedo encontrar trabajo. No tengo nada. Estudiaré psicología, por ejemplo. Y seré repartidor de pizza", afirmó.

Más de 100 personas resultaron heridas en los choques entre los manifestantes y la policía en Plaza Syntagma en junio. Pero esos hechos violentos parecieron menores comparados a los disturbios registrados antes de la crisis en 2008.

Es casi como si la crisis, en lugar de inspirar la agitación política, la hubiese reducido.

La retórica se ha vuelto más encendida, pero ha disminuido el alcance de verdaderas alternativas políticas. Las encuestas de opinión muestran que los partidos políticos se han beneficiado poco del enfado público con los socialistas en el poder.

Katerina Grillaki, de 40 años, empleada estatal de compras por el centro de Atenas, expresó un sentimiento común: "Este Gobierno debe cambiar, deben irse a sus casas. El único problema es que no hay alternativa".

Los griegos probablemente terminarán por aceptar las reformas, viendo que no hay otra salida posible, dijo Antonis Makrydimitris, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Atenas.

"Los griegos, en un sentido general, son personas flexibles. Han sufrido mucho en el pasado. Se han topado con acontecimientos muy trágicos en su historia y han sobrevivido", sostuvo Makrydimitris.

"Serán capaces de tolerar las duras medidas. Pero se les debe persuadir de que esas medidas son justas", añadió.

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