domingo, 19 de febrero de 2012

La terapia mortal de Bruselas / Ludwig Greven

Últimas noticias sobre la Europa dividida: por primera vez, las exportaciones alemanas superan el billón de euros. El país pasa por un buen momento, aumentan los ingresos fiscales, el paro se reduce, [el sindicato] IG Metall, ante los buenos resultados de las empresas, reclama una subida del 6,5 % de los sueldos. Alemania es la isla de los bienaventurados.
Pasemos ahora a Grecia, un país en plena conmoción, que se precipita hacia el abismo. El Gobierno de transición, presionado por la troika (UE, BCE, FMI), decide imponer una nueva serie de medidas de ahorro draconianas. Los sueldos deberán bajar entre un 20 y un 30 %. Se tendrá que despedir a 150.000 personas de aquí a 2015 en el sector público. La economía se hunde y este año debería retroceder al menos un 8%. Y el país aún no está a salvo de la quiebra.
Sin embargo, el segundo plan de reflote de la UE, cuya cantidad asciende a 130.000 millones de euros, se ha congelado. Los ministros de Finanzas de la eurozona dudan de que el Gobierno de Papademos logre aplicar las medidas de austeridad anunciadas. Y con razón. Porque los recortes ya decretados no funcionan y lo único que se consigue es agravar los problemas. Y porque los griegos se oponen con una resistencia salvaje al programa de empobrecimiento y de decadencia de su país.

Grecia, un protectorado de Bruselas

¿Es esta la perspectiva de una Europa unida? La tierra del origen de la cultura y de la democracia occidental, convertida en protectorado de Bruselas, sin esperanzas de mejora. Un continente en el que crece cada vez más la división entre el Norte rico y el Sur que sufre la miseria, donde la gente ya no sabe realmente cómo ganarse el pan de cada día. Y mientras, en Alemania, la coalición en el poder se plantea seriamente reducir los impuestos.
Sin embargo, no podemos quedarnos indiferentes ante lo que ocurre en el resto del continente. Y no sólo porque aumenta el riesgo de una radicalización política y del regreso del nacionalismo, algo que podremos constatar en las próximas elecciones en Grecia.
También deberíamos preocuparnos porque esta situación que trae graves consecuencias y que claramente fomenta Berlín pone en peligro nuestro propio modelo de éxito. La economía alemana únicamente prospera porque nuestras empresas hacen negocios en detrimento de los países más débiles.
Pero ¿quién podrá seguir comprando productos alemanes en el futuro? ¿Ya no necesitamos a los Estados en crisis con el pretexto de que nos cuestan dinero?

Quien más se beneficia del rescate es Alemania

Quien piense así se equivoca. Grecia no es la que más se beneficia de los programas de rescate del euro: es Alemania. Si Grecia quiebra, los bancos alemanes (también) perderán miles de millones, a costa del contribuyente alemán. Si se volviera al marco alemán, se sobrevaloraría de forma dramática. El precio de los productos alemanes aumentaría un 40%. Sería el fin del modelo de crecimiento alemán basado en las exportaciones.
En el sur de Europa, y no sólo en Grecia, reina un ambiente amenazador, que se vuelve en contra sobre todo de Alemania. Casi setenta años después del fin de la guerra, vuelve a percibirse como una potencia enemiga. Ya se escuchan voces que hacen un llamamiento para adoptar medidas radicales ante la hostilidad de Bruselas y de Berlín.
¡Quién podría culpar a la gente arrastrada a la miseria! ¿Están obligados a quedarse de brazos cruzados mientras pisotean su modesto modelo de prosperidad y relegan a sus políticos a un segundo rango? Y todo para que los bancos y los especuladores no tengan que amortizar totalmente sus créditos, que se apresuraron a conceder a los países débiles con jugosos tipos de interés.
No, así no puede ser la Europa en la que deseamos vivir. Una Europa en la que los bancos y los fondos especulativos deciden qué países pueden sobrevivir y cuáles no.

La desintegración europea, el precio por la austeridad

La política de austeridad impuesta unilateralmente por los actores financieros y por Angela Merkel tiene un precio: la desintegración de Europa. Además de una larga depresión que, tarde o temprano, acabará alcanzando a Alemania.
Grecia necesita nuestra solidaridad, que se elimine su deuda y se le proponga un programa de desarrollo en lugar de incesantes paquetes de medidas que alternan el reflotamiento y la austeridad. Para que el país, de aquí a diez o veinte años, tenga la oportunidad de levantarse por sí mismo y vuelva a ser un miembro de pleno derecho de la Unión.
Y un proyecto de desarrollo europeo así no costará más dinero, si se ofrecen nuevas perspectivas a la gente de Grecia y de Europa. Este es uno de los motivos por los que merece la pena luchar por ella. Y no por excluir a Grecia de la eurozona ni por acabar con la ayuda mutua europea. Necesitamos a Grecia, como prueba de que Europa recuerda cuál es su identidad.

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