Desde el siglo XIX, Europa, EE.UU. y luego
Japón crecieron a tasas más altas que el promedio del resto del mundo,
con lo cual se abrió una brecha cada vez mayor entre países ricos y
pobres. En contraste, en la última década, los países pobres han estado
creciendo casi al 6 por ciento por año, mientras los países ricos apenas
al 1,8 por ciento. China lleva ya más de dos décadas creciendo a un
promedio del 10 por ciento por año y lo sigue haciendo a más del 8 por
ciento; India, a más del 7 por ciento; América Latina, a más del 5 por
ciento, y África, quién lo creyera, a más del 6 por ciento.
La gran pregunta es si este será un
fenómeno pasajero o si estamos asistiendo a un cambio histórico y cuáles
serán sus implicaciones. Este fue el tema central de un Diálogo sobre
Crecimiento entre académicos, incluidos tres premios Nobel y ministros y
exministros de Hacienda y Economía del primer y tercer mundo, a la que
tuve el privilegio de asistir la semana pasada en Bellagio y cuyas
conclusiones resumo.
La teoría económica sugiere que lo que
ahora está sucediendo es lo natural. A fin de cuentas, los países ricos
solo pueden crecer inventándose nuevos productos y formas de producir
cada vez más eficientes, mientras que los países pobres pueden crecer
con menor esfuerzo 'copiando' y adaptando las tecnologías y productos en
uso en los países ricos. Al hacerlo, como tienen salarios más bajos,
resultan más competitivos que los países más ricos. Por eso se desplazan
industrias enteras o partes de la producción industrial y de servicios
de los países ricos hacia los pobres. Esto está sucediendo a escala
masiva.
Es, en último análisis, lo que está detrás
de las crisis europea y norteamericana. Estados Unidos y Europa trataron
de compensar su creciente pérdida de competitividad con crédito
artificialmente barato (lo que condujo a la crisis hipotecaria de
Estados Unidos en el 2008) y con mayor gasto público (y menores
impuestos a los ricos en Estados Unidos). La acumulación resultante de
deuda pública limitará por años su crecimiento económico y condujo a la
actual crisis de deuda soberana en varios países europeos.
Si Europa no lleva a cabo reformas
estructurales que aumenten su competitividad (como lo han hecho solo
Suecia y Alemania), tendrá una década perdida, como la de América Latina
en los ochenta. Y eso si logra evitar una crisis financiera de
proporciones mayores, lo cual aún no es seguro. Tiene, ademas, otro
problema por resolver: si los países no ceden soberanía a la Comunidad
en materia fiscal y financiera (regulación y supervisión centralizada de
los bancos), el futuro del euro no puede garantizarse. Hacer esto
requiere un fuerte liderazgo político que hoy no se ve en ninguna parte
del Viejo Continente. El caso estadounidense es menos crítico, pero su
recuperación continuará siendo lenta.
En esas condiciones, ¿podrán los países en
desarrollo seguir creciendo a las tasas actuales? La recesión europea y
el lento crecimiento gringo en algo los afectará, pues estos son
mercados muy importantes para sus exportaciones. Pero quizás los afecte
menos de lo que se piensa. A fin de cuentas, los países de Asia hoy día
comercian más entre sí que con los países ricos. La sola economía china
ya es más grande que la de Europa y superará a la de Estados Unidos
hacia el año 2050.
No es imposible, por tanto, que China
llegue a recuperar la preeminencia tecnológica y comercial que tuvo
entre el siglo IX y el siglo XV. India puede también convertirse en un
polo autónomo de desarrollo. Y si el Asia sigue creciendo a tasas altas,
los latinoamericanos y los africanos tendremos buenos precios de
nuestros productos básicos. Si hacemos las cosas bien, podremos, además,
diversificar nuestras exportaciones hacia el Asia y entre nosotros
mismos. Y el mundo será distinto.
(*) Economista y político colombiano. Fue ministro de Hacienda y ahora es senador por el Partido Liberal
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