SHANGHAI.-
La competitividad de los productos chinos de menor valor
añadido cae en picado. El yuan se ha apreciado un 30% frente al euro en
los últimos tres años y los salarios de mano de obra no cualificada han
aumentado casi un 15% anual. Con el consumo bajo mínimos de Europa y
Estados Unidos, los dos principales socios comerciales de China, las
exportaciones del gigante asiático se resienten y los fabricantes
extranjeros se lanzan a la búsqueda de nuevos territorios donde la mano
de obra aún sea barata.
Muchos -sobre todo, en los sectores del textil y del
zapato- deciden abrir su horizonte en el sudeste asiático, donde Vietnam
acapara la mayoría de las miradas. En especial los alrededores de la
antigua Saigón, rebautizada luego como ciudad Ho Chi Minh, donde la
actividad fabril cobra fuerza. Y en el norte, en la capital política,
varias multinacionales han visto oportunidades para fabricar tecnología y
competir también con Taiwán, Japón y Corea del Sur.
Otros, como el conglomerado español Inditex, han
encontrado una nueva base productiva en Bangladesh, 3.000 kilómetros al
oeste de allí. El textil se desarrolla en la antigua Pakistán Oriental a
marchas forzadas, y el salario mínimo está todavía en el equivalente a
35 euros, una tercera parte del que se paga en la mayoría de los centros
manufactureros chinos, a pesar de que el año pasado se disparó. El país
bengalí, además, da una calurosa bienvenida a las empresas extranjeras
que quieran establecerse allí. Ofrece ventajas fiscales como las que
China proporcionaba en su primera fase de desarrollo, cuando necesitaba
importar talento y 'know-how (saber hacer)'.
Sin duda, Vietnam y Bangladesh, que dirigen su economía
siguiendo a su manera los pasos de China, son los más beneficiados por
el nuevo salto delante del gigante asiático. Pekín apuesta por
fortalecer el mercado interno y mejorar la calidad de vida de los 1.350
millones de habitantes, algo a lo que la revalorización de la divisa
nacional y el aumento de la capacidad adquisitiva ayudan sobremanera.
Los dirigentes comunistas también son conscientes de la
abultada factura medioambiental que ha provocado su milagro económico,
razón por la que han retirado los subsidios y las exenciones fiscales a
las empresas extranjeras que quieren establecerse en el país para
producir bienes de consumo a precios de risa. Además, la nueva normativa
laboral restringe también la llegada de trabajadores extranjeros. Ahora
las puertas ya solo están abiertas para expertos muy cualificados y
empresas que lleguen con tecnología punta. Incluso la industria pesada
estatal está obligada a reestructurarse e invertir en procesos menos
contaminantes.
Todo ello tiene un elevado precio que muchos no quieren
pagar. Por eso, el éxodo empresarial en China ya ha comenzado. Algunas
firmas han optado por seguir las recomendaciones del Gobierno y
desplazarse al interior, donde aún faltan infraestructuras adecuadas y
formar al personal. Pero temen que la situación derive en un importante
aumento del gasto. Las más grandes, por su parte, consideran que es
mejor no poner todos los huevos en la misma cesta, y optan por la
estrategia 'China + 1', que no incluye abandonar el país pero sí
contempla abrir una central productiva en otro territorio. Los destinos
preferentes están en países con normativas laborales y medioambientales
más laxas, a los que ya se han desplazado muchos, sobre todo aquellos
que fabrican productos de menor valor añadido.
Vietnam y Bangladesh buscan desesperadamente atraer esa
inversión extranjera para llevar a cabo unas reformas similares a las
que inició en China Deng Xiaoping. Ambos muestran una creciente
fortaleza en los sectores del textil y del zapato, pero también pisan
fuerte en el terreno industrial. Falta, si acaso, un tejido de
proveedores que irá llegando según se establezcan grandes
multinacionales.
La última en llegar ha sido Bridgestone, que hace pocas
fechas anunció la apertura de su mayor planta en la localidad vietnamita
de Haiphong, cuya inversión extranjera se ha multiplicado por seis en
solo dos años y alcanza los 910 millones de dólares anuales. Allí
desembolsará unos 575 millones, que darán como resultado 24.700 ruedas
al día con destino al extranjero en el horizonte de 2014.
No obstante, Vietnam también compite en la primera liga.
Intel dio la campanada a finales de 2010 con la apertura de la mayor
fábrica de microprocesadores, una inversión de más de 1.000 millones de
dólares que ha atraído a una constelación de medianas empresas y que
está llamada a formar a varios miles de jóvenes en uno de los campos más
avanzados de la tecnología.
En Bangladesh, el Gobierno está considerando seguir los
pasos de Vietnam e impulsar el establecimiento de zonas especiales en
las que se atraiga inversión del sector tecnológico. La surcoreana
Samsung ya ha abierto una oficina en la capital, Dacca, y negocia ahora
con las autoridades la apertura de un centro de fabricación por valor de
1.000 millones de dólares.
Pero hasta que los dos nuevos rivales de China den el
gran salto adelante que necesitan para competir con el gigante asiático
en sectores más avanzados, las exportaciones suponen una importante
porción de su pastel económico. Son el motor económico de dos potencias
regionales que crecen con firmeza, aunque sin sobrecalentarse. Una media
del 7% anual resulta suficiente para atraer inversión extranjera y
evitar que la inflación se dispare.
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