jueves, 14 de junio de 2012

Una solución provisional / José García Solanes *

El presidente Rajoy se ha declarado satisfecho por haber "convencido a las autoridades europeas a dar un préstamo a la banca española". Además, su Gobierno asegura que las condiciones que acompañen a los fondos conseguidos, hasta 100.000 millones de euros, quedarán en los límites del sistema financiero, sin consecuencias negativas para el Estado ni para el resto de la economía. Como ya se ha escrito y dicho mucho sobre el significado de la palabra rescate, y sobre si debe aplicarse plenamente o no al caso de la banca española, desviando el debate hacia cuestiones de honor o de prestigio político, yo me voy a centrar en las posibles consecuencias económicas del mismo y en su validez como solución duradera de los problemas del sistema financiero español.
Sabemos que el éxito de quien toma prestado debe medirse por la capacidad de devolución de los fondos. En el caso que nos ocupa, la nebulosa es muy grande, pues todavía se desconoce el montante de los tipos de interés, los plazos de devolución y las condiciones adicionales que impondrán los organismos europeos. Por si acaso, los comisarios europeos y la directora del FMI ya nos han leído la cartilla. Con toda seguridad, los sacrificios que soportará el sistema bancario serán muy grandes. La troika estará muy encima. Se argumenta que los señores vestidos de negro podrían imponer fuertes coberturas en las líneas de crédito, las cuales podrían menguar el volumen de negocio, obligando al cierre de muchas oficinas y a fuertes recortes de plantillas. La consecuencia sería una disminución de la rentabilidad de los bancos y mayores dificultades para devolver sus préstamos.
Esperemos que predominen las perspectivas positivas y que los bancos puedan sanear sus balances. Pero, en todo caso, no podemos ignorar la posibilidad de que, ante la caída de rentabilidad y quizás de desaparición de algunas entidades se deriven dos tipos de implicaciones. Por un lado, los problemas bancarios volverían a recaer sobre el Estado español, puesto que él figura como garante de los fondos; lo cual supondría más deuda y mayor déficit público y, por consiguiente, una presión más alta sobre la prima de riesgo. Una prueba más del círculo vicioso o del abrazo de la muerte entre el sector bancario y el Estado. Por otro lado, no fluiría el crédito entre bancos, ni tampoco entre estos y el sector privado. Y, dado que el crédito es una condición necesaria, aunque no suficiente para que vuelva el crecimiento económico, la recesión se prolongaría de forma dramática y cruel, especialmente para los parados.
No deseo ser pesimista, pero sí consciente de los escenarios malos que nos pueden deparar las soluciones provisionales como la que se acaba de adoptar. El peligro de nuevas recaídas y de contagio de problemas financieros importados seguirá presente si no se resuelven los problemas de fondo. La UE ha perdido la oportunidad de diseñar un sistema de protección mutuo creando una verdadera unificación bancaria. La solución permanente ha de ser un fondo europeo con capacidad de asistir directamente a los bancos necesitados, acompañado de medidas que eviten el riesgo moral y el aprovechamiento abusivo y desleal por parte de los bancos nacionales. Sabemos que esta solución no es viable ahora por razones normativas y estatutarias, pero los jefes de Estado y de Gobierno podrían aprovechar la cumbre del 28 de junio para discutir las bases o poner las primeras piedras de las reformas legales que permitan esa solución. Además, se necesita crear un Fondo Europeo de Garantía de Depósitos acompañado de una supervisión y una reglamentación bancaria supranacional. Es hora de que este tipo de acciones se entiendan no como opcionales sino como necesarias para que desaparezcan los riesgos de desvertebración europea y de desaparición del euro.
Por fortuna, los defensores de las soluciones europeas, en contraste con las válvulas de escape nacionales, son cada vez más numerosos. La canciller Merkel y algunos de sus ministros se van quedando solos. Hasta que logren entender que las soluciones al sistema financiero europeo redunda también en los propios intereses alemanes. Si la zona euro se resquebraja, las empresas alemanas perderán un destino muy importante de sus exportaciones, y no podrán conseguir préstamos en unas condiciones de privilegio como las que disfrutan ahora. Los líderes europeos suelen reaccionar tarde, a remolque de los acontecimientos económicos.
Ojalá que la crisis financiera actual sirva para ampliar la integración fiscal y política de la zona euro y, como consecuencia, para dar una solución comunitaria a los problemas bancarios no solo de España, sino de toda la zona euro. Quizás sea mucho pedir, pero no hay otra vía para lograr las soluciones permanentes. Los ciudadanos nos estamos cansando de los parches y de los enfoques provisionales.
(*) Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Murcia

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