domingo, 22 de julio de 2012

España tiene liquidez sólo para tres meses con el mercado cerrado

BARCELONA.- "Tenemos liquidez para apenas tres meses", confesaba a 'La Vanguardia' un muy preocupado alto cargo del equipo gubernamental de Mariano Rajoy. Un modesto colchón con el que pasar "los cincuenta malditos días", como se califica en Italia el plazo que se ha autoconcedido el Tribunal Constitucional alemán para decidir si la ampliación de funciones del nuevo Fondo de Rescate europeo (MEDE) para permitirle comprar deuda de los Estados con problemas se ajusta a la Carta Magna de la República Federal y respeta las competencias legislativas del Bundestag. Mientras, a resistir en la intemperie en la que han dejado a España unos mercados que apuestan crecientemente por la suspensión de pagos del país y por la ruptura del euro. La colocación de la deuda se ha convertido en tarea difícil.

La propia banca española, en lo que representa un claro cambio de tendencia, está comenzado a vender parte de sus carteras de deuda pública nacional, en parte porque corre el peligro de que las auditoras que están valorando sus balances consideren negativa su excesiva exposición al riesgo país español.

¿Cuánto tiempo puede durar esta situación? Aparentemente, hasta el otoño si se atiende a la reserva de liquidez del Tesoro, aunque las fuentes cercanas al Gobierno consultadas reconocen que sin una acción decisiva esta misma semana, la situación quedará fuera de control. Similar diagnóstico se hace en la vecina Italia, cuya deuda paga más interés al ritmo del pasodoble que suena en España, y que en los próximos días deberá pasar de nuevo la prueba del mercado con dos importantes subastas. Pero se descarta cualquier cambio de actitud del Gobierno alemán de Angela Merkel mientras esté pendiente la sentencia del Constitucional. Y también después.

El Tesoro español ya estaba en el purgatorio antes del Eurogrupo del 9 de junio que acordó el rescate del sector financiero y bien poco duró después el efecto balsámico de la histórica rebelión de Mario Monti, el premier italiano, y Mariano Rajoy, frente a la canciller de hierro, frau Merkel, en la madrugada del 28 de junio.

Si el Tribunal tedesco diera luz verde a las nuevas competencias del MEDE, estaría abierta la puerta para que ese fondo acometiese compras selectivas, pues no dispone de fondos para pensar en adquisiciones masivas de deuda de España e Italia, los dos inquilinos permanentes de la eurouci. Eso, a cambio de una intervención abierta y previa petición formal de los gobiernos afectados. Pero una cosa es la posibilidad y otra muy distinta la seguridad de que eso suceda, como reconocen tanto en Madrid como en Bruselas.

A grandes rasgos, había tres posibles respuestas a la crisis del euro. La primera, la monetización de la deuda de los países con más problemas a través del diverso arsenal de herramientas del BCE, desde las compras de deuda hasta las inyecciones de liquidez o el juego con los tipos de interés. La institución que preside Draghi se ha negado a dar más pasos en esa dirección, fundamentalmente por la negativa de su principal accionista, Alemania, y sus socios del norte. En las primeras fases de la crisis, los mercados otorgaron las mayores probabilidades a este escenario, percepción que ha ido variando con el agravamiento de la situación.

La segunda era el rescate puro y duro, a la griega, pese a la envergadura de los países ahora afectados. Pero los fondos de rescate europeos, el vigente hasta ahora y el nuevo MEDE que está pendiente de los jueces alemanes, no tienen recursos suficientes para salvar la deuda española e italiana juntas, que suman más de dos billones de euros. Por eso mismo, el Gobierno alemán especuló esta semana, durante el debate en el Bundestag sobre el rescate de la banca española, con que las necesidades del Tesoro en caso de rescate ascenderían a unos 300.000 millones de euros, utilizando como referencia de cálculo que el país estuviera fuera del mercado durante sólo dos años. Un sueño tan quimérico como lo fue cuando se aplicó a Grecia.

Como reconocen en el Gobierno español, "las posibilidades de que se aprueben nuevos aumentos de los fondos de rescate se han reducido mucho. Hay ya muchas dificultades para que los diferentes parlamentos europeos respalden propuestas como esas", dice una fuente cercana al Ejecutivo de Rajoy. El rescate, pese a todo, sigue presente como la posibilidad principal en el radar de los inversores. Además, el rescate es ya considerado universalmente como un sinónimo de estrangulamiento permanente, por lo que su mera insinuación pone en estampida a los inversores.

La tercera opción, que ha ido tomando cuerpo y ganando posibilidades con cada nuevo embate de la crisis de la deuda, es la pura y simple ruptura del euro. Para ello, tras un rescate imposible, países como España acabarían viéndose forzados a suspender el pago de su deuda, saliendo del euro. Esta perspectiva es la que alimenta las acentuadas subidas de la prima de riesgo (sobretipo que paga la deuda española a diez años respecto a la alemana, considerada de referencia por ser la más segura) de las últimas jornadas.

Esa tercera opción provoca que una parte considerable del dinero exterior haya huido ya del euro. Otra, en manos de residentes en la eurozona, más cautivos, se desplaza desde los países con problemas, como España e Italia, hacia Alemania, que ha llegado a no pagar intereses, beneficiada por ese movimiento. Y por la expectativa de que en caso de defunción de la moneda única, la hipotética nueva moneda alemana se revalorizaría enormemente, al contrario que en países como España e Italia.

Mientras los inversores realinean sus apuestas en función de sus nuevas expectativas, el Gobierno español aparece desorientado. El mejor exponente es Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, ideólogo de las primeras medidas de política económica del Gobierno más bisoño de Rajoy: subida del IRPF, recuperación de las deducciones a la compra de la vivienda y pulso con Europa por la política presupuestaria.

Bastó el hábil y habitual manejo de la espita del BCE para volver a colocar en el disparadero la prima de riesgo del país para que Rajoy rindiera la fortaleza y pasase a aplicar todas las medidas exigidas por Berlín y Bruselas. Algo parecido a lo que le sucedió a Berlusconi en Italia, y que provocó la caída del polémico primer ministro y su sustitución por Mario Monti, un tecnócrata que no pasó por las urnas y no representaba a ningún partido político del país, una señal de intervención mucho más temprana que cualquiera de las vividas en España.

Y, desde entonces, Montoro, el ministro de la sonrisa fácil y el gracejo en casi cualquier ocasión, el hombre que ha tenido que acabar defendiendo justo lo contrario de lo que había dicho apenas un trimestre antes, ha optado por el camuflaje agresivo, como ponen de manifiesto sus ataques a las comunidades autónomas, o tremendista, con sus alarmistas palabras sobre el impago a los funcionarios por la caída de los ingresos.

Pero la esencia del desconcierto gubernamental procede de la imposibilidad de entender el castigo pertinaz de los mercados cuando justamente con más aplicación se dedica a cumplir lo que le exigen. Ha mudado de política económica, pero nadie sabe con precisión cuál es ahora el nuevo programa de acción, más allá de la austeridad exigida por los socios de la eurozona.

El Gobierno, como el conjunto de la eurozona, está siendo víctima de sus propias opciones y decisiones. La semana trágica que se acaba de cerrar lo pone claramente de manifiesto: anuncio de caída de depósitos bancarios y de los precios de la vivienda, que agravan la situación del sistema financiero. Aprobación de planes de recorte que reducen el crecimiento, como reconoció Montoro el pasado viernes al presentar su nuevo escenario económico, lo que a su vez da una vuelta de tuerca más a la banca y aumenta el peso de la deuda sobre la economía. Mientras, el ahorro se escapa hacia países considerados más seguros o con expectativas de crecimiento. España camina a la depresión, exactamente igual que lo hizo Grecia con la misma receta.

Desapercibidas pasaron las palabras de uno de los cinco miembros del Consejo de expertos económicos de Alemania, Peter Bofinger, una voz minoritaria en su país y en Europa: "La situación exige sólo una cosa: no más programas de recortes en la eurozona. No se debería aplicar más programas adicionales de ahorro hasta que la coyuntura recupere la dinámica y se registren crecimientos positivos. Se necesitaría más tiempo para reducir el déficit. Es algo que hay que aceptar", advirtió.

Como consecuencia de la estrategia adoptada por la eurozona, los países que aplican los planes de ajuste acaban pagando en intereses por su deuda más de lo que ahorran con los recortes. De hecho, esa es ya la situación con las cuentas que prepara el Gobierno español para el año próximo, que incorporan un 9% más de gasto para atender esa partida. El rescate bancario, que de momento ha quedado endosado a las cuentas públicas del Reino de España, refuerza esa tendencia.

En España, asimismo, está comenzando a emerger la "fatiga de la austeridad", es decir, el umbral de tolerancia social hacia los recortes está cerca del punto de saturación. "El Gobierno ha tomado nota de la importante participación en las manifestaciones de protesta de esta semana", señalan las fuentes consultadas. Algo que también ha sido considerado un hecho relevante internacionalmente, pues limita el alcance del margen de maniobra del Gobierno y de la sostenibilidad política del ajuste continuo a medio plazo.

Tras el anuncio del gran ajuste de hace dos semanas, algunos analistas nacionales y extranjeros establecieron comparaciones con el histórico Plan de Estabilización de 1959, que permitió superar la sequía de divisas de la economía, abrirla al capital extranjero e iniciar un largo periodo de crecimiento. Posiblemente, en cuanto a dureza y profundidad de las medidas adoptadas, semejante idea sea pertinente. Pero, como sugieren otros expertos, hay dos grandes diferencias. La primera, política: el régimen que aprobó ese plan de austeridad era una dictadura sin oposición, situación diametralmente opuesta a la actual.

La segunda, económica: los sesenta fueron años de vertiginoso crecimiento económico mundial, con enormes flujos de capital hacia las economías con perspectivas de desarrollo. No puede haber escenario más alejado que ese de la realidad de crisis de la eurozona que se vive hoy.

No hay, de momento, ninguna expectativa de que la economía española arroje buenas nuevas. La cascada de rescates de comunidades autónomas que se avecina contribuirá aún más al deterioro de los análisis de los mercados, con la intención de las agencias de calificación de imprimir el sello de bono basura sobre los títulos españoles dibujándose amenazadora en el horizonte. Verano de gota fría para la economía española, con el convencimiento entre las elites económicas y políticas de que la intervención está ya muy cerca.

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