BARCELONA.- "Tenemos liquidez para apenas tres meses", confesaba a 'La Vanguardia' un muy preocupado alto cargo del equipo gubernamental de Mariano Rajoy.
Un modesto colchón con el que pasar "los cincuenta malditos días", como
se califica en Italia el plazo que se ha autoconcedido el Tribunal
Constitucional alemán para decidir si la ampliación de funciones del
nuevo Fondo de Rescate europeo (MEDE)
para permitirle comprar deuda de los Estados con problemas se ajusta a
la Carta Magna de la República Federal y respeta las competencias
legislativas del Bundestag. Mientras, a resistir en la intemperie en la
que han dejado a España unos mercados que apuestan crecientemente por la
suspensión de pagos del país y por la ruptura del euro. La colocación
de la deuda se ha convertido en tarea difícil. La propia banca
española, en lo que representa un claro cambio de tendencia, está
comenzado a vender parte de sus carteras de deuda pública nacional, en
parte porque corre el peligro de que las auditoras que están valorando
sus balances consideren negativa su excesiva exposición al riesgo país
español.
¿Cuánto tiempo puede durar esta situación?
Aparentemente, hasta el otoño si se atiende a la reserva de liquidez del
Tesoro, aunque las fuentes cercanas al Gobierno consultadas reconocen
que sin una acción decisiva esta misma semana, la situación quedará
fuera de control. Similar diagnóstico se hace en la vecina Italia, cuya
deuda paga más interés al ritmo del pasodoble que suena en España, y que
en los próximos días deberá pasar de nuevo la prueba del mercado con
dos importantes subastas. Pero se descarta cualquier cambio de actitud
del Gobierno alemán de Angela Merkel mientras esté pendiente la
sentencia del Constitucional. Y también después.
El Tesoro
español ya estaba en el purgatorio antes del Eurogrupo del 9 de junio
que acordó el rescate del sector financiero y bien poco duró después el
efecto balsámico de la histórica rebelión de Mario Monti, el premier
italiano, y Mariano Rajoy, frente a la canciller de hierro, frau Merkel,
en la madrugada del 28 de junio.
Si el Tribunal tedesco diera
luz verde a las nuevas competencias del MEDE, estaría abierta la puerta
para que ese fondo acometiese compras selectivas, pues no dispone de
fondos para pensar en adquisiciones masivas de deuda de España e Italia,
los dos inquilinos permanentes de la eurouci. Eso, a cambio de una
intervención abierta y previa petición formal de los gobiernos
afectados. Pero una cosa es la posibilidad y otra muy distinta la
seguridad de que eso suceda, como reconocen tanto en Madrid como en
Bruselas.
A grandes rasgos, había tres posibles respuestas a la
crisis del euro. La primera, la monetización de la deuda de los países
con más problemas a través del diverso arsenal de herramientas del BCE,
desde las compras de deuda hasta las inyecciones de liquidez o el juego
con los tipos de interés. La institución que preside Draghi se ha negado
a dar más pasos en esa dirección, fundamentalmente por la negativa de
su principal accionista, Alemania, y sus socios del norte. En las
primeras fases de la crisis, los mercados otorgaron las mayores
probabilidades a este escenario, percepción que ha ido variando con el
agravamiento de la situación.
La segunda era el rescate puro y
duro, a la griega, pese a la envergadura de los países ahora afectados.
Pero los fondos de rescate europeos, el vigente hasta ahora y el nuevo
MEDE que está pendiente de los jueces alemanes, no tienen recursos
suficientes para salvar la deuda española e italiana juntas, que suman
más de dos billones de euros. Por eso mismo, el Gobierno alemán especuló
esta semana, durante el debate en el Bundestag sobre el rescate de la
banca española, con que las necesidades del Tesoro en caso de rescate
ascenderían a unos 300.000 millones de euros, utilizando como referencia
de cálculo que el país estuviera fuera del mercado durante sólo dos
años. Un sueño tan quimérico como lo fue cuando se aplicó a Grecia.
Como
reconocen en el Gobierno español, "las posibilidades de que se aprueben
nuevos aumentos de los fondos de rescate se han reducido mucho. Hay ya
muchas dificultades para que los diferentes parlamentos europeos
respalden propuestas como esas", dice una fuente cercana al Ejecutivo de
Rajoy. El rescate, pese a todo, sigue presente como la posibilidad
principal en el radar de los inversores. Además, el rescate es ya
considerado universalmente como un sinónimo de estrangulamiento
permanente, por lo que su mera insinuación pone en estampida a los
inversores.
La tercera opción, que ha ido tomando cuerpo y
ganando posibilidades con cada nuevo embate de la crisis de la deuda, es
la pura y simple ruptura del euro. Para ello, tras un rescate
imposible, países como España acabarían viéndose forzados a suspender el
pago de su deuda, saliendo del euro. Esta perspectiva es la que
alimenta las acentuadas subidas de la
prima de riesgo
(sobretipo que paga la deuda española a diez años respecto a la
alemana, considerada de referencia por ser la más segura) de las últimas
jornadas.
Esa tercera opción provoca que una parte considerable
del dinero exterior haya huido ya del euro. Otra, en manos de residentes
en la eurozona, más cautivos, se desplaza desde los países con
problemas, como España e Italia, hacia Alemania, que ha llegado a no
pagar intereses, beneficiada por ese movimiento. Y por la expectativa de
que en caso de defunción de la moneda única, la hipotética nueva moneda
alemana se revalorizaría enormemente, al contrario que en países como
España e Italia.
Mientras los inversores realinean sus apuestas
en función de sus nuevas expectativas, el Gobierno español aparece
desorientado. El mejor exponente es Cristóbal Montoro, ministro de
Hacienda y Administraciones Públicas, ideólogo de las primeras medidas
de política económica del Gobierno más bisoño de Rajoy: subida del IRPF,
recuperación de las deducciones a la compra de la vivienda y pulso con
Europa por la política presupuestaria.
Bastó el hábil y habitual manejo de la espita del
BCE
para volver a colocar en el disparadero la prima de riesgo del país
para que Rajoy rindiera la fortaleza y pasase a aplicar todas las
medidas exigidas por Berlín y Bruselas. Algo parecido a lo que le
sucedió a Berlusconi en Italia, y que provocó la caída del polémico
primer ministro y su sustitución por Mario Monti, un tecnócrata que no
pasó por las urnas y no representaba a ningún partido político del país,
una señal de intervención mucho más temprana que cualquiera de las
vividas en España.
Y, desde entonces, Montoro, el ministro de la
sonrisa fácil y el gracejo en casi cualquier ocasión, el hombre que ha
tenido que acabar defendiendo justo lo contrario de lo que había dicho
apenas un trimestre antes, ha optado por el camuflaje agresivo, como
ponen de manifiesto sus ataques a las comunidades autónomas, o
tremendista, con sus alarmistas palabras sobre el impago a los
funcionarios por la caída de los ingresos.
Pero la esencia del
desconcierto gubernamental procede de la imposibilidad de entender el
castigo pertinaz de los mercados cuando justamente con más aplicación se
dedica a cumplir lo que le exigen. Ha mudado de política económica,
pero nadie sabe con precisión cuál es ahora el nuevo programa de acción,
más allá de la austeridad exigida por los socios de la eurozona.
El
Gobierno, como el conjunto de la eurozona, está siendo víctima de sus
propias opciones y decisiones. La semana trágica que se acaba de cerrar
lo pone claramente de manifiesto: anuncio de caída de depósitos
bancarios y de los precios de la vivienda, que agravan la situación del
sistema financiero. Aprobación de planes de recorte que reducen el
crecimiento, como reconoció Montoro el pasado viernes al presentar su
nuevo escenario económico, lo que a su vez da una vuelta de tuerca más a
la banca y aumenta el peso de la deuda sobre la economía. Mientras, el
ahorro se escapa hacia países considerados más seguros o con
expectativas de crecimiento. España camina a la depresión, exactamente
igual que lo hizo Grecia con la misma receta.
Desapercibidas
pasaron las palabras de uno de los cinco miembros del Consejo de
expertos económicos de Alemania, Peter Bofinger, una voz minoritaria en
su país y en Europa: "La situación exige sólo una cosa: no
más programas de recortes
en la eurozona. No se debería aplicar más programas adicionales de
ahorro hasta que la coyuntura recupere la dinámica y se registren
crecimientos positivos. Se necesitaría más tiempo para reducir el
déficit. Es algo que hay que aceptar", advirtió.
Como
consecuencia de la estrategia adoptada por la eurozona, los países que
aplican los planes de ajuste acaban pagando en intereses por su deuda
más de lo que ahorran con los recortes. De hecho, esa es ya la situación
con las cuentas que prepara el Gobierno español para el año próximo,
que incorporan un 9% más de gasto para atender esa partida. El rescate
bancario, que de momento ha quedado endosado a las cuentas públicas del
Reino de España, refuerza esa tendencia.
En España, asimismo, está comenzando a emerger la "fatiga de la austeridad", es decir,
el umbral de tolerancia social hacia los recortes está cerca del punto de saturación.
"El Gobierno ha tomado nota de la importante participación en las
manifestaciones de protesta de esta semana", señalan las fuentes
consultadas. Algo que también ha sido considerado un hecho relevante
internacionalmente, pues limita el alcance del margen de maniobra del
Gobierno y de la sostenibilidad política del ajuste continuo a medio
plazo.
Tras el anuncio del gran ajuste de hace dos semanas,
algunos analistas nacionales y extranjeros establecieron comparaciones
con el histórico Plan de Estabilización de 1959, que permitió superar la
sequía de divisas de la economía, abrirla al capital extranjero e
iniciar un largo periodo de crecimiento. Posiblemente, en cuanto a
dureza y profundidad de las medidas adoptadas, semejante idea sea
pertinente. Pero, como sugieren otros expertos, hay dos grandes
diferencias. La primera, política: el régimen que aprobó ese plan de
austeridad era una dictadura sin oposición, situación diametralmente
opuesta a la actual.
La segunda, económica: los sesenta fueron
años de vertiginoso crecimiento económico mundial, con enormes flujos de
capital hacia las economías con perspectivas de desarrollo. No puede
haber escenario más alejado que ese de la realidad de crisis de la
eurozona que se vive hoy.
No hay, de momento, ninguna expectativa
de que la economía española arroje buenas nuevas. La cascada de
rescates de comunidades autónomas que se avecina contribuirá aún más al
deterioro de los análisis de los mercados, con la intención de las
agencias de calificación de imprimir el sello de bono basura sobre los
títulos españoles dibujándose amenazadora en el horizonte. Verano de
gota fría para la economía española, con el convencimiento entre las
elites económicas y políticas de que la intervención está ya muy cerca.