Por fin, François Hollande ha aludido a lo que era un valor
entendido pero que todos esquivaban: la necesidad de un verdadero
Gobierno de la Zona Euro con un "verdadero Presidente" de larga
duración.
Por lo que, si pasamos de la anécdota a la
categoría, me permito preguntar: ¿Cuántos, de 333 millones de habitantes
de los 17 Estados que integran la Zona Euro, conocía la existencia y
funciones de Jeroen Dijsselbloem como Presidente del Eurogrupo, hasta
que la crisis de Chipre le trajo a primer plano? ¿Cuántos ciudadanos le
había votado para el cargo?
Y es que, legalmente, el peso institucional de esta persona, de su
antecesor Juncker y los que vengan, es mínimo: el único texto legal
dedicado a ellos, Protocolo 15 del Tratado de Lisboa, no otorga más
prerrogativas que la de "reunir informalmente" a los 17 Ministros de
Economía del Eurogrupo y ser "invitado a las sesiones del Ecofin".
Ocurre, sin embargo, que su poder de hecho, o al menos resonancia del
mismo, deberían ser mucho mayores, dado que representa a la Eurozona,
el más significado "circulo concéntrico" de los que Delors previó en la
Unión Europea. A diferencia de Schengen y otras “distintas velocidades”
en la Unión, la moneda común ha creado para esos 17 Estados un auténtico
mundo aparte, en el que la necesaria disciplina económica, derivada de
la monetaria, repercute directa y endogámicamente en la vida de esos
trescientos y pico millones de ciudadanos.
Para bien o para mal, hay quién dice que para esto último.
Porque si la moneda común ha privado a los países de la devaluación
monetaria como arma competitiva; si el rigor presupuestario impuesto a
los en crisis comporta el consabido austericidio - según el FMI, por 1
punto porcentual/PIB de reducción en gasto público, dicho PIB del país
pierde 1,7 puntos-, pero también el olvidado austerosuicidio - la
depresión del Sur daña al Norte por falta de clientela-; cuando una
interpretación errónea del artº. 123 del Tratado de Funcionamiento
(TFUE) impide la prestación de solvencia por parte del BCE a los
Estados; cuando se recuerdan los cientos de miles de millones de
rescates a Bancos desde el comienzo de la crisis acá, o el atraco del 5 %
de interés pagado por los Estados - léase contribuyentes- a
intermediarios bancarios que lo obtuvieron del BCE al 1 %; cuando,
últimamente y a lo chipriota, fueron los simples depositantes, más que
los ágiles evasores, los paganos; ... cuando ocurre todo eso no es de
extrañar la tentación, teñida de populismo: “¡que no me quede como
estoy... yo me apeo!" (del euro).
Y no sólo gente, también ha sido respondón un Tribunal Constitucional, el de Portugal.
Cierto es que ha habido lenitivos, cómo ese MEDE sufragado por los
17, que posibilita anticipos a Estados carentes de liquidez, pero previa
petición de Rescate y sujeción a un memorandum de entendimiento, por su
sigla inglesa ese MOU de gesto tan adusto como el entrenador madridista
homónimo. Y que, según el demostrado circuito de "ayuda ex post,
retraimiento de mercados", será remedio que enfebrecerá más nuestra
querida prima de riesgo. Y olvidémonos del farol “draghiano” de los OMTs
de 2.012, que los Estados sureños desatendieron, porque eso era una
vuelta a las andadas: rescate y empujón al costoso mercado secundario.
Avanzamos, sí: se prevén autoridades únicas de supervisión y
resolución de entidades bancarias, Tasa de Transacciones Financieras en
11 países, lo de Chipre llevará a luchar contra los paraísos fiscales
dentro de la Eurozona (¡attention Luxemburgo!), etc.
Pero la moneda común conlleva una profunda intersección económica,
ésta exige mutualización, hasta un tope, de deuda pública, también unión
bancaria y armonizaciones fiscal y social. En definitiva, integración
política.
La que a su vez incurrirá en voluntarismo si no accede al campo de la
Ley, en este caso el Derecho Comunitario primario. Que no es
intouchable.
Una sigilosa Decisión del Consejo ya lo modificó, en concreto el
artículo 136 TFUE dónde, so pretexto de legalizar el MEDE, permitió
“activar” mecanismos; lo que, en una interpretación finalista, puede ser
base de lo que su Exposición de Motivos insinuaba: abrir el grifo del
BCE a Entidades Públicas a través de los respectivos Bancos Centrales.
¿No cabe hacer más? Si recordamos, con David Graeber, que
históricamente “la acuñación de moneda trajo la Ley”, y con Verhofstadt y
Cohn-Bendit que “no hay un solo ejemplo de moneda única sin Estado” (o
su equivalente, Federación plurinacional), cabe vaticinar para el euro,
Ley en la mano, que llegue a ser la palanca de una Federación a 17,
distinta aunque no distante, de la ya simple Confederación a 27.
Pero la legalidad exige legitimidad, y ésta a su vez descansa en la voluntad ciudadana, o séase el voto.
El Eurogrupo (ministros de Economía de los 17), ha sido
indirectamente votado, porque al igual que el Consejo de los 27,
representa a Gobiernos internamente elegidos. La Comisión, así como asá,
pero las audiencias (hearings) ante el Parlamento Europeo han dado un
cierto marchamo a los Comisarios; y la propuesta, parece que en serio,
de que el futuro Presidente de la Institución figure en cabeza, según
las distintas opciones políticas, de las listas electorales europeas de
2.014, legitimará a al Comisión toda.
Con ello vuelvo al comienzo: ¿Hemos votado a Dijsselbloem? No, pero hay remedio.
Bastaría que, a semejanza de lo dicho para el Durao de turno, en las
listas de los 17 países euro figuren también candidatos a la
Presidencia del Eurogrupo.
Pienso que tal cargo electo, encabezando un Eurogrupo gubernamental
cuyo interlocutor parlamentario fuesen –esto es muy importante- tan sólo
los Eurodiputados procedentes de la Zona Euro, aportarían a ésta la
legitimidad mínima exigible para tomar las decisiones clave que
necesitamos.
Y si eso a su vez comporta – así lo recomiendan J.P. Piris y
D.Sidjansky- crear dentro del PE una Comisión especial y estable de
eurodiputados de origen Eurozona, sería un tema a estudiar que dejo para
posterior artículo.
(*) Notario y político español
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