BASE ESPAÑOLA EN LA ANTÁRTIDA.- La llegada de turistas a la Antártica está creciendo
considerablemente, pero este fenómeno conlleva riesgos para la
preservación del hábitat que se intentan mitigar con restricciones para
los operadores y códigos de conducta para los casi 50.000 visitantes que
cada año visitan el continente.
Aunque los primeros turistas llegaron a la Antártica en la década de
los años cincuenta, la expansión de esta industria es relativamente
reciente.
En la temporada 1992-93 apenas hubo 6.700 turistas, pero en la de
2008-09 la cifra ya superaba los 45.200, según datos de la Asociación
Internacional de Operadores de Turismo de la Antártida (IAATO, por sus
siglas en inglés), organización que en abril celebrará su 24ª reunión
anual en la localidad chilena de Punta Arenas.
El desarrollo del turismo en esta zona del planeta fue posible
gracias al Tratado Antártico, firmado en Washington en 1959, cuyo
principal propósito es asegurar en "interés de toda la Humanidad que la
Antártica continúe utilizándose siempre exclusivamente para fines
pacíficos y que no llegue a ser escenario u objeto de discordia
internacional."
Y es que pocos años antes, Chile y Argentina habían establecido
límites territoriales, un hecho que se sumó a las pretensiones de
soberanía que entonces tenían el Reino Unido, Noruega, Australia, Nueva
Zelanda y Francia.
La comunidad internacional vio entonces la necesidad de evitar que la
Antártica se transformara en un escenario de discordia y lo logró
cuando el tratado fue suscrito por 28 países y reconocido por medio
centenar.
Las actividades en el "continente helado" están sujetas a
regulaciones derivadas de la evaluación del impacto ambiental, la
protección de la flora y fauna y la gestión de los residuos.
La extracción de recursos minerales está expresamente prohibida, no
así el desarrollo de la investigación científica y la industria
turística.
La Antártica tiene 14 millones de kilómetros cuadrados, las
temperaturas más bajas del planeta (que en algunos puntos alcanzan los
70 grados bajo cero) y vientos de hasta 300 kilómetros por hora.
Además, es la mayor reserva de agua dulce de la Tierra y contiene el
90 por ciento de todo el hielo del planeta, ya que cerca del 90 por
ciento de su territorio está cubierto de una capa de 2.500 metros de
espesor.
Estas características la dotan de un exotismo que despierta el
interés de numerosos amantes de la aventura con el suficiente poder
adquisitivo como para desembolsar los aproximadamente 10.000 dólares que
cuesta un crucero.
En abril de 2009 los 28 países con intereses en la región antártica
respaldaron una propuesta estadounidense que imponía límites
obligatorios al turismo en la región, a fin de proteger el frágil
ecosistema.
Los suscriptores del Tratado Antártico acordaron imponer
restricciones vinculantes en el tamaño de los cruceros que llevan
pasajeros al área y el número de personas que pueden desembarcar a la
vez.
Las restricciones no contienen un mecanismo específico de coerción ni
penas para limitar las operaciones turísticas; además, requieren que
los firmantes del tratado se aseguren que los operadores adopten una
serie de medidas.
Entre ellas figuran la prohibición de que atraquen buques con más de
500 pasajeros, que sólo un barco esté anclado a la vez en cada muelle y
que se limite a cien el número de pasajeros que pueden descender a
tierra al mismo tiempo.
Limitar el acceso de turistas a esa parte del continente ha sido una
medida de urgencia por un oleada de visitas y recientes accidentes de
cruceros, incluyendo dos que encallaron en la temporada 2008-09 y el
hundimiento de una nave en 2007.
El MS Explorer, un "ferry" que en 1969 inauguró la era de los
cruceros antárticos, fue también el protagonista de uno de los episodios
más desdichados de la historia de este continente cuando en noviembre
de 2007 se convirtió en el primero en hundirse.
Y en mayo del pasado año, el yate brasileño Mar Sem Fim, que un mes
antes se había hundido a 500 metros de la bahía Fildes, en el
archipiélago de las Shetland del Sur, comenzó a derramar diesel después
de quedar aprisionado entre los hielos.
Estas circunstancias han generado una gran preocupación. Es por ello
que existen regulaciones y códigos de conducta que los tour operadores y
visitantes deben conocer para proteger el ecosistema, como no acceder a
las zonas restringidas, no tocar ni alimentar a los animales, ni dejar
basura.
Pero una de las medidas más importantes ha sido la prohibición de que
los transatlánticos operen con crudo pesado, que es más difícil de
eliminar en caso de accidente.
Esta restricción provocó un bajón en el número de visitantes, que en
la temporada anterior pasó de 50.000 a 35.000. Sin embargo, con los
ajustes técnicos en los motores de los ferrys, la cifra de turistas
volverán a repuntar este año.
"No veo el turismo como una gran amenaza. Yo creo que va a permanecer
relativamente controlado", asegura el director del Instituto
Antártico Chileno, José Retamales, para quien los riesgos vienen más
bien de la una eventual explotación de las fuentes de energía y los
recursos naturales del continente.