LISBOA.- El camino seguido por Irlanda,
considerado un ejemplo de éxito entre los países rescatados, es
recorrido ahora por Portugal que, para alejar definitivamente los
fantasmas de una segunda ayuda financiera, necesita emitir deuda a
intereses asequibles.
El espejo de Dublín es donde se quiere reflejar también el Gobierno
portugués, que durante los dos años en que el país vive bajo la
asistencia financiera de la UE y el Fondo Monetario Internacional (FMI)
ha dejado clara su intención de alejarse de la imagen de Grecia y
aproximarse a la del hasta hace poco llamado el "tigre celta".
Portugal quiere seguir a Irlanda "tan de cerca como sea posible",
dijo en una visita reciente a Dublín el ministro de Finanzas luso, Vítor
Gaspar, una de las figuras de más peso en el Ejecutivo y el encargado
de pilotar el regreso a los mercados de deuda a largo plazo.
La búsqueda de paralelismos con la situación de Irlanda por parte de
Portugal ha sido una constante en este período, pese a que las causas
que generaron la crisis son muy diferentes entre ambos países.
La economía irlandesa fue largamente alabada por sus altas tasas de
crecimiento (un 6 % de media) entre 1995 y 2007, aunque la explosión de
la burbuja inmobiliaria creada durante el periodo de bonanza sumió en la
depresión a Dublín.
Su PIB cayó más de diez puntos entre 2008 y 2010 y sus bancos se
vieron perjudicados por su estrecha relación con el negocio de la
construcción, lo que llevó al Estado a rescatarlos.
Los problemas de Portugal, por contra, tienen que ver con la
debilidad histórica de su economía, convaleciente de anemia incluso en
la primera década del siglo XXI, cuando creció de media menos de un 1
por ciento.
Sin burbuja inmobiliaria que explotar y sin bancos con activos
tóxicos en sus cuentas, el país acabó pidiendo el rescate por la presión
de los inversores, que comenzaron a exigir en 2010 intereses cada vez
más altos, al considerar que la falta de actividad ponía en riesgo sus
finanzas públicas.
Un punto en común es precisamente su elevado nivel de deuda pública,
que en el último lustro se ha duplicado en Portugal y triplicado en
Irlanda hasta superar el 100 % del PIB, así como el carácter
eminentemente pacífico de las protestas contra las medidas de
austeridad, en contraste con los disturbios ocurridos en Grecia.
Inmersos ambos países todavía en los programas de ajuste "recetados"
por la UE y el FMI a cambio de su ayuda financiera, su principal
objetivo pasa por regresar poco a poco a los mercados para recuperar la
autonomía.
A principios de enero, Irlanda colocó 2.500 millones de euros en títulos a cinco años a un 3,3 % de interés.
Apenas unos días más tarde, Portugal vendió también 2.500 millones de euros a una tasa del 4,9 %.
En marzo, Dublín volvió a poner a prueba la confianza de los
inversores y pagó una rentabilidad del 4,15 % por colocar 5.000 millones
de euros a diez años.
En la primera semana de mayo fue el turno de Lisboa, que vendió 3.000
millones de obligaciones al mismo plazo al 5,6 % de interés.
La mayoría de analistas se muestra ahora optimista respecto a las
posibilidades de Portugal para no necesitar de otro rescate a partir de
2014, cuando termina su programa de ayuda internacional, aunque la
penalización que todavía paga por su deuda sea más alta de lo deseable.
Este clima de opinión es sensiblemente distinto al de hace apenas un
año, cuando expertos, inversores y agencias de calificación auguraban
que al país no le quedaría más remedio que recurrir a otro rescate.
En esta mejora de las expectativas, ha jugado un papel fundamental el
apoyo inicial de la UE a la extensión de los plazos de los préstamos
concedidos tanto a Irlanda como a Portugal y que, de acabar
concretándose, les daría siete años más para devolverlos.
Además de a nivel financiero, los portugueses desean también
asemejarse a los irlandeses en la mejora del rumbo económico, ya que,
mientras Dublín logró crecimiento -aunque bajo- en 2011 y 2012, Portugal
prevé para este ejercicio su tercer año consecutivo de recesión.