domingo, 5 de enero de 2014

Los precios de los pisos en Pekín o Shanghái superan los de Tokio o Nueva York

SHANGHAI.- El sector inmobiliario de China no sabe de otras burbujas que las del champán francés más caro. O, por lo menos, no conoce todavía el efecto de su explosión. El precio de las propiedades sube y sube, y cuando parece que las medidas introducidas por el Gobierno para enfriar el mercado van a hacer efecto, éste vuelve a subir. 

El año pasado así lo ha certificado. A pesar de las importantes restricciones a la concesión de hipotecas, el aumento de las tasas a las que hace referencia Li y el anuncio de la construcción de millones de viviendas de protección oficial, el mercado continúa disparado. Concretamente, entre noviembre de 2012 y el mismo mes del año pasado, el precio medio de la vivienda creció en Shanghái un 21,9%. Algo similar sucedió en megalópolis como Pekín -21,1%-, Shenzhen -21%-, o Guangzhou -20,9%-. De las 70 principales urbes chinas, 26 vivieron un aumento superior al 10%. Sólo en una, Wenzhou, cayó esta variable, y fue un nimio 1,2%.
Así, no es de extrañar que, en el extremo opuesto al de Li, Wang Ming, un ingeniero de 26 años residente en la capital económica de China, esté desesperado. Quiere comprar un piso para poder casarse, pero le resulta imposible con su sueldo, a pesar de que es elevado: 12.000 yuanes, 1.500 euros. No en vano, la vivienda se ha convertido ya en un sueño inalcanzable para la mayoría de la población, que necesita varias vidas para pagar un apartamento en su ciudad.
De hecho, cinco de las principales ciudades chinas son, según el Fondo Monetario Internacional y comparando su precio con la renta per cápita, las que tienen la vivienda más cara del planeta. De acuerdo con los cálculos realizados por Credit Suisse, un pekinés necesita invertir íntegramente 22,3 años del sueldo medio de la capital china para hacerse con una propiedad estándar. En Shanghái, que ocupa la segunda posición del ranking, la situación es algo mejor (15,9 años) pero todavía está muy por encima de la que hasta ahora era la ciudad más cara del mundo. Tokio requiere una inversión equivalente a una década de sueldo medio completo, mientras que en urbes como Londres o Nueva York ese período no excede los 8 años.
Así, el porcentaje de la inversión nacional destinada al sector inmobiliario en China se está acercando a niveles peligrosos. Concretamente, a los que tenían España e Irlanda en el año 2006, cuando las propiedades alcanzaron su punto álgido. Si la tendencia continúa, este año podría incluso superar el 15% de la inversión total. De ahí que muchos no duden en considerar que la burbuja china es la mayor del mundo. Y ejemplos que alientan esta teoría no faltan, porque las 'ciudades fantasma' y las promociones vacías se multiplican por el país creando espectrales paisajes de grúas paradas y esqueletos de hormigón desnudo.
Claro que el hecho de que el mercado esté regulado por el Gobierno hace que un estallido repentino resulte improbable. «Además, el sistema financiero está saneado, la morosidad es mínima y el peso inmobiliario en el conjunto del crédito que se concede en China es pequeño», analiza Tian Zhu, profesor de Economía en la China-Europe International Business School de Shanghái. Pero Pekín está entre la espada y la pared. La espada de los millones de personas como Wang, que ven cómo cada vez es más difícil acceder a una vivienda, y la pared de los vendedores como Li, que se niegan a reducir los precios. De momento, ganan la batalla los últimos.

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