El pasado 10 de enero, el Departamento de Estado actualizó su alerta
de viajes sobre las entidades peligrosas para los ciudadanos
norteamericanos que visitan nuestro país. Por primera vez se incluyó al
Estado de México, junto con otras 16 entidades. Un incremento de 32% en
los plagios de ciudadanos norteamericanos y el asesinato de 81
estadunidenses en 2013 fueron las razones de esta advertencia.
La
alerta, sin embargo, no fue impedimento para que en Toluca se realice
mañana miércoles la séptima Cumbre de Líderes de América del Norte. Una
reunión de nueve horas entre los presidentes Barack Obama, Stephen
Harper y Enrique Peña Nieto, resguardada, nada más por el lado de Obama,
por 2 mil marines y guardias de seguridad, y un convoy de carros
blindados, a prueba de misiles aéreos.
Es la típica cumbre en la
trastienda. Protocolaria; para cumplir con el calendario diplomático, no
para diseñar una nueva relación trilateral; y más para el lucimiento
del mandatario anfitrión que para el desahogo de los temas de interés
nacional como el espionaje, la migración y la protección de los
trabajadores migrantes.
Seguramente habrá elogios y
reconocimientos para el presidente mexicano por las reformas logradas el
año pasado, las cuales paradójicamente gozan de más aceptación afuera
que dentro del país.
La cumbre de Toluca está dominada por la
agenda y los intereses de una de las partes, EU. En las trastiendas se
discute y aprueba lo que interesa al tendero mayor. Comercio, garantías a
la inversión y energía barata. Sobre todo esto último. Y se agregan
otros temas colaterales, como educación, intercambio tecnológico y
cooperación internacional; lo de siempre.
Quienes esperaban un
replanteamiento del Tlcan, a 20 años de su entrada en vigor, han quedado
decepcionados. No habrá tal. Los tratados bilaterales de libre comercio
están agotados, responden a otro momento de la globalización. Lo nuevo
son los acuerdos multirregionales como la Alianza Transpacífico (TTP,
por su sigla en inglés). En la próxima década, el comercio, la
inversión, la tecnología y, sobre todo, la energía, se moverán
libremente a través de polos regionales mundiales, ya no de manera bi o
trinacional. Es la transición del orden económico unipolar, dominado por
EU, al nuevo orden económico multipolar, con cuatro o cinco potencias
económicas mundiales.
México, que debería estar buscando su
consolidación como potencia regional emergente, tal como lo han hecho
India, Brasil, Irlanda, que lo primero que hacen es garantizar su
seguridad energética, es decir, el acceso seguro a fuentes de energía
propias y soberanas, aquí se promovió una reforma energética en sentido
contrario: la entrega del petróleo y la electricidad al mejor postor.
La
viabilidad económica de América del Norte (EU, Canadá y México) en este
nuevo orden económico multipolar depende de un factor clave en la
producción manufacturera e industrial: energía barata. Se trata de
extraer y explotar en el menor tiempo posible el mayor número de pozos
peroleros y de gas shale, en tierra y mar, a fin de disponer de
una oferta segura y a bajo precio de estos recursos, sin importar el
costo medioambiental de su producción.
El proyecto es convertir a
América del Norte en la “nueva Arabia Saudita” del siglo XXI, y al Golfo
de México en el nuevo Golfo Pérsico, poblado con plataformas petroleras
y floteles para la atención de colonias de trabajadores mal pagados y
en condiciones laborales de riesgo extremo.
En esta
reconfiguración regional de América del Norte, ¿qué papel le toca a
México, después de la reforma energética? El mismo que tiene la
República de Yemen frente a Arabia Saudita, Omán y Kuwait. Un proveedor
de materia prima y mano de obra para las potencias petroleras del norte,
sumergido en una sociedad desigual, con una élite de jeques petroleros y
un océano de ciudadanos empobrecidos, que han encontrado en la
emigración, la informalidad o en la guerrilla una forma de
sobrevivencia.
Por ello, si la cumbre de Toluca se hubiera
realizado en alguna trastienda beduina de Saná, la capital yemenita, la
única diferencia notable digna de reseñar hubieran sido el clima y las
28 horas de vuelo.
(*) Diputado federal
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