martes, 18 de febrero de 2014

Cumbre en la trastienda / Ricardo Monreal Ávila *

El pasado 10 de enero, el Departamento de Estado actualizó su alerta de viajes sobre las entidades peligrosas para los ciudadanos norteamericanos que visitan nuestro país. Por primera vez se incluyó al Estado de México, junto con otras 16 entidades. Un incremento de 32% en los plagios de ciudadanos norteamericanos y el asesinato de 81 estadunidenses en 2013 fueron las razones de esta advertencia.

La alerta, sin embargo, no fue impedimento para que en Toluca se realice mañana miércoles la séptima Cumbre de Líderes de América del Norte. Una reunión de nueve horas entre los presidentes Barack Obama, Stephen Harper y Enrique Peña Nieto, resguardada, nada más por el lado de Obama, por 2 mil marines y guardias de seguridad, y un convoy de carros blindados, a prueba de misiles aéreos.

Es la típica cumbre en la trastienda. Protocolaria; para cumplir con el calendario diplomático, no para diseñar una nueva relación trilateral; y más para el lucimiento del mandatario anfitrión que para el desahogo de los temas de interés nacional como el espionaje, la migración y la protección de los trabajadores migrantes.

Seguramente habrá elogios y reconocimientos para el presidente mexicano por las reformas logradas el año pasado, las cuales paradójicamente gozan de más aceptación afuera que dentro del país.

La cumbre de Toluca está dominada por la agenda y los intereses de una de las partes, EU. En las trastiendas se discute y aprueba lo que interesa al tendero mayor. Comercio, garantías a la inversión y energía barata. Sobre todo esto último. Y se agregan otros temas colaterales, como educación, intercambio tecnológico y cooperación internacional; lo de siempre.

Quienes esperaban un replanteamiento del Tlcan, a 20 años de su entrada en vigor, han quedado decepcionados. No habrá tal. Los tratados bilaterales de libre comercio están agotados, responden a otro momento de la globalización. Lo nuevo son los acuerdos multirregionales como la Alianza Transpacífico (TTP, por su sigla en inglés). En la próxima década, el comercio, la inversión, la tecnología y, sobre todo, la energía, se moverán libremente a través de polos regionales mundiales, ya no de manera bi o trinacional. Es la transición del orden económico unipolar, dominado por EU, al nuevo orden económico multipolar, con cuatro o cinco potencias económicas mundiales.

México, que debería estar buscando su consolidación como potencia regional emergente, tal como lo han hecho India, Brasil, Irlanda, que lo primero que hacen es garantizar su seguridad energética, es decir, el acceso seguro a fuentes de energía propias y soberanas, aquí se promovió una reforma energética en sentido contrario: la entrega del petróleo y la electricidad al mejor postor.

La viabilidad económica de América del Norte (EU, Canadá y México) en este nuevo orden económico multipolar depende de un factor clave en la producción manufacturera e industrial: energía barata. Se trata de extraer y explotar en el menor tiempo posible el mayor número de pozos peroleros y de gas shale, en tierra y mar, a fin de disponer de una oferta segura y a bajo precio de estos recursos, sin importar el costo medioambiental de su producción.

El proyecto es convertir a América del Norte en la “nueva Arabia Saudita” del siglo XXI, y al Golfo de México en el nuevo Golfo Pérsico, poblado con plataformas petroleras y floteles para la atención de colonias de trabajadores mal pagados y en condiciones laborales de riesgo extremo.

En esta reconfiguración regional de América del Norte, ¿qué papel le toca a México, después de la reforma energética? El mismo que tiene la República de Yemen frente a Arabia Saudita, Omán y Kuwait. Un proveedor de materia prima y mano de obra para las potencias petroleras del norte, sumergido en una sociedad desigual, con una élite de jeques petroleros y un océano de ciudadanos empobrecidos, que han encontrado en la emigración, la informalidad o en la guerrilla una forma de sobrevivencia.

Por ello, si la cumbre de Toluca se hubiera realizado en alguna trastienda beduina de Saná, la capital yemenita, la única diferencia notable digna de reseñar hubieran sido el clima y las 28 horas de vuelo.

(*) Diputado federal

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