sábado, 26 de julio de 2014

Los Espírito Santo, crónica de una inesperada caída en picado

LISBOA.- De mover los hilos entre bastidores para influir en los ámbitos de decisión del país a convertirse en un "pimpampum" que no deja de recibir golpes. Esta es la historia de los Espírito Santo, una poderosa y rica familia portuguesa que ve ahora cómo su emporio empieza a desmoronarse.

Desde que saltaran todas las alarmas hasta la detención esta semana de uno de sus "jefes", Ricardo Salgado, apenas pasaron dos meses, un período en el que el enorme grupo empresarial controlado por la familia amenaza con derrumbarse cual castillo de naipes.
La estructura del Grupo Espírito Santo es propicia para ello, con sociedades financieras y empresas entre las que se entremezclan las participaciones y cuyos nombres fomentan la confusión hasta convertirlo en poco menos que un galimatías.
La primera señal de lo que estaba por venir se produjo el pasado 21 de mayo, sólo cuatro días después de que Portugal dijese adiós a la "troika" después de tres años bajo la asistencia financiera internacional.
Una auditoría independiente realizada a petición del banco central luso detectó "irregularidades contables" en el Espírito Santo International, una de las sociedades financieras del grupo y situada en lo más alto de su estructura.
El Banco Espírito Santo (BES), la estrella del emporio familiar, completó con éxito una ampliación de capital de mil millones de euros poco después, pero el 20 de junio Salgado, su presidente durante los últimos 22 años, anunciaba su salida por sorpresa.
Lo que en aquel momento se relacionaba con una guerra interna entre las diferentes facciones familiares de los Espírito Santo por el control de la entidad, pasó poco después a ser la prueba definitiva de que el clan iba a ser alejado de la gestión del BES por primera vez en su historia a instancias del Banco de Portugal y de las principales autoridades lusas.
A partir del anuncio de Salgado, el grupo entró en barrena. Las agencias de calificación rebajaron las notas de varias de sus filiales, las tres sociedades financieras incluidas en ese conglomerado empresarial pidieron el concurso de acreedores y las acciones de sus compañías cotizadas sufrieron una debacle en Bolsa.
El escándalo alcanzó su punto álgido este jueves, cuando Salgado -el miembro más visible y mediático de la familia desde hace décadas- era detenido por la policía y sentado en el banquillo acusado de un delito de fraude fiscal y de blanqueo de capitales.
El expresidente del BES quedó en libertad bajo fianza de tres millones de euros tras declarar cerca de ocho horas ante el juez.
Otrora poco menos que intocable, la familia Espírito Santo es ahora objetivo de duras críticas procedentes de la política, la economía y la sociedad lusa, y no son pocas las voces que cuestionan el papel de la Justicia en este caso por intervenir sólo cuando Salgado ya había dejado su cargo.
Con varios multimillonarios en sus filas, el clan era conocido por tener siempre una buena relación con el poder. De hecho, muy comentada fue la amistad de Salgado con el anterior primer ministro, el socialista José Sócrates, y en todos los gobiernos democráticos logró colocar a personas de su entorno.
Además de influyente, la familia también es protagonista frecuente de la crónica rosa del país como parte de la "alta sociedad", con varias propiedades entre Cascais y Estoril.
Los orígenes de ese esplendor se remontan a 1869, con la apertura de una casa de cambios en Lisboa por parte del bisabuelo de Salgado, José María Espírito Silva.
La empresa familiar creció exponencialmente durante el siglo XX -algunos historiadores lusos lo atribuyen en parte a su cercanía con el dictador António Salazar y recuerdan sus conexiones con monarquías extranjeras-, aunque pasó por dificultades tras la Revolución de los Claveles y llegó a ser nacionalizada.
El propio BES es conocido como "el banco de todos los regímenes" en Portugal por haber sobrevivido a la monarquía, la dictadura y una revolución, y todo el Grupo Espírito Santo es considerado como una de las patas sobre las que se sostiene el Estado luso.

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