Y van dos. También a la edad de 79 años, Isidoro Alvarez ha
fallecido tras agravarse la enfermedad que le llevó a ser hospitalizado
en el Puerta de Hierro. Imagino que como al capo del Santander, que lo
enterraron la semana pasada con honores de jefe de estado, también nos
desayunaremos mañana con toda una andanada de artículos e informaciones
babosas sobre la figura del presidente de una institución que durante
años prestaba dinero a los bancos, pero que últimamente las estaba
pasando crudas. Y su amigo Botín, que descansa en paz desde hace unos
días, y otros banqueros, le habían pedido que se desprendiera de
edificios, pero que no estaban por renovarle el crédito de varios miles
de millones de euros que vencían y no había forma de pagar.
Alvarez
ha presidido una empresa rodeada de oscurantismo, y con unas prácticas
laborales y despidos nada éticos, cuyos casos no se publican en prensa
porque es uno de los que más gasta en publicidad. Ocurría como con Díaz
Ferrán, el capo de viajes Marsans, que fue presidente de la patronal,
CEOE, mientras ejercía un poder como verdadero mafioso antes de que un
juez lo enviara a prisión por delitos económicos. Los de la prensa
silenciaban sus atropellos, las palizas a los periodistas independientes
que publicaban, en confidenciales digitales, claro, algunos asuntillos
que molestaban al capo. Viajes Marsans se gastaba una pasta en
publicidad y claro, los editores estaban vendidos a lo que dijera el
presidente de la patronal.
Porque
por si no lo han notado, tenemos una prensa de papel agonizando,
pendiente de las migajas de publicidad de El Corte Inglés, del
Santander, y de otros para llegar a final de mes. Por eso cuando un capo
de 79 años muere, todo son condolencias y recuerdos de lo que hicieron
por España. Silencio sepulcral ante las sombras de estos hombres que
para llegar a donde están, para acumular la riqueza mil millonaria, han
tenido que pisar muchos callos. Han tenido que aprovecharse del débil.
Han tenido que explotar a los trabajadores comprando a los
representantes sindicales, claro. Han tenido que robar. Han tenido que
bordear la ley, cuando no atravesarla tomando el atajo, sabiéndose
inmunes ya que los gobiernos, en nómina del poder, estaban para
servirles.
Y como no
hay dos sin tres, Amancio Ortega, 78 años, el capo de Zara, se ha
rodeado de toda una legión de médicos y enfermeras, que imagino que
hasta dormirá con ellos, para no saludar en persona a Isidoro Alvarez y
Emilio Botín.
(*) Periodista y editor de www.muyconfidencial.com
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